«Dologuélé… Touadéra…, Dios decidirá». Al igual que a muchos centroafricanos desplazados en el campamento de M’Poko en Bangui, poco le importa el nombre del futuro presidente. Marcelin lo primero que quiere hacer es salir de la chatarra en la que lleva dos años viviendo y volver casa.
Eran miles de ellos los que el domingo pasado se trasladaron cerca del campamento para votar en unas elecciones destinadas a sacar al país de tres años de violencia intercomunitaria. La segunda vuelta de la elección presidencial, cuyos resultados se están haciendo esperar, enfrenta a dos ex primeros ministros, Anicet Georges Dologuélé y Faustin Archange Touadéra.
El campamento de desplazados de M’poko, uno de los más grandes del país, acoge todavía a 28.000 personas, frente a las 100.000 de 2013, cuando el país se sumió en el caos. Pero a medida que iban acercando las elecciones, varios cientos de familias desplazadas han regresado “buscando refugio, en caso de que pase algo», dijo un trabajador humanitario.
En los callejones polvorientos de la zona 13, una zona del campamento, Francis Clothaire Himelet lleva todavía una camiseta con la imagen de Martin Ziguélé su candidato preferido eliminado en la primera ronda el 30 de diciembre. «Para mí, este es mi presidente», explica el joven.
A pesar de la presencia en el campamento de numerosos jóvenes pertenecientes a las milicias armadas anti-Balaka, la votación se llevó a cabo de manera pacífica.
Marcelin no encontró a su nombre en la lista y fue enviado de colegio electoral en colegio electoral durante toda la mañana, para volver finalmente con las manos vacías. «No es grave, está bien, por lo menos mi esposa votó», dijo en tono conciliador. «Ahora solamente esperamos el anuncio de los resultados para irnos, si la seguridad está asegurada nos vamos a casa.»
Bajo la tienda de Nadège, donde el calor es sofocante en plena estación seca, la familia M’Boma repite a coro que sólo piensan en volver a su vida anterior. Para dormir diez personas se aglomeran en un solo colchón: Nadège y su marido, sus seis hijos y los sobrinos que acogieron cuando sus padres fueron asesinados por “los musulmanes”.
La gran mayoría de los desplazados en M’poko son cristianos, muchos de los cuales vivían en el distrito 3 de la capital, cerca del enclave musulmán que fue durante meses el epicentro de la violencia que causó miles de muertes en Bangui.
Empezar desde cero
Sus casas fueron destruidas o saqueadas, al igual que las escuelas, por lo tanto, hay que empezar de cero.
«Quiero volver, pero todavía tengo miedo, reconoce Dieu Béni. El nuevo presidente debe desarmar a las milicias, de lo contrario no me moveré de aquí. Creemos que la paz ha vuelto pero las armas siguen ahí escondidas por todas partes en las casas».
Llegó uno de los primeros, durante uno de los días más sangrientos de la crisis de la RCA: el 5 de diciembre de 2013. Ha vivido las falsas esperanzas de volver, apenas unas semanas después de haber recuperar su casa, la ciudad estaba de nuevo en llamas en cuestión de minutos.
Dieu Béni no cuenta el número de veces que ha tenido que regresar a toda prisa, al campo cercano a las bases de soldados franceses de Sangaris y de cascos azules de la Minusca desplegados como fuerzas de mantenimiento de la paz.
Pero es cierto que desde hace varios meses, las balas ya no silban por encima de las tiendas de campaña y chozas de hojalata. La vida se ha reanudado entre el ir y venir de los comerciantes que se abastecen en los mercados de la capital, los golpes de martillo de los carpinteros y los niños corriendo por todos lados.
Para matar el aburrimiento de los más ociosos la ONG “Première urgence”, administradora del campamento, organiza juegos y un concurso de cultura general en los que se anima a los participantes a responder animados por cientos de personas y niños reunidos bajo el sol.
«Antes los jóvenes anti-Balaka venían a estos juegos con las armas en la mano. Ahora vienen con las manos en los bolsillos, que ya es un gran paso».
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Fundación Sur