Todas las estadísticas sobre educación nos dicen que el número de niñas que frecuentas las escuelas en África es mucho menor que el de niños. Además, las que van a la escuela casi todas abandonan los estudios al terminar la Primaria. Enseguida las madres las reclaman para echarles una mano en los trabajos domésticos y cuidar de los hermanitos más pequeños.
La consecuencia es, que un buen número de madres de familia son analfabetas o apenas saben los rudimentos de la lectura y escritura.
LOS CENTROS PARA MUCHACHAS Y MUJERES
Hoy día existen en África millares de centros, más o menos desarrollados y apertrechados, según los ambientes rurales o urbanos y los medios con que cuentan. En general enseñan algo de puericultura e higiene, al mismo tiempo que aprenden a leer y escribir en la lengua local.
Otros centros están especializados en algún artesanado: Hilar el algodón local para tejerlo en telares manuales, como hacen desde tiempos inmemoriales los hombres tejedores expertos. Otros enseñan la cerámica, para fabricar pucheros, tinajas y orzas. El corte y confección con los tejidos de algodón y modelos nacionales, pues en muchos lugares de África se va desarrollando una moda autónoma. Lo mismo podemos decir de la cocina.
ALGUNOS EJEMPLOS CONCRETOS
En mis largos años de permanencia en África, tanto en Mozambique como en Burkina Faso, he conocido toda clase de esos centros, casi siempre regentados por las Hermanas Misioneras o por cooperantes. Desde que estoy jubilado en España, he colaborado en el montaje de varios centros.
El más reciente, que funciona en Tugán, país Samo del norte, en Burkina, donde fui párroco seis años, es un centro para aprender a tejer el algodón local de muy buena calidad. Aunque el programa se completa con nociones de escritura y lectura para las analfabetas y las muchachas solteras se preparan a la función de esposas y futuras madres de familia.
Lo mismo aconteció en Liberia, donde en 1993, al terminar la guerra civil, que duró 8 años, había bastantes viudas y chicas huérfanas. Sin una actividad que las tornara independientes, estaban expuestas a los abusos de la calle, a la mendicidad, a la prostitución y los casamientos forzados. Empezaron con la costura, el corte y confección, el ganchillo, la formación humana y luego también, para las que lo deseaban, la catequesis preparatoria al bautismo y al matrimonio.
En un centro de Bamako, capital de Malí, las chicas y las mujeres aprenden peluquería, pues entre los peinados tradicionales femeninos los hay que son muy complicados. Otras descubren los secretos de la repostería, que luego venden en el mercado, otras fabrican jabones artesanales, o se inician en teñir telas, que ellas mismas o sus compañeras han tejido.
Todas estas actividades van orientadas a que tengan un medio de vida independiente y que no estén sólo dependiendo de los hombres de la familia, sobre todo las viudas y las chicas solteras.
PROPORCIONAR INSTRUMENTOS DE TRABAJO
Otra de las preocupaciones de los centros es, que las alumnas al terminar su formación tengan los útiles o herramientas de trabajo. Con el diploma debajo del brazo, quizás puedan encontrar un empleo, pero si pretenden ser autónomas, tienen que disponer de máquinas de coser a pedal, (como usaban aún nuestras abuelas), tijeras, agujas de tricotar, moldes de cocina y repostería, telares manuales locales, piedras de moler y morteros, etc..
En muchos lugares se ha creado un fondo solidario especie de Caja Común, que presta a las mujeres sin intereses, las cantidades necesarias para adquirir los útiles de trabajo y ellas van reembolsando a medida que van ganando dinero con su trab,ajo. En general son buenas pagadoras.
EL SOSTÉN DE LA FAMILIA
En África, casi siempre es la madre quien saca adelante la familia y tiene que luchar para que los hijos pequeños coman, se vistan, vayan a la escuela y llevarlos al dispensario o al hospital, si enferman.
Además ayudan al marido en los trabajos de los campos y las labores de los cultivos. Procuran el agua necesaria para la casa en el pozo o en el río.
La jornada laboral de las madres de familia africanas en las zonas rurales alcanza fácilmente las 18 horas diarias. Por eso, cuando yo afirmo que ellas son «Las locomotoras del desarrollo» no exagero.