Mabruka niña de ébano y de grandes ojos chispeantes de inteligencia, está muy lejos de su país natal. ¿Por qué se encuentra tan lejos del lugar donde nació? ¿Por qué ese miedo que obscurece su mirada?
La historia de Mabruka empieza en un lugar desconocido de África del Oeste, en una extensa región, que por aquellos tiempos era conocida como Sudán Francés. Estamos a finales del siglo XIX. El comercio de esclavos que había sido prohibido hacia el Nuevo Mundo por el Atlántico, continuaba en África por otras rutas: la del Sahara y el Océano Índico. En el Sáhara el contrabando de esclavos seguía existiendo a pesar de que la autoridad colonial francesa lo había prohibido en 1889. En las colonias francesas, seguía habiendo esclavos y muchos de los esclavos liberados seguían en régimen de servidumbre con sus antiguos dueños. Es cierto que, en África Occidental, el porcentaje de esclavos era menor que el que pudo existir en Zanzíbar y las ciudades de la costa de África Oriental, donde podría haber alcanzado los dos tercios de la población. Aquí se calcula que a finales del XIX, pudo haber unos 600.000 esclavos entre una población de unos cuatro millones de habitantes. El Cardenal Lavigerie había denunciado este comercio en los siguientes términos: “Desde todos los puntos de este inmenso continente… se levanta desde hace siglos un largo grito de dolor… Poblados pacíficos sorprendidos durante su sueño, incendiados, saqueados. Los que resisten son masacrados, el resto conducido a los mercados de esclavos para ser vendidos como bestias de carga”.
Mabruka fue víctima del comercio de esclavos
Su infancia de niña feliz y libre terminó muy pronto, los tuaregs la capturaron a una edad temprana, quizás no alcanzara la edad de 7 años. Después de un largo viaje en camello acabó en un mercado de esclavos donde fue vendida.
Tendría unos 9 años cuando la encontraron unos hombres blancos en casa de su último amo. Eran dos Misioneros Padres Blancos que viajaban por el norte del Sudán Francés. La niña había sido comprada y vendida varias veces. Su amo actual la maltrataba sin piedad. Compadecidos de la pequeña los Misioneros la compraron para que pudiera ser libre.
Otro largo viaje hasta Ghardaïa, ciudad del Sahara argelino. Allí Mabruka fue confiada a las Misioneras de Nuestra Señora de África, instaladas en la ciudad desde 1892.
Así, rescatada y libre, Mabruka podría ser educada con otras niñas de las que la hermanas se ocupaban, desde su llegada a la ciudad.
Los diarios que escribían las hermanas, dan cuenta de la vida y actividades de la comunidad. En ellos se ve la atención prestada a los esclavos negros que encuentran, porque la esclavitud seguía existiendo.
Se podían ver de cerca vestigios materiales de la importancia que tuvo Ghardaïa, como lugar estratégico de la trata: “Las cadenas con las que se encadenaba a los esclavos están todavía en el mercado; tienen al menos tres metros de largo y son tan gruesas y pesadas como cadenas de puentes” escriben en una carta del 21 de enero de 1893, integrada en el Diario de la comunidad de 1894. En esa carta, las hermanas hablan de la relación que tienen con esclavos y antiguos esclavos y de los relatos que ellos hacen del calvario sufrido, durante la captura, las largas marchas hacia los mercados donde eran vendidos. Hablan de humillaciones y de malos tratos.
El Cardenal Lavigerie, había sensibilizado y preparado a las Misioneras fundadas por él a afrontar el problema de la esclavitud que a pesar de las prohibiciones seguía existiendo en África. Por esta razón, allí donde están las hermanas intentan ayudar a sus víctimas, sobre todo a niñas esclavas rescatadas.
Mabruka, la niña que los Padres habían traído de un lejano país, era distinta de todas sus compañeras. Su color indicaba que venía de regiones del sur, de países que hoy conocemos como Senegal y Malí. Cuando llegó nadie comprendía la lengua que hablaba y ella no sabía ni árabe ni francés.
Su mirada revelaba una inteligencia despierta, pero, en ella podía leerse mucho miedo y desconfianza. A veces parecía aterrorizada y apenas quería comer. ¿De qué tenía miedo la niña esclava? ¿Qué la tenía inquieta y en alerta?
Su carácter estaba marcado por las experiencias traumáticas vividas en su niñez. Las estrategias, que precozmente había desarrollado en su lucha para sobrevivir en condiciones adversas, hacían difícil su educación y la relación con sus compañeras.
Mabruka no había conservado muchos recuerdos de su primera infancia. En su memoria se mezclan jirones de recuerdos felices de juegos y comida abundante, con los recuerdos borrosos de dolor y miedo: el largo viaje en camello hasta un mercado de esclavos donde fue vendida, las tres veces que cambió de dueño y los malos tratos en casa del tercer amo.
Recuerdos más traumatizadores, como los de su captura y primera venta en el mercado, habían sido borrados por la memoria, que a veces, como nos enseña la psicología, también selecciona para el olvido aquello que impide vivir.
Poco a poco Mabruka fue cambiando. Parecía menos asustada y cuando pudo comunicarse en árabe y en francés, contó lo que recordaba de su primera infancia. Más tarde cuando creció la confianza reveló la causa del miedo y de las pesadillas que no la dejaban vivir. ¡Nada más ni nada menos la niña que había sido esclava, vivía aterrorizada, pensando que un día, cuando menos se lo esperara podría ser devorada!
La última maldad de su ex-dueño, había sido meterle el miedo hasta lo más profundo, diciéndole que los blancos que la habían comprado se comían a los niños…
Libre de sus miedos, Mabruka, dejó de mentir, consiguió mejorar su carácter y ganarse el cariño y respeto de sus educadoras y compañeras por su empeño en aprender. Por fin pudo encontrar algo de la felicidad que le robaron en su infancia. Las cantos tristes con los que liberaba su dolor, mirando las estrellas de las noches de Ghardaïa, se fueron haciendo cada vez más raros.
Volvemos a encontrar a Mabruka cinco años más tarde. Unas líneas del diario de 1899 de la comunidad de Marsella, nos hablan de la buena impresión que causaba la bella joven africana que había acompañado a las Hermanas de Ghardaïa, en un viaje que hicieron a Francia.