Mali, el problema con la clase política

18/05/2012 | Opinión

El pasado lunes, el capitán Amadou Sanogo, líder del CNRDRE de Mali (el grupo que la mayor parte de los medios extranjeros califica erróneamente de ex – Junta) anunció que había pedido al primer ministro de Mali que organizase una “convención nacional” para elegir a un presidente que supervise la transición hacia unas nuevas elecciones. Es muy poco probable que se cumpla esta petición, que aquí ha dividido a la opinión pública y ha sido rechazada por el presidente interino. El bando de los anti golpistas ha expresado en voz alta su oposición, mientras que en la prensa local se rumorea que Sanogo quiere para sí el puesto de presidente.

Y el tiempo para resolver este asunto es incluso más corto de lo que pensábamos: el periódico estatal L’Essor ha afirmado esta semana que el periodo interino de 40 días no termina el martes, 22 de mayo, como pensábamos la mayoría, sino el domingo día 20, ya que el periodo oficialmente comenzó con la declaración de la Corte Suprema de Justicia de Mali, de “vacante” en la presidencia el 10 de abril, en lugar de cuando el presidente interino juró su cargo, dos días después.

Al escribir esto, persiste el bloque entre las autoridades civiles de Mali, que quieren avanzar el proceso de transición del país mediante las actuales instituciones, y los que apoyan al CNRDRE, que prefieren hacer borrón y cuenta nueva. El enfoque de éstos últimos es lo que propone Sanogo con la Convención nacional, y subyace un patrón de medidas extra judiciales que ha propuesto o buscado la junta durante los dos últimos meses.

La raíz del problema es ésta: los malienses no confían en sus políticos. Vale, en ninguna parte se confía en los políticos, pero en Mali, lo que es conocido como “Classe politique”, el conjunto de funcionarios electos, candidatos a cargos públicos, y sus asociados de altos cargos, tienen un nombre especialmente mala.

Recientemente entrevisté a un presentador de un programa de debate en Bamako, que frecuentemente debate sobre política con los oyentes, que telefonean a su programa. Los oyentes que llaman tienden a definir a los políticos como gente en el poder que persigue sus ambiciones personales. Llaman continuamente diciendo “esa gente solo piensa en ellos mismos y sus intereses”, me dijo el presentador radiofónico, que continúa, “por eso mucha gente incluso dice que no queremos más políticos”. Este sentimiento explica el fuerte apoyo local que tiene la junta y su intento de excluir a los políticos en masa del gobierno de transición de Mali. Continuamente escuchamos rumores sobre que Sanogo tiene un dosier sobre cada crimen cometido por los políticos del país desde principios de los años 90, y que por el bien de todos los malienses está intentando mantener a esos políticos fuera del proceso político.

Podrías describir este sentimiento como una versión extrema de la fiebre anti titular que periódicamente arrasa en Estados Unidos, pero va mucho más allá que eso. La clase política, según esta mentalidad, no es un mero ente depredador o parásito que se alimenta de los recursos del pueblo, para sus propios fines egoístas. Es también es un ente alien, totalmente divorciado del pueblo, que no ha sido enviado, ni mantenido en el cargo por el pueblo, ni tiene un mandato del pueblo.

Cuando lees críticas de periodistas e intelectuales malienses sobre el sistema democrático de su país durante la última década, este es el argumento que más a menudo escuchas estos días. Amadou Toumani Touré, el presidente expulsado, era una marioneta de intereses del exterior (especialmente de Francia) que nunca le importó la riqueza de Mali, él y su clan han subvertido los mecanismos democráticos del país para beneficio privado. “La democracia ha sido un verdadero banquete de ladrones, hasta tal punto que el pueblo ha llegado a sentir nostalgia de la dictadura”, escribió Issa N’Diaye recientemente. “El querer volver a esta clase de instituciones, tan rechazadas por el pueblo, ¿es eso democracia?”.

Estos sentimientos son totalmente comprensibles, dada la decepción generalizada entre los malienses de a pié, con el gobierno de su país. “Un pez se empieza a podrir desde la cabeza”, es una expresión común aquí para hablar de la corrupción, como un problema que escurre hacia abajo desde la clase política. Tan tentador como es culpar de la totalidad de los problemas de Mali de un plumazo a los avariciosos políticos, (y directa, o indirectamente, a sus respaldos extranjeros), sin embargo, es también engañar o no ser sincero.

Desobedecer la ley en Mali no es una prerrogativa única de los cargos electos o los funcionarios civiles. Todo el mundo lo hace, literalmente todo el mundo, desde los comerciantes que sobornan a los agentes de aduanas para que les den un respiro con los derechos de importación, hasta los conductores que nunca se preocupan de registrar sus vehículos o de obtener carnet de conducir, a los vendedores de la calle que ocupan ilegalmente las vías públicas de Bamako. Y la tentación de malversar los recursos públicos surge no sólo de la avaricia individual: sino que es conducida por las presiones sociales que son extremadamente difícil de resistir.

“Cuando tienes éxito en Mali, hay mucha gente de la que tienes que cuidar”, me explicó el presentador del programa de debate radiofónico. “Conozco a gente aquí que han sido ministros y que querían hacer un trabajo serio, y encontraron oposición porque no dejaban a la gente de su alrededor participar en su pequeño negocio, robando por aquí y por allá. Todos hacemos esto. Yo incluido, en mi coche, si la policía me ordena detenerme yo les daré 1.000 francos para que me dejen marchar. Así es como comienza la corrupción. Así, cuando tenemos en nuestra cabeza “cada uno para sí mismo, cada uno para sí mismo” es difícil cambiar esto de un día para otro”.

El problema con la noción de clase política como calamar vampiro se pasa por alto las estructuras sociales en las que la clase política de Mali está inmersa, las redes de obligaciones recíprocas que conectan a los políticos con su clientela local. Subraya la relación entre las élites de Mali y los intereses extranjeros, pero deja en la sombra la relación entre las élites de Mali y los malienses comunes. Expertos africanistas, desde Jean François Bayart hasta Patricl Chabal y Jean Pascal Daloz, han llegado hasta a argumentar que no es el estado el ave rapaz sobre la sociedad, en esta parte del mundo, sino al contrario.

Más de una vez, escuchando a los habitantes de Bamako ventilar sus frustraciones contra sus irresponsables gobierno y políticos, me han recordado a mi propio país, donde tenemos el mejor congreso que el dinero puede comprar y donde las corporaciones tienen la libertad de financiar candidatos que promuevan sus intereses por encima del bien común. Ya sea en Washington o en Bamako, necesitamos enfrentarnos a los desequilibrios de poder que impiden que funcione la democracia.

Al mismo tiempo, sin embargo, ignorar la complicidad de cada día de los malienses con los fracasos de su gobierno no servirá a sus intereses a largo plazo. Incluso si el país se libra de alguna manera de toda su clase política al completo, y empieza de nuevo desde cero, el mal gobierno persistiría mientras que sigan sin abordarse las raíces sociales de la corrupción y el clientelismo. El peligro de los enfoques populista y extra institucional como los propuestos por la junta y sus seguidores estos días es que hacen que la gente sea ciega ante las causas estructurales del problema.

La experiencia ha demostrado que demasiado a menudo, un “remedio” de este tipo es peor que la enfermedad que pretende curar.

Publicado en el blog “Bridges from Bamako”, del antropólogo que vive en Bamako, Bruce Whitehouse, el 16 de mayo de 2012.

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