Si hay una expresión que me parece profundamente incorrecta e injusta es aquella de los “odios africanos.” La única “mercancía” que tiene el honor de recibir este epíteto es el odio, no es la pasión, ni el calor, ni la hospitalidad… como si fuera el odio y la animosidad los únicos productos que exporta el continente.
En este día, cuando la prensa puede finalmente publicar todo lo que llevan preparando durante meses acerca de la previsible muerte de Mandela, yo quisiera ofrecer mi humilde contribución a la figura de este gigante, el cual, según mi entender, aportó al mundo un valor que en muchas de nuestras sociedades sigue faltando: el perdón.
27 años en la cárcel no fueron suficientes para doblegar su espíritu. Si tenía resentimiento contra el régimen que lo había perseguido, maltratado y encarcelado durante tantos años se lo supo guardar muy bien y, con la fuerza misteriosa de un contemplativo, supo transformarlo en dignidad.
Cuando oigo Mandela, oigo una persona que supo poner el perdón como su principal prioridad a la hora de construir un nuevo país que – no lo olvidemos – estaba completamente desgarrado por muchos años de violencia y terrorismo de estado, donde los extremos de los blancos que no querían dejar su posición de poder y los miembros del Congreso Nacional Africano que querían ahora tomarse la revancha y no descartaban una solución que pasara por las armas amenazaban una verdadera guerra civil. La maestría de Mandela fue hacer entrar a todos por el aro de la reconciliación pacífica y la superación (que no olvido) del pasado. Por si alguien pensaba que Mandela era un buenista que iba a hacer tabula rasa del pasado, se constituyó la Comisión de Verdad y Reconciliación que recorrió el país intentando hacer que se curaran las heridas del pasado, donde se pudiera oír la voz desesperada de las víctimas que durante largos años sufrieron la impunidad y el olvido. No fue una solución perfecta, pero sí fue mínimamente adecuada.
Mandela luchó encarecidamente por el cambio pacífico de régimen y propuso el perdón como un valor civil, en la circunstancia del mundial de rugby (lo vimos en el precioso relato de la película “Invictus”), supo hacerse uno con una selección nacional y un deporte que era mayoritariamente seguido por los blancos mientras era despreciado por los negros e invitó a estos últimos a abrirse y a salir de los guetos mentales donde muchos de ellos seguían encerrados.
No queda duda alguna que Mandela seguirá siendo uno de los iconos de este tiempo que nos ha tocado vivir. Fue un maestro de la libertad, del talante africano y de la dignidad.
Para terminar esta pobre y humilde semblanza, qué mejor cita que esta de su autobiografía…
«Nadie nace odiando a otro por el color de su piel,
su procedencia o religión.
La gente aprende a odiar,
y si pueden aprender a odiar,
también pueden aprender a amar»
P.D. Hagan un supremo esfuerzo de política-ficción ¿Se imaginan ustedes por un simple segundo a un político español diciendo algo por el estilo?
Original en : En Clave de África