“El ave mágica que hechizaba con su canto”, inicia la colección de 37 cuentos que Nelson Mandela ha recogido del folclore tradicional africano para su libro “Fauvourite hitories for Children”. Una antología que, como él mismo dice en el prólogo, reúne varios cuentos africanos y “los devuelve a través de nuevas voces a los niños de África”, después de que hayan viajado por lugares remotos y que nos muestran la esencia de África. Cuentos que en muchos casos son universales “por el retrato que hacen de la humanidad”.
Un cuento es un cuento –sigue diciendo Mandela- y el cuenta cuentos “puede contarlo como le dicte su imaginación, su forma de ser y su entorno; y si al cuento le crecen alas, y otro se lo apropia no hay manera de retenerlo a nuestro lado”. Así, los cuentos viajan y se enriquecen con nuevos detalles y se alargan o se reducen y pierden detalles, pero conservan lo esencial del mensaje que quieren transmitir.
El cuento del ave mágica fue recogido por un pastor protestante a primeros del siglo XX en una región de la actual Tanzania. Los protagonistas son los niños, ellos triunfan donde mayores y jóvenes han fracasado. Los niños, “ojos y oídos de la tribu”, son la promesa de su futuro su mayor tesoro.
Había una vez un poblado, donde la gente se sentía feliz y en seguridad, hasta que un mal día la desgracia cayó sobre él. Todo lo que los campesinos plantaban desaparecía; borregos, cabras y gallinas menguaban de día en día. Hasta las puertas de graneros y almacenas eran forzadas y las reservas robadas.
Ni los más valiente y expertos cazadores conseguían echar mano a la responsable de tanta desgracia, un ave gigantesca y extraña que se había instalado en la comarca. Era demasiado veloz, y los campesinos apenas alcanzaban a verla, cuando batiendo sus gigantescas alas se refugiaba en la copa del más robusto, alto y frondoso de los árboles.
Así, la desdicha se abatió sobre el poblado. Por todas partes se oían lamentos.
Desesperado, de ver arruinadas las cosechas, diezmados rebaños y reservas de alimentos, el jefe convocó a mayores y adultos y les ordenó:
-Afilad hachas y machetes. Talad el árbol y atacad al ave como un solo hombre. Esa es la solución.
Con las hachas y machetes relucientes y afilados como cuchillas, los mayores se acercaron al árbol. Los primeros golpes cayeron con fuerza y se hundieron profundamente sobre el tronco. El árbol se estremeció y del denso follaje de la copa emergió la extraña y misteriosa ave. Entonaba una canción dulce como la miel, que caló en el corazón de los hombres al hablarles del pasado que nunca había de volver. Tan portentoso y bello era aquel canto, que de las manos de los hombres se fueron desprendiendo uno a uno machetes y hachas. Se postraron de rodillas y alzaron sus ojos llenos de nostalgia y de agradecimiento hacia el ave que cantaba para ellos.
A los mayores se les debilitaron los brazos y se les ablandó el corazón. Cada uno se decía:
-¡Imposible! ¡Esta preciosa ave no puede haber causado tantos estragos!
Y cuando el sol se hundió por el oeste volvieron al pueblo y dijeron al rey que no harían daño al ave por nada del mundo.
El rey se enfadó mucho.
-Entonces llamaré a los jóvenes para que sean ellos quienes destruyan el poder del pájaro.
A la mañana siguiente, empuñaron machetes y hachas y se dirigieron al árbol. También esta vez los primeros golpes cayeron con fuerza, las ramas se abrieron para dar paso a la bella y extraña criatura de plumaje multicolor. La bella melodía resonó. Los mozos escuchaban hechizados la canción que les hablaba de amor de valentía, de las bellas hazañas que les depararía el futuro.
-¡Este ave no puede ser mala!, pensaron.
A los jóvenes se les debilitaron los brazos, hachas y machetes se les cayeron de las manos y, como antes habían hecho sus mayores, se arrodillaron para escuchar el canto del ave.
Al caer la noche volvieron a presentarse ante el jefe. En sus oídos todavía resonaba la canción del ave.
-¡Imposible hacer lo que has pedido! ¡Nadie puede resistir a la magia de este pájaro!
El jefe montó en cólera.
-Ya sólo me quedan los niños –dijo-. Los niños distinguen lo que ven y lo que oyen con claridad. Me pondré al frente de ellos para acabar con el ave.
A la mañana siguiente, el jefe y los niños se encaminaron al árbol donde se reposaba la extraña ave. A los primeros golpes, el dosel del follaje se abrió y apareció el ave con su la deslumbrante hermosura de siempre. Pero los niños no miraron hacia arriba. Su mirada no se apartó de las hachas y machetes que empuñaban. Y se pusieron a dar golpes y más golpes, siguiendo el ritmo de su propio canto.
El ave rompió a cantar. El jefe oyó la belleza sin par de la canción y sintió que se debilitaban sus manos. Pero los niños sólo escuchaban el sonido seco y acompasado de sus hachas y machetes
Finalmente el tronco crujió y se partió en dos. El árbol se desplomó y con él cayó la extraña y misteriosa ave. El jefe la encontró aplastada por el peso de las ramas.
La gente acudió en tropel desde todas las direcciones. Los endurecidos mayores y los robustos jóvenes no podían creer lo que habían logrado los niños con sus finos brazos.
Esa noche, el jefe organizó un gran festejo para recompensar a los niños por lo que habían hecho.
-Vosotros sois los únicos que distinguís la verdad de lo que oís y veis con claridad –dijo-. Vosotros sois los ojos y los oídos de la tribu.