Pensaba escribir algo para celebrar los 20 años de libertad de Nelson Mandela, pero preferí dejar que fueran los medios de comunicación los que hablaran de él. Hoy, varios días después, quisiera compartir algunas reflexiones que me han surgido de la lectura de estos artículos.
Ni que decir tiene que para profundizar en el personaje recomendaría muy mucho a los lectores que lean su autobiografía El largo camino a la libertad, en la cual podrán comprender también los muchos y diversos dilemas de su vida y las opciones vitales que decidió tomar; entre ellas, el espíritu de reconciliación y no de revancha que infundió al resto del país cuando alcanzó la libertad y el puesto de presidente del país. Si aquel día de su liberación, Mandela hubiera llamado a la desobediencia civil y la violencia, posiblemente miles y millones de personas lo habrían seguido… quizás de esa manera hubiera hecho que se derrumbara aquel funesto régimen, pero nadie sabe el precio en vidas humanas que aquella opción habría costado. De camino, se habría desquitado del cabreo y la amargura acumulada de 27 años de prisión y de desgaste físico, pero no, decidió tomar otro camino y, comenzando el mismo día de su liberación, habló en términos conciliatorios y pacíficos, lo cual seguro que decepcionó a muchos de sus seguidores más radicales.
En un corto artículo periodístico lleno de verdades y titulado El nacimiento de una nación, que pueden encontrar en El Mundo, el escritor David Torres hace una certera afirmación: «cualquier político actual palidece en comparación con Mandela». Y es que, 20 años después, la figura de Mandela no sólo no se ha devaluado ni ha perdido vigencia, sino que ha alcanzado proporciones incluso mayores. Quizás sea por la perspectiva y la serenidad que nos da el tiempo pasado. Veinte años después, y ante la mezquindad que se percibe entre la clase política de tantos países, Mandela sigue siendo un ejemplo de rectitud, de una opción radical de reconciliación con sus enemigos y opositores… Fue en Suráfrica donde un presidente postapartheid, Mbeki, que perdió un hijo asesinado a manos de la policía, presidió el entierro de Botha, uno de los presidentes más funestos del antiguo régimen y el líder que comandaba a los cuerpos y fuerzas de seguridad cuando tuvo lugar aquel asesinato. Eso sí que era gallardía, saber estar y llevar a cabo una verdadera memoria histórica, cerrando heridas del pasado. Ese fue el legado que dejó Mandela a su país.
¿Y cómo se llevó a cabo la cosa? Comenzando por una Comisión de Verdad y Reconciliación (atentos a esta última palabra, que no está puesta de adorno) que, bajo la dirección del arzobispo Desmond Tutu, recorrió el país y llevó a cabo un verdadero proceso de exorcismo de los fantasmas del pasado que estaban tan presentes en la sociedad negra, acercándola a los blancos y negros que perpetraron aquella violencia y haciendo el milagro de crear un nuevo país que estaba profundamente dividido por tan cruel sistema. Todavía recuerdo la imagen de Desmond Tutu llorando como un niño en su sillón de presidente de la comisión al escuchar el terrible testimonio de una de las víctimas. Tal tormenta de sentimientos –retransmitida por los medios– no era un reality show en hora punta para entretener a las masas, era la muestra fehaciente de que el dolor tenía unos nombres y, sin ira ni revancha, era tiempo de dejarlo salir afuera, enterrarlo y hacerlo una semilla de esperanza para el futuro. Gestos como este fueron fruto de la escuela que creó Mandela como primer presidente postapartheid del país.
Sé que no todo el mundo comparte la visión tan positiva de Mandela. No ha faltado en estos días quien ha recordado que en Sudáfrica sigue habiendo 50 asesinatos al día y el umbral de la pobreza sigue siendo una verdadera amenaza para la población. Al mismo tiempo, para como estaba el país hace simplemente 25 años, el cambio ha sido brutal y para bien, aunque aquella sociedad diste todavía mucho de ser perfecta. Por lo menos tiene más que muchas otras sociedades más avanzadas: un poderoso icono en el que mirarse.
P.D. Ustedes que tienen cines a su alcance, no se pierdan la película Invictus, que habla de la historia de Nelson Mandela y la selección de rugby poco después de su subida al poder. Yo no sé cuándo podré ver la cinta…
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