Los nigerianos que se atreven a hablar del amor, en medio de una ofensiva contra los homosexuales

29/01/2014 | Crónicas y reportajes

La fiesta acababa de empezar cuando los disparos interrumpieron la música. Inmediatamente, los hombres se dispersaron al darse cuenta de lo que eso significaba: una redada policial.

Se habían reunido en un hotel al norte de Nigeria, en el estado de Bauchi, y habían alquilado casi todo el primer piso para una fiesta sorpresa. Pero en la ciudad dotada de minaretes, donde la sharía exige en teoría que los homosexuales sean lapidados hasta la muerte, estos momentos robados están cargados de peligro. Alguien había avisado a la Hisbah, la policía religiosa.

Cuando los policías irrumpieron aquella noche del 2007, John (nombre ficticio) se quedó paralizado de miedo. Corrió hacia una habitación, apagó la luz y se escondió debajo de la cama. Registraron cuarto por cuarto. «Entraron en la habitación. Abrieron las puertas y miraron con una linterna, pero pensaron que estaba vacía». Arrestaron a 18 personas.

Una semana después, John acudió a la oración del viernes a la mezquita. Rezó por sus 18 amigos, quienes se enfrentaban a cargos de sodomía ante el tribunal islámico. Rezó por su abogado, quien estaba obligado a colarse por la puerta lateral para acudir a la primera vista, puesto que un matón le amenazaba con lapidarle por defender el «matrimonio homosexual». Rezó para obtener fuerzas para acometer lo que había decidido hacer.

«Aquel incidente nos dio el valor para empezar algo. No nos podíamos esconder más» defiende John. Fue así, donde en uno de los estados más conservadores de Nigeria, John empezó a organizar reuniones clandestinas con otros homosexuales. Se apoyaban entre ellos cuando sus vecinos les acusaban de ser «demonios». A veces, ponían dinero en común para pagar fianzas o para comprar condones para aquellos que no podían permitírselo. Sobre todo, se ayudaban a cruzar ese horizonte solitario de vivir cada día en la negación, buscando consuelo en la mutua aceptación.

Durante años, se reunieron en secreto. Pero la semana pasada, el Presidente de Nigeria Goodluck Jonathan firmó la ley sobre la prohibición de matrimonios del mismo sexo, desatando así una ola de homofobia que amenaza con eliminar el frágil refugio que habían conseguido en estos siete años. Esta ley de gran alcance no solo persigue a los homosexuales sino a todos aquellos que apoyen sus derechos o que se nieguen a denunciarles. Según comentaron grupos defensores de los derechos humanos al periódico Observer, la semana pasada se produjeron al menos 40 detenciones, lo que ha elevado a casi 200 el número de encarcelados en Nigeria.

Uno a uno, John y sus amigos han huido de la ciudad.

«Más del 90% de los nigerianos están en contra del matrimonio del mismo sexo. Por lo tanto, la ley está en consonancia con nuestras creencias religiosas y culturales como pueblo», declaró Reuben Abati, el portavoz presidencial. Los índices de aprobación del presidente se han disparado, después de meses de malas noticias sobre la corrupción, la violencia política y la insurgencia radical islamista en el norte.

Desde su escondite, John piensa sobre qué hacer ahora. «No estoy cómodo aquí. No me puedo quedar aquí sin hacer nada».
En la habitación de un hotel de la capital, Abuja, dos mujeres en hiyab visitan a Dorothy Aken’ova para comprar artículos que son considerados de contrabando: juguetes sexuales. Una de las formas en la que Aken’ova intenta liberar, de alguna manera, a su país reprimido sexualmente es ofrecer un lugar donde las mujeres puedan sentirse lo suficientemente cómodas como para comprar lencería íntima sin ser juzgadas. Otra forma es contratar a abogados para defender a las mujeres y hombres que son arrestados por su homosexualidad.

Madre de tres hijos, Aken’ova ha llenado su agenda de la semana con llamadas telefónicas para intentar encontrar abogados que quieran representar a los detenidos. Un hombre fue arrestado porque el propietario de la vivienda le acusó de estar compartiendo piso con otro hombre.

«Los abogados que acepten este trabajo no te cobrarán mucho. Pero, a la vez, pagar a guardaespaldas armados que les acompañen no es nada barato», suspira Aken’ova antes de decirles el precio de las botellas de aceite para masaje, a las dos mujeres sonrientes.
El dinero, que a veces sale del propio bolsillo de Aken’ova, ya no es el principal problema. Sin embargo, conseguir disuadir a alguien para que acepte estos casos es más difícil, ya que muchos temen convertirse en el blanco de la sociedad. «En el momento en el que menciono derechos de las minorías de género, la gente me pregunta: «¿eres lesbiana?». Puedes percibir como quieren deshacerse de ti si tu respuesta es afirmativa», cuenta Aken’ova, cuya sonrisa brilla tanto como la flor tatuada que tiene en su bíceps derecho.

