Los escritores africanos no pueden continuar siendo marginados por el resto del mundo

14/12/2010 | Crónicas y reportajes

En la mayoría de las grandes librerías de todo el mundo, incluyendo las de ciudades africanas como Nairobi, las novelas escritas por africanos están a menudo recluidas en guetos en esquinas remotas junto a la sección de Viajes o Antropología. Este fenómeno es el resultado de una gran variedad de factores.

Uno: que se asume que las novelas africanas son valiosas no por las historias que cuentan, sino por los entendimientos que nos proveen acerca de la cultura y la tradición africana.

Dos: hay una extendida creencia, especialmente entre los críticos liberales de Occidente, sobre que la “novela africana” es un género especial que debería ser juzgada en el contexto del background del autor y sus tradiciones estéticas e históricas, y no por reglas occidentales.

Tres: los dueños de las librerías asumen que los lectores de libros africanos sólo los leen cuando son forzados a hacerlo, como por ejemplo los estudiantes de Historia y Sociedad africanas, o los corresponsales extranjeros enviados a cubrir “el continente negro” o como profesores de literatura que se ven obligados a hacer un análisis comparativo entre la Literatura Occidental y la Africana.

Lo más interesante acerca de esta reclusión en el ‘gueto’ de los libros escritos por Africanos es que mientras que los libros sobre África escritos por occidentales encuentran su sitio en las secciones de ficción o no ficción, los libros sobre África escritos por africanos tienen su ‘propio’ espacio en la parte de atrás de la librería, donde sólo pueden ser encontrados por aquellos que van a buscarlos.

Así, por ejemplo, un título mediocre como The White Masai, de Corrine Hofmann, se situará en un lugar prominente de la librería, mientras que el imprescindible Decolonising the Mind, de Ngugi wa Thiong’o, será relegado al último rincón o incluso no habrá existencias.

Nadie entiende mejor este fenómeno que la escritor zimbabuesa Petina Gappah, cuya colección de historias cortas, An Elegy for Easterly, fue recientemente nominada para el prestigioso premio Orwell de escritura política. En el Festival Hay Storymoja de Nairobi, Petina se preguntaba si la etiqueta ‘escritor africano’ es un impedimento para entrar en la llamada ‘Literatura africana’ y si esta etiqueta se basaba en la falsa asunción de que una historia escrita por un africano es representativa de toda su sociedad. Esto nos lleva a la cuestión de la ‘autenticidad’ y si los escritores africanos son fieles a sus tradiciones y valores o simplemente están copiando las formas literarias de occidente.

En opinión de Petina, esta discusión es engañosa, sino un poco paternalista. La gente escribe porque tiene algo que contar, no porque quieran ser embajadores de toda su sociedad. “Escribir no está relacionado con representación”, explica, “Se trata de mi punto de vista sobre el mundo y los mundos que habito”. “Y esos mundos pueden ser reales, como Zimbabue, donde crecí, o Génova, donde he vivido durante muchos años, o pueden incluso ser mundos de mi imaginación que nunca he visitado. Pero mis historias son mías, no son la voz de cada zimbabuense”.

La narrativa sobre África ha sido, hasta muy recientemente, contada por escritores africanos tales como Joseph Conrad o Karen Blixen. Estos trabajos a menudo presentaban a los africanos como seres salvajes que habitaban lugares maravillosos sólo accesibles a los europeos más aventureros. Pero esto ha ido cambiando poco a poco con la emergencia de nuevos escritores como Chimanda Adichie y Ben Okri, que han ayudado a cambiar la idea sobre la literatura hecha por africanos y que ahora empiezan a ser juzgados no como ‘escritores africanos’ sino como iconos literarios por su propio derecho.

El Festival Hay Storymoja es en sí mismo un intento de acercar la literatura hecha por africanos al circuito literario global y, a la vez, exponer a los no africanos a la literatura que se hace en el continente.

Escrito por RASNA WARAH

Publicado en Daily Nation, Kenia el 10 de octubre de 2010.

Traducción y edición: Aurora Moreno Alcojor.

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