Marguerite Barankitse, la Loca de Burundi

11/02/2011 | Bitácora africana

Marguerite Barankitse, la Loca de Burundi trabaja con ardor y valentía por la paz y la reconciliación. dedica su vida a los niños – hutus y tutsis – víctimas de los genocidios y guerras.

¿Quién es esta mujer fuerte?

“Soy tutsi, en mi familia he perdido a 62 personas, entre tíos y tías, primos y primas, sobrinos y sobrinas. Sin embargo, nunca he querido considerar a mis hermanos hutus como criminales. El bautismo, que he recibido, me ha convertido en hija de Dios y hermana de todos los seres humanos, sin distinción de raza, ni etnia. Lo que hago es por estar convencida de que pertenezco a una familia grande y muy noble.”
“Si yo no fuera cristiana, me habría suicidado. He aquí mi experiencia vital en mi país. Cuando yo tenía seis años, Burundi sufrió una guerra fratricida; mataron al príncipe en 1961, al primer ministro en 1965, los tutsis mataron a sus hermanos hutus en 1972, volvieron a matar en 1988 y en 1993 se masacraron mutuamente, fue un conflicto que no tiene nombre.”

Bio breve

Marguerite nació en 1956 en el pueblo de Ñamutobo, huérfana desde su más tierna infancia, deseosa de enseñar, recorría todos los días a pie los 12 kilómetros que separaban su casa de la Escuela Normal de Ruyigi. De 1979 a 1983 se dedica a la enseñanza en Ruyigi, pero al negarse a aplicar la política de segregación étnica, es despedida de la función pública. Más adelante trabaja al servicio de la diócesis, como secretaria del obispo.

Sus comienzos

Maggie adopta a siete niños hutus y tutsis. La sociedad burundesa la aisla, tanto los tutsis – su etnia- como los hutus la rechazan. En octubre de 1993, al degradarse aún más el clima político, Maggie esconde a varias decenas de hutus, tanto adultos como niños, en las dependencias del obispado de Ruyigi. El domingo, 24 de octubre, por la mañana, irrumpen unos asaltantes tutsis armados de porras, machetes y piedras, atacando la residencia episcopal. Maggie trata de interponerse, pero le pegan, la atan a una silla, prenden fuego a la casa y en el patio, asesinan ante sus ojos a 72 personas.
Uno de los estudiantes presentes le ayuda a escapar. Dando dinero a los asaltantes logra salvar a 25 niños hutus, sacándolos del edificio en llamas; los esconde en el cementerio y, al anochecer, solicita ayuda a un cooperante alemán, que le brinda asilo. “Sola con esos niños –continúa su historia- sin dinero, sin casa, me dirigí al obispo. Empecé con 25 chiquillos, siete meses después eran 300, dos años más tarde eran 4.000. Una década más tarde son una multitud de niños. Porque la guerra duró demasiado tiempo.”

Creación de la Casa “SHALOM”

Sacando fuerzas insospechadas de su ira y de su indignación, pero sobretodo de su fe y de su amor a la vida, logra poco a poco, con riesgo de su vida, crear la casa ‘Shalom’ instalándola en una escuela destartalada que le prestó el obispo. Decenas, incluso centenares de niños corren a refugiarse en la casa de Maggie. Para alimentar a tanta gente, va cosechando cereales y hortalizas en las tierras de su familia. La guerra continuaba y entonces Maggie decide cultivar los campos con la ayuda de los niños para poder seguir alimentándolos.
Organiza una ayuda mutua sin distinción de etnia, de religión y de origen social. Los mayores se ocupan de los pequeños. Durante las hostilidades comenzaron a llegar niños heridos, niños mutilados que nadie quería, niños soldado y huérfanos.

Nos cuenta ella misma: “En las 40 hectáreas que heredé de mi familia, construimos casitas para ellos. No tenemos orfanatos, sino hogares y ellos son mis hijos.”

Prioridad a la educación

Ya adolescentes son enviados a estudiar al extranjero y regresan como médicos, profesores, ingenieros, técnicos, abogados, sicólogos, economistas, etc… que colaboran con la Casa ‘Shalom’. Con el fin de garantizar el futuro de estos niños y jóvenes, la casa ‘SHALON’ se va convirtiendo en una red de ‘pueblos’, que permiten a los niños criarse en el seno de ‘familias’ y responsabilizarse de si mismos. Para Marguerite, lo que importa ante todo es la educación de estos niños y adolescentes para la paz y el perdón. Hoy son más de 50.000 los niños y adultos que han pasado por la casa ‘Shalom?.

Los jóvenes le llegan sin esperanza

Algunos niños llegan con muchas heridas en su corazón y tardan mucho tiempo en volver a confiar en los adultos. La guerra ha destruido todos los valores de la compasión. Es difícil tener esperanza para los jóvenes. Todos se preguntan en donde van a encontrar trabajo, cómo van a poder vivir dignamente. Sé que se puede cambiar esta mala situación en otra más digna, -termina diciendo Maggie-.

Un país pobre vecino de un gran país rico

He aquí como ve las cosas Maggie: “Los adultos, sobretodo vosotros los occidentales, queréis controlarlo todo en el mundo y por eso hay guerras. ¿Por qué hay guerra en el Congo? Porque es rico y todo el mundo quiere quedarse con sus recursos. El conflicto no es étnico, sino de justicia social, ahora el problema es político. En Burundi sufrimos, porque es un pequeño país por el que todo el mundo quiere pasar para penetrar en el Congo.”

“hay mucha gente que llega a Burundi y les pregunto a qué han venido. No tienen idea de la dignidad del que vive en la pobreza. Si vamos al país de alguien sin considerarlo igual a nosotros, entonces vamos a humillarlo.”

Su combate con las ONG’s y UNICEF

“Me peleé con una ONG, pues cuando hay guerra, mucha gente huye de los combates y algunos tratan a los fugitivos como si fuera ganado, no como seres humanos. Pedí a aquella ONG que se marchara, porque esos hermanos nuestros no podían dormir debajo de las lonas de las tiendas, que desprenden mucho calor durante el día y por la noche no protegen del frío. Luego la gente enferma.”

Y prosigue:” Es la misma pelea que tengo con UNICEF. ¿Sabéis lo que ganan los funcionarios de la UNICEF? Unos sueldazos al nivel de los funcionarios de la ONU expatriados. Eso en países pobres arruinados por la guerra es un escándalo. Nuestra miseria se convierte en un negocio. Viven a costa nuestra…”

SU MENSAJE

“No hay nada que resista al amor,” repite sin cesar en sus viajes por todo el mundo. Y concluye:”Jamás el mal tendrá la última palabra. La fe y el amor desplazan las montañas del odio.”

La acción humanitaria de Marguerite ha sido premiada con numerosos galardones internacionales. Con “locomotoras” de este calibre no perdemos la esperanza de que nos conducirán a un mundo mejor, donde reine la paz y la fraternidad entre todos los seres humanos.

Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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