15 de mayo. Centro Internacional de Congresos de Bamako, la capital de Malí. En medio de una gran parafernalia, en presencia de una decena de jefes de Estado africanos, incluido el aclamado presidente de la Unión Africana Robert Mugabe, y con todo el revuelo (y el retraso de hora y media) que la ocasión merecía, representantes del Gobierno maliense y de grupos armados que combaten en el norte del país firmaban un acuerdo de paz largo tiempo esperado. En el mismo momento que los bolígrafos rubricaban el documento, milicianos progubernamentales y rebeldes se enfrentaban a tiros en Menaka, en la región de Gao, en una muestra más del reciente recrudecimiento del conflicto que vive este país desde enero de 2012. Ni la intervención militar francesa de 2013, sólo interesada en hostigar a los islamistas radicales, ni la llegada de una costosa misión de estabilización de la ONU que hace aguas por todas partes han logrado sentar las bases para la paz. El escenario es complejo y la guerra parece, por ahora, no tener fin.
Presentados a bombo y platillo como la solución para el conflicto maliense, los acuerdos de paz que se firmaron en Bamako tras largas y tediosas rondas de negociación en Argel son, en realidad, un enorme fiasco. Para empezar, el principal grupo rebelde del norte de Malí, el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA), la organización que se alió con los grupos narcoterroristas en 2012 para lanzar una ofensiva que puso al norte del país patas arriba, no estuvo presente. Aunque han renunciado oficialmente a su vieja aspiración de independencia, los rebeldes tuaregs reclaman un reconocimiento del Azawad que vaya más allá del de “entidad cultural” recogido en los acuerdos de paz. Ellos aspiran a que el norte avance hacia el autogobierno a través de algún tipo de fórmula federal, en realidad una manera de tener poder y capacidad de decisión, algo a lo que Bamako se opone, aunque estaría de acuerdo en una cierta autonomía formal.
Sin embargo, el MNLA no es el único que rechaza estos acuerdos de paz. Si bien el Gobierno que preside Ibrahim Boubacar Keita ha sido uno de los grandes impulsores del documento, lo cierto es que mientras firmaba la paz con la mano derecha, con la izquierda se ha dedicado a echar leña al fuego del conflicto. Desde hace meses, ha estado apoyando y financiando de manera extraoficial a un grupo paramilitar denominado Grupo de Autodefensa Tuareg Imghad y Aliados (GATIA), liderado en la sombra por el general tuareg Gamou, considerado un héroe nacional por su defensa a ultranza de la unidad del país pese a su origen étnico. Este secreto de Polichinela no hace sino poner la mesa las verdaderas intenciones de Keita: de cara a los organismos internacionales apuesta por la paz, pero ante su pueblo juega la baza del belicismo frente al desafío tuareg. En el sur probablemente no le perdonarían otra cosa.
En el fondo, lo que Bamako no puede aceptar es el actual status quo, con la ciudad de Kidal aún bajo el control de los rebeldes y con una amplia zona fuera de todo control en la que campan a sus anchas distintos grupos armados tuaregs y árabes de distinto pelaje, casi todos interesados en realidad en sacar tajada de los tráficos ilícitos que abundan en esta región, como drogas, tabaco, gasolina o incluso personas. Aunque la intervención militar francesa de 2013, bautizada como Serval, se presentó al mundo como una operación necesaria para impedir la creación de un santuario yihadista en el norte maliense y con el objetivo de “restaurar la unidad territorial del país”, lo cierto es que, si bien logró atajar la expansión de los radicales, también permitió que los independentistas se enseñorearan de Kidal. La tibieza o incluso complicidad de París con la causa tuareg dejó en Malí una bomba de relojería que sigue sin ser desactivada.
Mientras las fuerzas especiales francesas aún presentes en este escenario convulso siguen a lo suyo (el pasado 18 de mayo, por ejemplo, asesinaron cerca de la frontera con Argelia a dos altos dirigentes de dos de las organizaciones islamistas radicales que operan en la zona), distintos grupos armados integrados en la Coordinadora de Movimientos del Azawad (rebeldes, liderados por el MNLA) siguen hostigando al Ejército, que cuenta con el apoyo de las milicias reunidas en torno a la Plataforma (progubernamentales, han adquirido renovadas fuerzas con la irrupción del GATIA). Ambas estructuras libran una guerra sin cuartel en la que los rebeldes cuentan con el apoyo de grupos terroristas como ocurrió el pasado 30 de abril en Léré, donde un ataque a las tropas malienses acabó con el saldo de 19 muertos y 22 heridos, el 11 de mayo, donde una emboscada provocó la muerte a ocho soldados, o el pasado día 18, tres días después de la firma del acuerdo de paz, cuando tres militares malienses perdieron la vida en Bambara Moude en un ataque de la Coordinadora.
Pero hay muchos más factores que entran en juego, como las divisiones tribales tuaregs. Tal y como asegura con acierto el teniente coronel Jesús Díez Alcalde, analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), la negativa del MNLA a firmar los acuerdos de paz “esconde otras realidades que se han puesto de manifiesto desde el inicio de las negociaciones de Argel y que, en gran medida, pueden hacer fracasar el proyecto político de reconstrucción nacional aun cuando todos ratifiquen el Acuerdo. En primer lugar, la Coordinadora se ha negado siempre a que otros movimientos rebeldes y sociales participen en las conversaciones, alegando que ellos son los únicos representantes legítimos de los tuaregs. Detrás de esta obstinación está, por un lado, que los líderes del MNLA son miembros de las familias aristocráticas (los Ifhogas) en una sociedad férreamente jerarquizada y, por otro, que fueron ellos quienes lideraron la revuelta de 2012 frente a los que ahora quieren sacar rédito de una situación más favorable (Ios Ighmad)”.
Otro elemento preocupante es el acelerado descrédito en el que está cayendo la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí (Minusma), así como las discrepancias surgidas entre esta y el Gobierno de Malí. Prácticamente recluidos en las ciudades de Bamako, Kidal, Gao y Tombuctú, amenazados por atentados yihadistas y con buena parte de la población del norte acusándoles de complicidad con los rebeldes tuaregs. El paroxismo de este desencuentro se vivió el pasado 27 de enero, cuando cuatro jóvenes de Gao resultaron muertos por los disparos de soldados chinos de la Minusma durante una manifestación a las puertas del cuartel de Naciones Unidas.
Durante la firma de los acuerdos de paz del pasado día 15, el presidente maliense Ibrahim Boubacar Keita no dudó en acusar a la Minusma de falta de imparcialidad, lo que obtuvo una rápida respuesta por parte del jefe de operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, Hervé Ladsous, que se había desplazado hasta Bamako. En declaraciones a la prensa, Ladsous lamentó las palabras de Keita y pidió un poco de respeto para esta misión. “Después de Somalia, ninguna misión de Naciones Unidas ha costado tantas vidas humanas”, dijo, en referencia a los 35 soldados fallecidos en menos de dos años. El alto responsable de la ONU había acusado al Gobierno maliense de haber roto el alto el fuego, en alusión al hecho de que el Ejército de Malí parecía estar detrás de todas las operaciones de GATIA. Lo que viene siendo hablar de paz al tiempo que se hace la guerra.
Original en : Blogs de El País. África no es un País