Estas reacciones son comunes en África, donde se han adoptado leyes populistas contra la homosexualidad, endureciendo incluso las leyes de la era colonial. La presión internacional contra estas acciones ha alimentado el sentimiento contra los homosexuales, y algunos líderes han utilizado su ira contra la interferencia occidental percibida como una válvula de escape. El Presidente de Uganda, Yoweri Museveni, dijo la semana pasada que la gente homosexual era el fruto de una «reproducción aleatoria» de Occidente cuando la «la naturaleza sale mal». Sin embargo, meses después, bloqueó un ley anti-gay por la presión de los donantes internacionales. A diferencia de Uganda, donde más de la mitad del presupuesto proviene de donantes de Occidente, Nigeria está repleto de petrodólares, por lo que puede desafiar esa presión.

Para los activistas, el problema empieza con el título de la ley. «La gente lo lee y piensa: vale, estoy de acuerdo. Ni siquiera se pregunta qué más dice la ley», denuncia Aken’ova, quien nunca ha oído a nadie hacer campaña por el matrimonio homosexual. «No está (únicamente) en contra de los homosexuales; está en contra de las personas».
El año pasado, un legislador dijo acerca de la ley: «tienes el derecho de elegir tu preferencia sexual, pero al querer convertirlo en matrimonio, ¿no te das cuenta de que puedes estar infringiendo los derechos de las personas que lo encuentran repulsivo?».
Por ahora, no ha habido víctimas. La semana pasada, Ibrahim Marafaa, un profesor de 47 años que fue arrestado antes de que se aprobara la ley, fue azotado públicamente y multado con 5.000 naira (24 euros) después de «confesar su anormalidad».

«Si cree que se ha llevado a cabo una injusticia, tiene el derecho de apelar en los próximos 30 días», dijo Alhassan Zakaria, el abogado de la sharía que supervisó los latigazos.

En el sur, los latigazos también son comunes. Olumide Makanjuola, un trabajador para los derechos en Lagos, cuenta como un amigo aceptó que le azotaran en un intento de «sacarle al demonio». «Solo quería dejar de ser el blanco del odio», explica Makanjuola, suavemente.
Con rastas y vestido de manera inmaculada, habla energéticamente, a una velocidad increíble, a pesar de haber estado varias noches respondiendo a docenas de llamadas.

Un poco antes, había estado hablando con su familia para asegurarles que se encontraba a salvo. Después, dos amigos llamaron para decirle que abandonaban el país. Uno de ellos, médico, le preguntó que si le podían procesar por tratar a pacientes homosexuales.

El año pasado Makanjuola registró un caso en el que cuatro hombres, sospechosos de ser homosexuales, fueron desnudados públicamente, apaleados, atados conjuntamente y obligados a desfilar desnudos en una ciudad del suroeste del país. La policía dijo que no había pruebas del incidente, a pesar de estar grabados por la multitud que se burlaba de ellos, pero abrieron investigaciones para encontrar si los hombres eran «sodomitas».

Makanjuola se niega a creer que el odio de la multitud era por la homosexualidad. Dice que fue la válvula de escape de su desesperación en un país donde la mala administración y corrupción han dejado a la mayor parte de la población empobrecida y sin trabajo.

«Es un claro ejemplo de las personas que están frustradas por el sistema. Pero la frustración debería dirigirse a nuestros líderes, que se están comprando casas en Londres y en Dubái utilizando fondos robados», señala.

Otros defienden argumentos como: «ser gay se debe a una falta de atención de los padres», expresa Abdullahi Sani, un policía que pidió tiempo libre en el trabajo para presenciar los azotes en Bauchi. «Veinte azotes es un juego de niños comparado con la ofensa. La víctima ha dejado de ser un ser humano. Ha perdido de vista a Dios».
En este clima, John ha intentado trabajar para forjar su lugar en el mundo. Asegura que su vida ha empezado a tener sentido.
Su objetivo está claro: actuar de guía en un movimiento silencioso pero creciente. Lo hace a pesar de las palabras de su padre, quien el mes pasado le dijo que dejara de asociarse con un amigo al que habían pegado recientemente.

«Lo intentaré, pero no puedo dejar de lado a un amigo de repente. Es un ser humano», le dijo John.

En una ocasión, su madre, quien murió el año pasado, le apartó y le dijo: «las personas siempre hablan. Olvídate de ellos. Solo ten cuidado y concéntrate en tus estudios», recuerda. «Mi madre me quería mucho porque era el más pequeño», explica con voz emocionada.
John intenta recordar este consejo ahora, tomando a veces a Aken’ova como referente materno. Esa mañana temprano, la llamó y le dijo que quería volver a casa. «Quédate donde estás hasta que las cosas se calmen», le contestó suavemente.

Pero el deseo de estar junto a sus amigos, incluidos aquellos que han sido liberados de la cárcel, le supera. «Solo quiero estar con ellos, aunque solo sean 30 minutos». Además, quiere obtener información para dársela al abogado. Volverá a la ciudad protegiéndose con la oscuridad a la caída de la noche. Se reunirá con los padres de uno de los que están en la cárcel y les ayudará con el dinero de la fianza. ¿Creo que es una buena idea?

El amor puede hacernos cometer locuras, le contesté. «Sí», asiente con cierto pesimismo.

Después de una pausa, vuelve a hablar. «Pero si la gente puede aprender a odiar, crees que puede a aprender a amar?

Monica Mark para the Guardian

Voices of Africa

Traducción de Mercedes Negeruela

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster