Los dos varanos , Traducción del francés por María Puncel

5/03/2012 | Cuentos y relatos africanos

Dos varanos (*) que habitaban en la misma orilla del río se encontraron una mañana cuando se dedicaban a la pesca.

Después de saludarse, según costumbre, se presentaron. El primero se llamaba «Cola-arrastrada» y el otro «Cabeza-alerta».

Les alegraba tanto haberse encontrado, que estaban a punto de contarse el uno al otro cuál era el mejor sitio para la pesca, lo que dicho entre nosotros es la mayor prueba de amistad que se pueden dar dos varanos pescadores.

-¿Atrapas muchos? -preguntó Cola-arrastrada».

-Raramente se me escapa alguno -presumió «Cabeza-alerta»- ¿Y tú?

-Yo atrapo diecinueve sobre veinte -aseguró el otro sin pestañear.

Un varano, que ni pestañea cuando alardea de esta forma, es una cosa tan cómica, que yo, el hombre que estaba sentado en lo alto de una roca vigilando las líneas de anzuelos de fondo, no pude evitar una sonrisa.

Cola-arrastrada, al que no le caigo bien, porque me acusa de que pesco en sus aguas, me miró de soslayo y me volvió la espalda con desprecio.

Oí como le decía a Cabeza-alerta:

-¿Te has fijado en ese tipo pescador que está ahí arriba petrificado sobre su roca?

-¿Quién, dónde?

-¡Ahí, ahí arriba…! -y con la punta de su morro negro y arrugado me señaló a su nuevo amigo sin pizca de cortesía- ¿No dirías que pretende hipnotizar a los peces con su barriguda figura y sus ojos saltones?

Os aseguro que al oír esto, la sonrisa desapareció de mis labios. Conozco de sobra a los animales de la selva y sé que dicen siempre lo que piensan de los hombres.

Y no me gustó nada saber que me veían barrigudo y con ojos saltones.

Fingí que no entendía el lenguaje de los varanos. Es lo mejor que se puede hacer cuando se es objeto de las burlas de un charlatán incongruente.

Después de todo, me dije a mí mismo para calmarme, él es muy libre de pensar sobre mi aspecto lo que quiera.

También yo puedo decir en mis cuentos que los varanos tienen el hocico en punta y una maligna mirada en sus ojillos.

Después de todo ¿no he sido yo el primero en burlarme de ellos al contaros que Cola-arrastrada tenía un aspecto cómico?

Mi sonrisa no le había pasado inadvertida y fue en mis labios donde había sorprendido lo que debo deciros.

Porque si es que habéis creído hasta ahora que los animales, ya que no saben hablar como nosotros, no nos entienden ¡estáis muy equivocados!

Lo mismo que yo he llegado, a fuerza de observarlos, a entender hasta las más complicadas frases de su lenguaje, ellos llegan, al menos los que viven cerca de los hombres, a comprender hasta los menores matices de nuestro pensamiento. Y esto se comprende fácilmente: mientras estamos a la orilla del río perdidos en nuestras ensoñaciones, los peces tienen todo el tiempo del mundo para leer en nuestro rostro toda la gama de las emociones que nos embargan, mientras les tendemos nuestras trampas.

¡Disfrutan tanto tanteando el anzuelo, atacándolo por los costados para robarle el gusano, ya que saben que la punta es mortalmente peligrosa…!

Si habéis sido pescadores con caña os acordaréis, seguramente, de alguna de las luchas mantenidas contra un «malangua» que se burla de vosotros y os provoca con su mirada entre dos aguas, con sus golpecitos con el morro al anzuelo, que despoja tranquilamente cada vez que volvéis a ponerle un nuevo cebo.

Ni lo dudéis un momento, ¡se está juergueando!

Los pájaros, los lagartos, las moscas, las mariposas y por supuesto los varanos conocen a los pescadores de caña y también a los pescadores de fondo como conocen el musgo de la roca y su nido de hebras de paja.

¡La de veces que les he visto instalarse a mi alrededor y hacerse señas entre ellos con la cola, con el pico, con los ojos… y lanzar un gritito con aire inocente que en realidad pretende significar:

-¿Te has fijado en este «formidable» pescador de caña?

Y luego, cuando no pesco nada, las moscas se ponen a volar a ras de agua, justo en la superficie, para, en beneficio de las aves pescadoras, llamar la atención de los pececillos que ellas atrapan, entonces, a más y mejor con toda facilidad.

Pero, un tonto amor propio me ha llevado lejos de mi historia, ¡porque tengo una historia que contaros!

Mientras ellos me contemplan sin interés, una bandada de pececillos empieza a moverse descuidadamente por la superficie de la olillas de la playa.

-Demasiado pequeños -murmuró Cabeza-alerta-. Un varano que se precie no se molesta por tan poca cosa.

Pero la cosa se le puso difícil, el sol se alzó y el apetito apretó. Se metieron en el agua. Yo tuve el placer de sacar justo delante de sus morros un hermoso pez «mbutu» que a ellos les hubiera venido muy bien.

Esta pesca me reconcilió con ellos, porque me gustó ver que ellos atraparon uno muy parecido igual casi al mismo tiempo.

Apenas tuve tiempo de ver cómo le perseguían cuando ya les vi arrastrando entre los dos hasta la orilla el mbutu que habían atrapado.

-¡Yo lo tengo! -gruñó Cabeza-alerta.

-¡Es mío! – dijo Cola- arrastrada.

-¡Suéltalo, o si no… – amenazó el otro.

-¡Pues no faltaría más, una presa que yo he visto el primero!

-¡Y que yo he sido el primero en atrapar!

Mientras tanto, el mbutu, se las arregló de manera que consiguió deslizarse hasta el río. Desgraciadamente para él, atraído por el escándalo de la disputa se acercó un gran cocodrilo.

Su nariz a ras del agua, había percibido el aroma de algo apetitoso a la orilla del río.

El cocodrilo es el tiburón del río, no tiene escrúpulos, el muy fresco.

-Escuchadme -les dijo a los varanos-. Voy a poneros de acuerdo.

Se lanzó sobre el mbutu con la bocaza abierta y le mordió por la mitad.

-Que uno le coja por la cabeza y otro por la cola.

Y como había puesto fin al litigio de esta manera, dijo:

-¡El resto me lo quedo yo!

Lo mismo que entre nosotros, me dije a mí mismo. Cuando dos hombres no consiguen ponerse de acuerdo, su discusión siempre llama la atención de un tercero más fuerte, que no les deja más que la cabeza y la cola del bien que se estaban disputando.

Tomado del libro Ce que content les Noirs, pág.83.

Texto original: Olivier de Bouveiges

Traducción del francés: María Puncel

* Varano: cierta variedad de cocodrilo de menor tamaño que ése.

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