María, por Rafel Muñoz Abad

24/07/2012 | Bitácora africana

De las muchas formas que Africa puede tener, una de ellas es la de la mujer. Vidas anónimas sobre cuyas espaldas recae la responsabilidad de un día a día con o sin medios. Carentes de reconocimiento alguno juegan un papel fundamental en las sociedades africanas. Nacer mujer en el continente vecino puede significar muchas cosas que irremediablemente confluyen en una existencia en segundo plano pero con unos compromisos que siempre son supremos. Africa es el vientre del mundo de donde de alguna forma todos procedemos. En algún lugar de Malí o Níger, a Shaida y sus siete años le espera una vieja cuchilla de afeitar para despojarla del pecado de haber venido al mundo con clítoris. Una descascarillada y vieja palangana de esmalte se tiñe en un rojo todavía inocente. Tal vez no sobreviva al rito. Mujer Afar que obedece a su marido sin titubeo alguno. Reina del silencio, ligada a los doce años y mula de lo mundano. Karen es doctora en una elegante clínica de la sofisticada Ciudad del Cabo. Negro sobre blanco. Todas son africanas, pero incluso aquí hay suerte. Marien Daddah nació en Francia pero Africa reclamó su alma.

¿Cuál es su mayor recuerdo de Mauritania?: “…el dolor que sentí al abandonarla y regresar a Francia por el exilio de mi marido y de mi espíritu que inexorablemente allí quedaba…” María sacó sola a sus dos pequeños adelante; también tiene anchas las espaldas de la vida forjadas en el solitario entrenamiento de la calle; sus pies están hinchados de tanto caminar sobre la obligación en forma de tacones que la sociedad impone. Khalil y María crecen a su regazo. Angelina Jolie viaja a Sierra Leona, regresa traumatizada por lo que allí ve y da a luz una niña en Namibia. El feminismo de Ipod y Vogue da una rueda de prensa en el Sheraton y clama por las olvidadas. Y yo no les quito razones, pero Africa es demasiado compleja para un occidente que nunca se preocupo por sus interioridades. Allí la vida es implacable. Umbilical con los suyos con independencia de que alumbren en el hospital de Karen o en un arrabal. Mentewabe Dawit, que es la madre de la niña etíope adoptada por Jolie, no esconde la suerte que ha tenido su hija, pero la echa de menos. La mujer Afar anhela morir deprisa porque esto no es vida; pero antes hay que devolver el préstamo; debe cumplir con el compromiso adquirido en forma de hijos con la madre Africa; alguno saldrá adelante y, si es varón, mejor. ¿Tendrá sueños o todo es aceptación?; habrá que preguntarle a su marido que a la par es el carcelero de sus fantasías. En la ceremonia que la preparaba para ser entregada, Shaida murió de una infección. Con vistas al océano austral, Karen decora en diáfano su ático y prepara la llegada de su bebe. Marien viene a Tenerife y a todos nos empequeñece con una historia repleta de amor y pasión por Africa y sus gentes. ¿Y María?

Centro de estudios africanos de la ULL.

Original en : Diario de Avisos
cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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