“Pare” -ordenó al chofer de su flamante Range Rover- ; se apeó y preguntó a un aldeano, que descalzo y vestido con harapos miraba embelesado a Mobutu y su gorrito de leopardo como si de la mismísima representación de dios en la tierra se tratase; “¿quién soy?” -le preguntó- ; usted es nuestro padre, respondió el aterrorizado campesino con un semblante caricaturizado entre el miedo y el pasmo. “Lo ve -dijo al cámara- mi pueblo me adora; dele un billete” -ordenó al conductor-.
Teodoro Obiang es el dueño y señor de Guinea Ecuatorial. Un megalómano que flota sobre un mar de petróleo y que para la desgracia de su pueblo poco les tiene que envidiar a los Idi Amín o Mobutu. Su despiadado cariz le ha conferido de motu propio una silla en el Hall of fame de los más cleptócratas y crueles tiranos del continente. La fortuna amasada por Obiang y su hijo Teodorín, va desde un palacio en París a deportivos de seis cifras que supongo los conduce con un cojín bajo sus negras posaderas. Asediados por la justicia francesa y norteamericana, los Obiang desfalcan los designios de la ex colonia [española] bajo su única partitura: corruptelas, violación de los derechos humanos y empeño tras capricho mientras su pueblo a dos velas se las pasa. Dueto de analfabetos que a tarjeta desbocada ni saben lo que compran y que dilapidaron más de un millón de euros en la cómoda de Luis XIV; ¿versión eclipsada del Rey Sol y El estado soy yo?
Guinea ecuatorial es un país escasamente poblado pero rico en hidrocarburos y madera. El reparto cabal de las rentas del crudo del tercer productor de la zona, tras Angola y Nigeria, situaría al pequeño estado africano a las puertas del desarrollo humano y social. Una vieja cantinela en forma del más habitual mal africano: países con ingentes recursos naturales, que [paradójicamente] son estos la causa directa de muchos de sus males en forma de corrupción, cleptocracia y degradación del medioambiente.
El último antojo de Obiang y espero que no por ello en cinta esté, pues ya con Teodorín y sus miles de zapatos nos basta, ha sido que la selección española de fútbol juegue en Malabo. En Guinea, al igual que con el Sahara ha ocurrido, el compromiso español, si es que alguna vez realmente existió, ¿podría haberse avivado a causa del petróleo? Lo único cierto es que la francofonía desplaza al castellano y el partidito se las trae: los guineanos retan al furbo a la ex metrópoli; solo falta la arenga anticolonial del tito Obiang, una sonora pitada al himno nacional español y Villar en la grada. La selección ya ha dejado claro que no se fotografiará con el sátrapa de Obiang para no hipotecar así su prestigiosa imagen internacional. Por otra parte, la visita de tan mediático visitante será manipulada por el régimen de Teodoro y Teodorín, apodado [este último] como El Patrón y señor del bosque, para reforzar en el exterior su aparato propagandístico y echar leña a la hoguera del populismo. Y es que tal vez habría que recordarle a los Obiang como acabó Mobutu.