Más allá de la multipolaridad, por Peiman Salehi

6/11/2025 | Opinión

 

La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Pekín, acompañada de un desfile militar y ambiciosos debates económicos, atrajo la atención mundial. En gran parte de la opinión internacional, el evento se presentó como una prueba más del declive de Estados Unidos y el inexorable ascenso de China. En Oriente Medio y el Sur Global, muchas voces repitieron esta binaria narrativa: Washington perdiendo primacía, Beijing preparando para ocupar su lugar. Sin embargo, para África, este enfoque es insatisfactorio. Corre el riesgo de reducir al continente a un espectador en un drama montado por otros. La verdadera importancia de la cumbre de la OCS reside en lo que nos dice sobre la multipolaridad, sobre las grietas en el dominio occidental y sobre las oportunidades y los peligros que estas grietas crean para agencia africana.

La relación de África con las instituciones financieras globales ha sido durante mucho tiempo asimétrica. El FMI y el Banco Mundial impusieron programas de ajuste estructural que desmantelaron protecciones sociales, privatizaron bienes públicos y dejaron a los países más vulnerables a las crisis globales. La dependencia del dólar ató a las economías africanas a las decisiones políticas de la Reserva Federal estadounidense, exponiéndolas a repentinas fugas de capitales y crisis monetarias. En este contexto, las discusiones de la OCS sobre nuevos mecanismos financieros —un posible banco de desarrollo, un mayor uso de monedas locales y la coordinación con las iniciativas de BRICS— adquieren una importancia que va más allá de lo técnico. Son símbolos de posibilidad, sugiriendo que finalmente podrían estar surgiendo alternativas a las finanzas dominadas por Occidente.

Sin embargo, la historia ofrece motivos para la cautela. Las potencias externas se han presentado durante mucho tiempo como socios, al tiempo que consolidan nuevas formas de dependencia. Los proyectos de la Franja y la Ruta de China, por ejemplo, han traído infraestructuras muy necesarias a partes de África, pero también han suscitado debates sobre la sostenibilidad y la transparencia de la deuda. Los compromisos de Rusia en materia de seguridad sobre el continente han planteado interrogantes sobre soberanía y  rendición de cuentas. La multipolaridad, entendida únicamente como la sustitución de un patrón por otro, corre el riesgo de repetir viejos errores bajo nuevas banderas. La cuestión crucial es si los Estados africanos pueden acercarse a estas instituciones emergentes no como receptores pasivos, sino como negociadores activos, conformando las condiciones en función de las necesidades y prioridades locales. La pertenencia de Sudáfrica a los BRICS subraya este dilema.

Pretoria ocupa una posición dual: integrada en África, pero conectada con los experimentos institucionales del mundo no occidental. Esta dualidad es una fortaleza si es utilizada con prudencia. Sudáfrica puede canalizar las preocupaciones africanas al interior de los BRICS y, a través de los BRICS, en iniciativas relacionadas con la OCS. Puede abogar por una financiación de infraestructura que reduzca la desigualdad en lugar de agravarla, y por mecanismos financieros que proporcionen estabilidad en lugar de imponer austeridad. Sin embargo, Sudáfrica también ha sido criticada por alinearse más con los intereses de las élites que con las demandas populares. La pregunta es si utilizará su posición para impulsar la agencia continental o para consolidar su propia y limitada influencia.

La cumbre de la OCS también pone de relieve los desafíos filosóficos del momento actual. El politólogo Amitav Acharya ha argumentado que el futuro orden mundial no será unipolar, sino un «archipiélago de potencias». Para África, esta metáfora es crucial. Significa que el continente no está condenado a elegir entre Washington y Pekín, sino que puede navegar entre múltiples polos, forjando alianzas diversificadas. Al mismo tiempo, un archipiélago está fragmentado; sin coordinación, los Estados africanos corren el riesgo de enfrentarse entre sí, de ser cortejados en piezas en lugar de colectivamente. La multipolaridad recompensa la unidad. Un continente que habla con una sola voz puede exigir mejores condiciones, mientras que un continente dividido se verá obligado a negociar desde debilidad.

