Me telefonearon para acudir a un entierro. “Es en la iglesia de San Matías”, me dijo la persona que me llamó. Los muertos, dos, eran el conductor de un camión que transportaba ganado y su ayudante, ambos musulmanes. Los habían matado unas horas antes a pocos kilómetros de Bangui y la policía había traído sus cuerpos para entregárselos a sus familiares, en el barrio musulmán de la capital centroafricana.
Cuando ocurren incidentes así no es fácil abrirse paso en medio de una maraña de versiones contradictorias y rumores hasta llegar a saber con claridad que ocurrió. Lo supe al día siguiente: el camión se dirigía al mercado de ganado que abastece el matadero cuando se detuvo en un control de la gendarmería. Mientras estaban parados, un hombre del pueblo cercano se metió debajo, con un bidón, para robar combustible del depósito. El chofer, al terminar sus papeleos y sin tener ni idea de lo que pasaba entre las ruedas de su camión, arranco y se llevó por delante al ladronzuelo, que murió aplastado. Cuando la gente se dio cuenta, le pararon y la muchedumbre enfurecida mataron a los dos ocupantes de la cabina del camión.
Cualquiera que haya vivido algún tiempo en prácticamente cualquier país africano sabe perfectamente que si tienes la mala suerte de atropellar a una persona, es muy imprudente detenerte en la carretera porque te expones a que te den una paliza o incluso te maten en el acto sin que nadie se pregunte de quien ha sido la culpa. En el caso que nos ocupa, es muy probable que eso fuera la que ocurrió: conduces un camión que acaba de atropellar y matar a un hombre. Lo mismo da si era un ladrón, lo mismo da si te percataste o no de su existencia. “Aquí somos todos cristianos y seguimos la ley de Moisés, ojo por ojo y diente por diente”, me dijo una vez un hombre que acababa de participar en la lapidación de un conductor, tan orgulloso el de su supuesto cristianismo.
Pero cuando los dos cadáveres llegaron al barrio musulmán y sus familiares les amortajaron, la versión que corrió en pocos minutos fue algo distinta: “les han matado por ser musulmanes”. En poco tiempo un grupito de jóvenes de su clan salió a la avenida principal en busca de cristianos. El primero con el que se toparon era un chico que transportaba mercancías con su carretilla. Sin mediar palabra le tiraron al suelo y le degollaron. Más adelante, se encontraron con otro que llevaba pasajeros con su moto-taxi y le apuñalaron hasta que se desangro Cuando estaba casi muerto, uno de los vengadores le reconoció: “que hemos hecho, este chico no era cristiano sino musulmán”. En fin, un fallo lo tiene cualquiera, y más en un momento de ofuscación.
Yo llegue poco después, cuando me llamaron para el entierro. Me sorprendió poco ver el barrio bastante vacío, sin su bullicio habitual, y las tiendas cerradas. No sabía que acababan de vengarse matando a los dos jóvenes. Fui directo a la iglesia de San Matías. En realidad, allí no hay ninguna iglesia. Hubo una parroquia que fue abandonada en 2014 durante el peor momento de la crisis y en 2015 se convirtió en una base de una milicia musulmana. En 2017, cuando el jefe de esta banda fue muerto a tiros por la policía centroafricana, sus seguidores incendiaron la iglesia y convirtieron su recinto en un cementerio musulmán. Allí pase algún tiempo hablando con sus familiares, mientras picaban el duro suelo para hacer las tumbas.
Nada de esta locura es exclusiva de África, aunque he de decir que en los conflictos que me ha tocado vivir en varios países uno se encuentra hasta la saciedad con la repulsión de la venganza. Si un musulmán ha matado a un cristiano, buscamos a un musulmán o dos y los matamos, aunque ellos no hayan tenido la culpa de nada, que para eso somos buenos cristianos y seguimos la ley de Moisés, como me dijo aquel hombre. Y si unos cristianos han matado a mi hermano musulmán, buscamos a uno o dos cristianos (aunque a veces podamos tener algún fallo) y los degollamos en plena calle.
Sé que no todo el mundo tiene esta mentalidad, aunque si me preocupa que cuando sucedan estos casos sean muy pocos, líderes religiosos incluidos, los que reaccionen y se opongan abiertamente. Pocas cosas me dan más rabia, y más pena, en este lugar donde vivo.
Origial en : En Clave de África