En “El Desajuste del Mundo”, Amin Maalouf se manifiesta convencido de que la mundialización, que ha trastornado nuestra percepción del mundo y exacerbado nuestros sentimientos de pertenencia identitaria, está en realidad invitándonos a que los superemos y transcendamos “para fundar una nueva civilización basada en valores universales y expresiones culturales diversas”. Tarea difícil según Maalouf, puesto que quienes mejor han conseguido hasta ahora articular esos valores son esos mismos occidentales a los que tanto les cuesta practicarlos en sus relaciones con otros pueblos y culturas. Y “mientras sigan sin convencer al mundo de la legitimidad moral de su preeminencia, la humanidad permanecerá en estado de sitio”. La reciente intervención de Emmanuel Macron tras el asesinato de Samuel Paty y las reacciones de numerosas comunidades musulmanas parecen dar la razón al escritor libanés.
El problema al que Macron ha querido responder es real. Están en primer lugar los atentados por parte de extremistas musulmanes. Los recientes asesinatos de Paty frente a su escuela y de tres católicos en una basílica de Niza, se añaden a otros como los de enero 2015 (sede de Charlie Hebdo, supermercado kosher y teatro Bataclan) o el del 14 de junio de 2016 en Niza en el que murieron 86 personas. Problema es también la mentalidad de muchos jóvenes musulmanes franceses. Una encuesta llevada a cabo entre los estudiantes de secundaria tras el atentado contra Charlie Hebdo, publicada en 2018, “La Tentation radicale. Enquête auprès des lyceens”, indicaba que sólo 68 % de los jóvenes estudiantes condenaban totalmente el atentado. Pero ¿quiénes no lo condenaban totalmente? El 14 % de los alumnos que se decían “sin religión”, el 17 % de los que se declaraban “católicos”, y el 45 % de los estudiantes musulmanes. Tampoco hay que olvidar como parte del problema el que los compatriotas de Macron acuden con excesiva naturalidad a la violencia para exigir, reivindicar o protestar, véase los “chalecos amarillos”, o las huelgas de agricultores y ferroviarios. Hasta los atentados de 2015, el ataque terrorista que más víctimas había causado en Francia fue el llevado a cabo por la OAS, “Organisation Armée Secrète” que quería que Argelia siguiera siendo parte de Francia.
Cabe sin embargo preguntarse si los dirigentes franceses han comprendido cuales son las raíces del problema y cómo combatirlo. “Tras otra tragedia, Francia debiera combatir el terrorismo, no criminalizar a los musulmanes”, titulaba en The Washington Post el pasado 30 de octubre la periodista, directora de cine y escritora francesa Rokhaya Diallo. “Es responsabilidad del gobierno combatir tales atrocidades y el contexto que las ha permitido”. En cambio el gobierno ha preferido “criminalizar y estigmatizar a la población musulmana de Francia”. Así, según Diallo, Gérald Darmanin, ministro del Interior, tras proclamar “una guerra contra los enemigos del interior”, se ha declarado sobrecogido al observar en algunos supermercados secciones “halal” y “kosher”, por la división que generan entre la población. Y el mismo primer ministro, Jean Castex, ha criticado la actitud demasiado complaciente del “Observatoire de la Laïcité” y de su portavoz Nicolas Cadène: “[El observatorio] tiene que evolucionar de manera que sea posible defender la laicidad sin que a uno le llamen islamófobo”.
La “laicidad” surgió en Francia en oposición a la excesiva ascendencia social y política de la Iglesia Católica, y tanto no creyentes como creyentes habían terminado aceptándola como constitutiva de la mentalidad y práctica francesas. Pero la presencia musulmana que en general no se conforma con ser en la sociedad sal que no se ve o luz que no deslumbra, está obligando a clarificar que es esa “laicidad a la francesa”. Así por ejemplo y para ser concretos, ¿hasta qué punto la laicidad debe defender la libertad de blasfemar y ofender intencionadamente los sentimientos de creyentes y no creyentes, como parece indicarlo alguna declaración del presidente francés? En una entrevista sobre el nuevo yihadismo post-Daesh (El País 31 de octubre 2020), Gilles Kepel toca de pasada esa cuestión: “[Hablar de la laicidad sin envenenar el debate] es una tarea complicada y los caricaturistas son obviamente libres, pero no tenemos que ser rehenes de un caricaturista cuya inteligencia no parece muy elevada, para decirlo amablemente. Me parece que el proyecto de laicidad se merece algo más que caricaturas”. Más directa fue la respuesta del papa Francisco a un periodista tras los atentados contra Charlie Hebdo. Francisco defendió la libertad de expresión pero añadió que no estaba bien provocar insultando la religión: “Si maldices a mi madre, espérate un tortazo”.
Pero tal vez el mayor error sea el no haber discernido cuál es el contexto que, según Rukhaya Diallo, ha permitido las atrocidades y que las autoridades francesas debieran combatir. Según Emmanuel Macron, la raíz del problema está en que el Islam en Francia no es suficientemente “francés”, y el gobierno deberá trabajar para hacer que lo sea. Olvida el presidente que ya con la Iglesia Católica no funcionó el Galicanismo. Más en el clavo dan dos textos recientes de dos reconocidos islamólogos. Michaël Privot, de nacionalidad belga, convertido al Islam en su juventud, es especialista de la filosofía islámica clásica. Una de sus obras refleja bien su posicionamiento: “Quand j’étais frère musulman: Parcours vers un islam des lumières” (2017). En su cuenta de Facebook publicaba en 18 de octubre: « La responsabilidad de los líderes musulmanes en lo que ha ocurrido es aplastante. Es más fácil denunciar la islamofobia que trabajar su teología y transformar la religión para hacerla comprender a nuestros correligionarios, para los que el Islam ha dejado de ser una espiritualidad y se ha convertido en identidad totalitaria y alienante…”
El segundo texto es el del dominico Afrien Candiard, del Instituto Dominicano de Estudios Orientales (IDEO) ubicado en El Cairo. Acaba de publicar « Du fanatisme, quand la religion est malade » (Editions du Cerf). El texto está sacado de una entrevista publicada en el diario Le Monde el pasado 19 de octubre y titulada “El fanatismo remplaza a Dios por un objeto finito, y cree así que lo posee”: “El diagnóstico falla al no considerar el fanatismo como un error religioso, y verlo sólo como una desviación social o psicológica… Aunque parezca paradoxal, pienso que el principal error teológico del fanatismo consiste en no dejarle un espacio a la fe. Detrás de las constantes referencias a Dios se esconde la sustitución de Dios por otros objetos, como pueden serlo el culto o los mandamientos”.
Claro que Candiard y Privot hablan del Islam. No hablan ni de la Laicidad ni del Cristianismo. Pero como en el evangelio… quien esté sin pecado le tire la primera piedra.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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