Ejemplos concretos ilustran lo que está en juego. Cuando Zambia incumplió el pago de su deuda, las negociaciones fueron prolongadas y dolorosas, involucrando tanto a acreedores occidentales como a prestamistas chinos. El proceso reveló el potencial y los límites de las finanzas multipolares: La existencia de múltiples acreedores proporcionó equilibrio, pero la falta de coordinación prolongó el sufrimiento. De igual manera, la participación de Kenia en las estructuras de financiación china trajo consigo nuevas carreteras y líneas ferroviarias, pero también intensificó los debates sobre dependencia y soberanía. Estos casos demuestran que la multipolaridad no es una panacea ni un desastre en sí misma. Su valor depende de las estrategias y decisiones de los actores africanos.

El énfasis de la OCS sobre monedas locales y mecanismos financieros alternativos resuena profundamente en África, donde el predominio del dólar se ha percibido a menudo como una forma de coerción. La capacidad de comerciar o endeudarse sin exponerse a las sanciones estadounidenses representaría un paso hacia la soberanía. Sin embargo, también plantea interrogantes: ¿Priorizarán las nuevas instituciones el desarrollo humano o simplemente reproducirán la lógica de la extracción bajo una gestión diferente? La multipolaridad abre el espacio para la justicia, pero no la garantiza. La responsabilidad de convertir lo posible en realidad recae en la iniciativa africana.

La sociedad civil también desempeña un papel aquí. Los debates sobre la multipolaridad suelen limitarse a las élites, pero las consecuencias de las decisiones económicas recaen sobre la gente común. Para que las instituciones multipolares se conviertan en herramientas de justicia, en lugar de nuevos instrumentos de dependencia, su diseño debe ser cuestionado, debatido y moldeado tanto desde abajo como desde arriba. Activistas, sindicatos y movimientos sociales en África pueden presionar a los gobiernos para que exijan condiciones más justas, mayor transparencia y rendición de cuentas en sus relaciones con socios tanto occidentales como no occidentales. Sin esa presión, la multipolaridad podría simplemente empoderar a nuevas élites, dejando intactas las desigualdades estructurales.

La cumbre de la OCS en Pekín estuvo cargada de simbolismo: misiles pasando junto a los espectadores, líderes estrechándose la mano, declaraciones de solidaridad resonando en todo el escenario. Pero el simbolismo que más importa para África es más sutil. Es el reconocimiento de que el orden financiero y político ya no es monolítico. Las grietas en la hegemonía occidental crean oportunidades. Que esas oportunidades conduzcan a la emancipación o a una nueva subyugación depende de la capacidad de África para actuar colectiva y estratégicamente.

La disyuntiva que enfrenta el continente es clara. Un camino conduce a otro ciclo de dependencia, con Estados africanos intercambiando un acreedor por otro, un formato por otro. El otro camino conduce a un África más asertiva, una que trata la multipolaridad no como un eslogan, sino como un espacio de lucha, donde puede promover sus propias prioridades. La cumbre de la OCS es un recordatorio de que la historia no está predeterminada. El futuro será escrito no solo en Pekín o Washington, sino en Pretoria, Lagos, Nairobi y más allá. La multipolaridad no es liberación, pero podría ser la puerta de entrada para alcanzarla si África insiste en escribir su propio guion.

Peiman Salehi

(Web de Peiman Salehi)

[Traducción, Jesús Esteibarlanda]

Fuente: Africa Is a Country

[CIDAF-UCM]

 

Autor

  • Analista político radicado en Teherán. Sus escritos se centran en las narrativas de resistencia, la multipolaridad y la crisis del liberalismo. (Fuente: Africa is a Country).

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