Los niños, la cara más castigada por el hambre y la pobreza severa

28/09/2020 | Editorial

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La crisis del coronavirus se ha cebado con los segmentos de la población más vulnerables. Ha confinado a personas que viven de la venta diaria, se ha llevado por delante a miles de ancianos y enfermos y ha quitado el alimento a quienes ya lo pasaban mal para conseguirlo.

En concreto a 19,5 millones de personas en los 13 países más afectados del mundo, entre los que constan Etiopía, Somalia, Afganistán y República Democrática del Congo. Así lo detalla un estudio publicado este martes por la Red Mundial Contra las Crisis Alimentarias.

Casi 20 millones de personas han pasado a estar en riesgo agudo de inestabilidad alimentaria en menos de un año. En abril eran 135 millones, en 55 países, según informe previo de la organización.

La incapacidad de la comunidad internacional de dar con una solución tendrá devastadoras y duraderas consecuencias en los niños, en el capital humano y en las economías nacionales, alertaba en el estudio. Pero no es solo hambre. Los menores de edad cada vez saben más de pobreza. Más de 150 millones de ellos la han conocido tras la pandemia.

Se entiende por pobreza las carencias educativas, sanitarias y de vivienda, así como la falta de alimento, agua y dinero. En total, cerca de 1,2 billones de niños afrontan un escenario similar.

En números totales, la República Democrática del Congo marca récords históricos. Tras los meses de pandemia, 21,8 millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria. Uno de cada tres congoleños. “Son datos especialmente preocupantes”. Burkina Faso, por otro lado, también preocupa especialmente a los expertos. No tanto por sus cifras totales sino por el abrupto aumento de la prevalencia —el porcentaje de afectados con respecto a la población.

En apenas julio y agosto, se ha triplicado este porcentaje, que actualmente está en un 15 %. Es decir, cerca de 3,3 millones de personas están afrontando una crisis alimentaria a raíz de los meses de la pandemia. De estos, medio millón forman parte del grupo de emergencia (fase cuatro) y 11.000 al de las catástrofes (fase cinco). El confinamiento rebosó el vaso de un país cuyo conflicto armado e inestabilidad persisten entre violencia y desplazamientos.

Una situación que también empeora para los niños. Más de 535.000 menores de cinco años están malnutridos en Burkina Faso, 156.500 en un grado severo de hambruna, según el Fondo de las Naciones Unidas para la infancia.

Esta realidad la conoce bien Médiatrice Kiburente, especialista en nutrición de la organización en Burkina Faso. No se anda con rodeos: «Estos niños están en riesgo inminente de muerte si no se hace nada». Desde el inicio de 2020, han repartido 737.000 toneladas de comida de emergencia y leche, como tratamientos rápidos para personas malnutridas.

Pero no es suficiente. El coronavirus se suma a una larga lista de condicionantes. Los conflictos armados, los desplazamientos forzosos, el cambio climático y las crisis económicas están detrás de estas aterradoras cifras que solo aumentan. Los reclamos de los agentes sociales se repiten: más financiación, acciones coordinadas y una base de datos conjunta para tener una fotografía real de los que no tienen nada qué llevarse a la boca.

Durante los meses de la pandemia se han sumado otras dificultades como el complejo acceso a los alimentos, fruto del cierre de fronteras, el desempleo y el encarecimiento de los productos.

A Djimé Adoum, secretario ejecutivo del Comité Permanente Interestatal para la lucha contra la sequía del Sahel, esta realidad no le sorprende. Guarda las cifras en la memoria: “Los precios de los alimentos aumentaron entre un 40 % y un 50 % en estos meses, las actividades económicas en la calle pararon en seco, los medios de subsistencia se han reducido hasta el 60 %…”, enumeraba sin pausa al otro lado de la pantalla. “El primer paso que tenemos que dar es hacia el acceso a los alimentos. Solo así se prevé la malnutrición”, argumentaba tras incidir en la cooperación entre países y el intercambio de “buenas prácticas”.

Hacer frente a las crisis prolongadas en cooperación ha sido el objetivo de la Red Mundial Contra las Crisis Alimentarias, creada en la Cumbre Humanitaria Mundial de 2016 por la Unión Europea, el Programa de la ONU para la alimentación y la agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Una entidad que reconocía durante la conferencia estar “aún lejos” de la meta.

Esta entidad humanitaria mundial, puede ser útil y eficaz, para asistir en situaciones de desastres naturales, pandemias y emergencias, pero nada más. Todas las agencias humanitarias no llegan a sanar las raíces del mal, y se limitan a tratar los síntomas, creando al mismo tiempo dependencias y encubrimiento de injusticias estructurales, por parte de empresas y gobiernos irresponsables y sin principios éticos.

Sin una solidaridad real, que nos lleve a crear estructuras más justas y humanas en la creación y distribución de recursos necesarios, para una vida digna para todos, incluyendo a los inmigrantes, las ayudas humanitarias pueden ser engañosas e, incluso, un blanqueo de injusticias estructurales.

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