Mali, Buscadores de oro, por Antonio Molina

20/12/2010 | Bitácora africana

En el extremo sur del Malí, junto a la frontera de la Costa de Marfil, en el corazón del país Senufo, corre el río Bagoè, cuyas aguas fangosas sirven en algunos trechos de separación entre los dos países.
El sol rojizo enciende la sabana, el agua rojiza del barro de la laterita ferrosa, que arrastra el río, embadurna de rojo los cuerpos de los hombres, mujeres y hasta niños, que buscan perseverantemente las pepitas del precioso metal en aquellas aguas aluviales del Bagoè, el río del oro.

TRABAJO DE LA ESTACIÓN SECA

De noviembre a mayo, una vez que cesan las lluvias, se recogen las cosechas de cereales: Mijo, sorgo, maíz y sésamo, además de algunas alubias. Luego centenares de hombres y mujeres, a veces familias enteras, se instalan en chozas a las orillas del río, cuyo cauce ha bajado de nivel acabadas las lluvias y armados de bateas, esos recipientes anchos y poco profundos, se dedican a lavar las aguas de aquel lodo para ver si brilla algún polvo de oro arrastrado por la corriente en la pasada época lluviosa.

Con el agua casi a cubrir las piernas, pasan el día llenando la batea de agua y en movimientos rotatorios rápidos la van despejando, para verificar si en el fondo cónico ha quedado algo de oro.

Estos son los célebres “garimpeiros”, como los llaman en el Brasil, donde también abunda la fiebre del oro fluvial.
Otros buscadores de oro pasan el día cavando trincheras y galerías subterráneas en la ribera del Bagoè, para ver si tienen suerte y encuentran pepitas enterradas en aquellas tierras aluviales… Raras veces dan con un filón.

En cuanto se corre la voz de que ha aparecido un filón, vienen los funcionarios del Ministerio de Minas y clausuran la zona, pues las minas pertenecen al Estado, que las arrienda a las compañías mineras multinacionales a quienes cobra sus buenos derechos de explotación, además de participar como socio, reservándose un paquete de acciones de la compañía minera. Por tanto a los “garimpeiros” sólo les quedan las migajas del negocio.

EL MUNDO DEL “GARIMPO”

Cada campamento parece una aldea de chozas de adobes con techos de paja. Destacan tres o cuatro construcciones, también de adobes, pero con techo de chapa. Suelen ser un bar-bazar, donde se puede comprar todo lo necesario para sobrevivir, pero sobretodo bebidas.

Otras casuchas son las “oficinas” donde se comprar el oro a los garimpeiros. Allí se paga al contado. Las buenas pepitas pueden pagarse hasta 20,oo € el gramo y el oro en polvo a unos 15,oo € /gramo. Muchos de estos comerciantes son extranjeros, procedentes de la Costa de Marfil. Se trata del primer eslabón de la cadena de intermediarios, que ganan su buen dinero sin mojarse en el río Bagoè.


DESCUBRIMIENTO DE ESTE PEQUEÑO EL DORADO

Se cuenta, que el primero que encontró oro en las aguas del Bagoè en esta región fue un campesino, en el año 1998. Al bañarse vio brillar polvo aurífero en el fondo del agua clara del río. Se corrió la voz y en poco tiempo el lugar se convirtió en un pequeño El Dorado, con todas las características de los poblados del Far West americano, que hemos visto en los filmes del Oeste.

Más tarde se descubrió en Kabakoro un auténtico filón. Allí había bastante oro. Enseguida llegaron los funcionarios del Ministerio de Minas para cercar el sitio, que al poco tiempo fue arrendado a una multinacional canadiense.

Los “garimpeiros” continúan trabajando en las bocas de El Handulilaye, al servicio de algunos pequeños empresarios, que les pagan 3 € de jornal diario y se quedan con el 50% del oro recogido durante la jornada. Sin mojarse ni los pies, ni las manos, sin sudar la gota gorda de sol a sol con temperaturas que pasan los +40º.
Muchos “garimpeiros” prefieren este contrato de trabajo, pues por lo menos tienen asegurado un salario de 3,oo €, que para nosotros parece bajísimo, pero para ellos representa casi 2000 Frs. Cfa. equivalente a lo que gana un peón albañil.
Tengamos presente que con 15,oo € ya tienen para cubrir los gastos escolares de un niño en la escuela primaria, durante un curso.

CONCLUSIÓN

Desde antiguo se conocía la existencia de oro en lo que los antiguos llamaban el Sudán. Ya en la Edad Media, las caravanas transaharianas traían hasta Marruecos y la Península Ibérica los esclavos negros y el oro de aquellas regiones subsaharianas. No en balde los navegantes portugueses bautizaron a la actual Ghana como la “Costa del Oro”, que los ingleses al colonizarla en el siglo XIX la rebautizaron como “Gold Coast”.

Hoy día aún existen minas de oro allí, como también en Burkina Faso y Malí. Lo que acontece es que en algunos sitios no son rentables para una explotación industrial moderna y una vez abandonadas por las compañías multinacionales mineras son dejadas a los “garimpeiros”, que como los carroñeros se contentan con las sobras doradas dejadas por los grandes depredadores.
Así continúa vivo el fuego de la fiebre del oro en el África subsahariana.

Autor

  • Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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