Autor invitado: Óscar Mateos (*)
Se han cumplido 20 años del genocidio tutsi en Ruanda. Dos décadas de aquellos 100 días en los que África, y el conjunto del planeta, firmaron una de las más funestas páginas de la historia reciente. Es necesario recordar y conmemorar lo que allí sucedió, precisamente, para evitar que nunca jamás vuelva a repetirse un episodio semejante.
Existe, sin embargo, el peligro de que dicha conmemoración sólo ponga el foco en aquellos 100 días de 1994, como si los años anteriores no hubieran sido determinantes en lo que sucedió más tarde, o como si Ruanda se encontrara desde entonces en un simple proceso de reconstrucción que trata de olvidar y superar su amargo pasado.
El problema de fondo, y esta es una cuestión políticamente incorrecta, es que la historia reciente del país está llena de largos e inexplorados silencios. Silencios que uno puede percibir si se adentra en los libros que abordan su historia (siempre recomendable “Africa’s World War” de Gérard Prunier), o más recientemente, en los informes de Amnistía Internacional sobre las sistemáticas violaciones de derechos humanos del régimen de Paul Kagame. Silencios que se perciben claramente cuando uno tiene la suerte de visitar este maravilloso lugar, en el que el miedo, y no la tediosa reconciliación, sigue siendo el elemento que lo atraviesa casi todo.
Por lo tanto, más allá del necesario recuerdo de aquellas semanas de hace 20 años, es preciso afrontar al menos cuatro silencios a los que la comunidad internacional, las organizaciones de derechos humanos y el conjunto de la sociedad civil deberían dar respuesta, más temprano que tarde:
– El silencio sobre la historia reciente del país, muchas veces obviada, pero esencial para entender que, en lugar de una “guerra tribal entre tutsis y hutus”, como a menudo se caricaturiza en algunos medios de comunicación, la historia de Ruanda pasa, entre otras muchas cosas, por el impacto de la colonización belga. Una colonización que, como en muchos otros lugares de África Subsahariana, privilegió a unos grupos étnicos por encima de otros (en este caso, tutsis por encima de hutus), fortaleciendo divisiones en las que hasta entonces el “factor etnicista” no era el más importante.
– El silencio sobre Paul Kagame, presidente del país desde 1996 y una de las figuras más destacables del llamado Frente Patriótico Ruandés (FPR). Kagame gobierna Ruanda desde entonces con mano de hierro. Una mano de hierro que, tal y como han insistido Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la propia Naciones Unidas, ha provocado la represión sistemática de la oposición o bien el asesinato de miles y miles de personas en el este de la República Democrática del Congo, región en la que ha utilizado a grupos como el M-23 para expoliar los recursos congoleses y para lograr el dominio militar. La impunidad con la que la comunidad internacional trata desde entonces al mandatario ruandés, acusado de cometer crímenes de lesa humanidad, es uno de los asuntos que lleva años preocupando a organizaciones de derechos humanos.
– El silencio sobre el supuesto proceso de reconciliación, caracterizado por combinar mecanismos de justicia punitiva y restaurativa: el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (que hasta entonces ha condenado a una trentena de personas por su responsabilidad en el genocidio) y los llamados Tribunales Gacaca (un mecanismo de justicia comunitaria que ha juzgado a miles de personas en el ámbito local). Más allá de los límites de ambos instrumentos (el Tribunal por la dificultad de elegir a los principales responsables y los Gacaca por la denunciada falta de asistencia letrada de los acusados y, por lo tanto, de un juicio justo), lo cierto es que el proceso actual se caracteriza más por el miedo existente entre la mayoría de la población, que por un verdadero proceso de verdad, justicia y reparación.
– Finalmente, el silencio de Naciones Unidas y de otros actores internacionales. Y es que Naciones Unidas, no olvidemos, ha cargado sobre su conciencia la omisión de responsabilidades que hizo durante aquellos 100 días, un hecho que analiza de manera impactante un documental como “When Good Men Do Nothing” de la BBC. Su nefasto papel ante el genocidio ruandés fue así reconocido por el entonces responsable de asuntos políticos y más tarde Secretario General, Koffi Annan, y ha sido aprovechado hábilmente por Kagame durante todos estos años para mantener alejada la crítica internacional. Si bien esta actitud parece estar cambiando en los últimos años, la impunidad sobre los crímenes de Kagame se explica desde este contexto internacional. Del mismo modo, no podemos olvidar que EEUU ha sido desde entonces un aliado esencial para todos los planes del líder ruandés.
Estos cuatro silencios no van en detrimento de la necesidad de recordar y de recuperar la verdad de aquellas trágicas semanas. Todo lo contrario. Si verdaderamente estamos interesados en la reconciliación y en la prosperidad de una población tan históricamente castigada como la ruandesa, debemos empezar a pensar cómo hacer frente a las enormes contradicciones que la historia actual nos presenta.
(*) Óscar Mateos es Profesor de Cooperación al Desarrollo de la Universitat Ramon Llull.
Original en : Blogs de El País. África no es un país