Debido a ciertas tradiciones ancestrales, como el patriarcado, y a las experiencias de la esclavitud y del colonialismo, la mujer africana en particular, ha sufrido una constante violencia y privación de dignidad y derechos humanos.
Los movimientos feministas africanos representan, en este contexto, la mayor esperanza para la liberación real de la mujer en África y para el desarrollo integral de todas sus sociedades.
Si las mujeres africanas hicieran huelga un día, el continente africano no lograría sobrevivir. La contribución de la mujer africana al bienestar familiar y social es obviamente vital e irremplazable, y ahora, ellas lo saben y se organizan.
A los ingentes retos a los que se enfrentan los pueblos africanos, como: la gobernanza irresponsable, el saqueo cruel de recursos africanos por parte de poderosas empresas y gobiernos, el desempleo endémico, las migraciones forzosas, el hambre, y los desastres naturales, ahora hay que añadir una pandemia más: la covid 19.
Solo una sociedad civil integradora y comprometida, es capaz de encontrar del camino de una liberación real de toda esclavitud, interna y externa, y de progresar hacia un desarrollo sostenible, integral y ecológico para cada país, continente y todo el planeta.
La Red Mundial Contra las Crisis Alimentarias alerta del impacto del coronavirus en las regiones azotadas previamente por la hambruna. 3.000 millones de personas no pueden acceder a una dieta sana.
Los movimientos africanos, particularmente de mujeres y de estudiantes, han logrado en numerosos países, y durante las últimas dos décadas, grandes avances en la esfera de la buena gobernanza, del respeto por los derechos humanos y en la resolución de conflictos respetando la justicia transicional.
Las cuestiones de género, están ocupando un espacio central tanto en los programas políticos, como en los escenarios donde se toman las decisiones importantes. La presencia de la mujer africana, en la toma de decisiones políticas, aunque todavía deficiente, sigue mejorando. En África tenemos una media del 26 % de representación femenina parlamentaria, aunque en algunos países, como Etiopia y Ruanda, se supera el 50%.
A pesar de la lentitud del progreso, lo que sí se ha conseguido es que temas como la eliminación de la violencia de género, la preocupación por el trabajo doméstico no remunerado, el fomento de la igualdad de género o las reformas legales que permiten a las mujeres participar de forma más activa en la vida pública, ocupen un lugar predominante en el escenario público y político.
África, el continente más joven del mundo con una media de edad de 19 años, tiene el reto de garantizar los derechos económicos de las mujeres. Según la ONU, siete de cada diez mujeres en África subsahariana están en edad laboral. Sin embargo, la mayoría de ellas están ocupadas en trabajos informales, mal remunerados y poco productivos. Un 76?% trabaja en la economía informal no agrícola, en comparación con el 59?% de los hombres.
Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo sobre El trabajo asistencial y los trabajadores asistenciales para un futuro trabajo digno, para el año 2030, cerca de 2.300 millones de personas necesitarán cuidados debido al aumento de niños y personas mayores.
La carga de las labores del cuidado no remunerado descansa, principalmente, en las mujeres. Estas realizan el 76,2?% de las horas de trabajo no remunerado de tipo asistencial, lo que significa tres veces más que el de los hombres en todo el mundo. Lo mismo sucede en África.
La llamada a un reconocimiento, redistribución y remuneración de trabajos asistenciales no pagados está en el centro de la agenda feminista, no solo en África sino en todo el mundo.
La activista feminista Stella Nyanzi arremetió contra el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, y su esposa, Janet Museveni, ministra de Educación, por no cumplir su promesa de facilitar compresas a las alumnas. Nyanzi captó la atención nacional e internacional con un lenguaje mordaz, lo que le valió ser acusada de «comunicación ofensiva» y «acoso cibernético» por el propio presidente. Como resultado de ello, fue detenida en 2018.
La profesora Oyeronke Oyewumi habla de esta hipocresía: «No me gusta la palabra cultura, porque se ha usado de manera muy negativa. No me gusta la cultura como una forma de explicar cosas en este continente, porque lo que veo es lo que llamo culturas de la impunidad, que ya representó la colonización».
A principios de marzo de 2019, cinco hombres fueron condenados en Puntlandia (Somalia) por la violación en grupo de una joven de 16 años. En la misma semana, Aisha Ilyas Adan, una niña de 12 años, fue violada y su cuerpo desmembrado por siete niños conocidos por su familia. Las mujeres somalíes salieron a la calle para protestar por un clima de violencia contra las mujeres que se acentúa por la inseguridad y se diluye entre la opinión pública, debido a la gravedad de la situación general del país.
Cada vez son más las protestas organizadas por colectivos feministas, muchas de ellas a través de las redes sociales. Esto ha dado una visibilidad inédita a este movimiento. #MenAreTrash, la poderosa y provocativa etiqueta, que comenzó como forma de protesta contra el abuso sexual y el feminicidio en Sudáfrica, pronto se extendió entre otros muchos colectivos feministas africanos, que lo están utilizando cada vez más para desafiar –aunque sea de forma soez y grosera– a la misoginia.
En marzo, las feministas kenianas organizaron marchas contra el aumento de asesinatos de mujeres con otra etiqueta: #TotalShutDownKe.
El crecimiento de las redes sociales ha multiplicado las formas en las que las mujeres africanas, pueden conectarse, movilizarse y luchar por una cultura africana realmente inclusiva y participativa.