Si el sino de os retornados de la descolonización lusa fue un lúgubre pasillo del extrarradio lisboeta y el de los que “bajaron” en busca de los papeles para whites que el señor Vorster prometía fue aquella conocida proclama de que no había un blanco pobre en Africa del sur, ¿qué está pasando ahora con esos niños rubios que piden en los
semáforos de Johannesburgo? El empobrecimiento que progresivamente empieza a tener una parte de la sociedad blanca sudafricana está generando un curioso fenómeno social catalogado por algunos estúpidos como revancha divina pos apartheid.
Los arrabales que bordean la pantagruélica circunvalación de Jo´burg son la morada habitual de negros hacinados en Townships donde el célebre Soweto, que incluso cuenta con su propio concesionario BMW, ¿aspiraría ahora a recibir unos
inquilinos inesperados? Culos pálidos. No; rotundamente no. La médula de la cruel y vieja Sudáfrica es tan racial que aunque las tornas se hayan invertido, los blancos pobres se juntarán en su propio campo de indigentes; los llamados Squatter camps. El Township del blanco. Los gobiernos pos Mandela, “santo” del que habría mucho que discutir, se vertebran en torno al populismo de la llamada discriminación positiva. En otras palabras, la práctica totalidad del funcionariado, preparado o no, es de raza negra. Granero de votos. El grueso de las profesiones liberales; entiéndase ingenieros, letrados y doctores, aún continúa siendo coto de titulados blancos ya sean de origen afrikáner o británico. El resultado es un país gripado. No funciona.
No hay semáforo en Sudáfrica que no tenga su inquilino negro pidiendo unos rands o queriéndote vender algo. Se trata de una postal habitual en las urbanitas Ciudad del Cabo, Durban o Johannesburgo. El shock [social] estriba en que en la última,
empiezan a verse blancos mendigando y, eso dista de ser “normal” en la Sudáfrica que todos conocíamos o al menos en la que yo mamé. ¿Qué ocurre?; allende del aumento del crimen y la inseguridad, el paro empieza a afectar a los blancos y de ahí a la degradación social sólo es cuestión de tiempo.
El asentamiento de blancos pobres en el Coronation Park de Krugersdorp es una especie de república de los pordioseros donde niños rubios, vestidos a jirones y peludos como guitarristas de los sesenta, corretean descalzos y sucios entre caravanas, chatarra y
perros famélicos. Una escena digna de Kinshasha o Monrovia pero no del Africa blanca. Un escenario grotesco que está siendo aprovechado por directores de cine locales para crear un género propio de marcado carácter apocalíptico donde las señas de identidad son la violencia, la cultura de las armas y la deformación del célebre espíritu [rudo] de
la llamada tribu blanca. Un esperpento racialmente surrealista que firmaría el mismísimo Unamuno; qué país tan complejo es Sudáfrica.
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.
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