“Lo que el camello imagina, el camellero adivina”

13/01/2020 | Opinión

“Lo que el camello imagina, el camellero adivina”

[Proverbio árabe]

Yeda, situada en la provincia de La Meca, es, con sus casi 4 millones de habitantes, el más importante puerto de Arabia Saudita, pero Riad (con casi 8 millones de habitantes) es la capital política y económica del país. Un periodista local comentaba esta semana que mientras los dos equipos madrileños de Zidane y Simeone se disputaban en Yeda la Supercopa española, en Riad, miles de camellos participaban en las diversas competiciones de velocidad y belleza durante el “King Abdulaziz Camel Festival” (15 de diciembre al 18 de enero), un festival anual patrocinado por el Rey saudí para “consolidar la importancia del camello en la cultura Saudí, Árabe e Islámica” y “promocionar la importancia del camello en el deporte, turismo y economía saudíes”. Para prepararse al concurso de belleza, las camellas siguen una dieta oficial a base de verduras y cebada. Y en la pasada edición, con un primer premio de $370.000, el jurado descalificó a 12 concursantes a las que sus dueños habían inyectado bótox.

Esta misma semana nos llegaba desde Australia la noticia de que las autoridades australianas habían decidido sacrificar unos 10.000 camellos en la reserva nativa de Anangu Pitjantjatjara Yankunytjatjara (APY) en el Noroeste del país. A causa de la sequía y de los fuegos numerosos camellos salvajes se acercan a las poblaciones en busca de agua y causan numerosos desperfectos. “Estamos atrapados en condiciones apestosas y de calor excesivo”, ha explicado Marita Baker, miembro del comité ejecutivo de la APY, “porque los camellos derriban las vallas, rodean las casas e intentan beber el agua de los aparatos de aire acondicionado”. Entre 1870 y 1920, las autoridades coloniales introdujeron en Australia, provenientes de Arabia, India y Afganistán, unos 2.000 camelleros y cerca de 20.000 camellos, en su mayoría dromedarios, diferentes del camello bactriano que tiene dos jorobas. Capaz de pasar semanas sin beber, y apto para soportar fuertes cargas, el camello fue el animal ideal para la exploración y el transporte en el vasto continente australiano (7,7 millones k2, más del doble que la India), en condiciones climáticas extremas. Anna Kenny, coautora de “Australia’s Muslim Cameleers: Pionners of the Inland, 1860-1930” mantiene que aún no se ha reconocido adecuadamente la contribución económica y cultural de esos camelleros, que tantas líneas de comunicación y comercio abrieron. El tren de lujo que une Adelaide con Darwin pasando por Alice Springs, se llama “The Ghan”, en homenaje a los camelleros, llamados genéricamente “af-ganos”. La motorización del transporte hizo que la industria del camello se derrumbara a partir de 1930. Miles de camellos fueron soltados en la naturaleza. Tan bien se adaptaron que a partir de 2009 el Australian Feral Camel Management Project (AFCMP) organizó el sacrificio masivo de camellos salvajes, reduciendo su número de 1,2 millones de camellos salvajes a unos 300.000 en 2013.

dromedario_cc0.jpgCuantitativamente, el medio millón de camellos del continente australiano son hoy poca cosa en comparación con el más de un millón en países como India, Etiopía o Mauritania, el 1,6 millones de la Península Arábica (la mitad en Arabia Saudí), los 3,2 millones en Sudán, o los 7 millones de camellos de Somalia, el país del mundo con más camellos. El camello es para los somalíes fuente de alimentos, seguro contra los desastres ambientales, y de importancia capital en la economía nacional. Según un estudio de la FAO, un somalí bebe anualmente 223 litros de leche de camella. El país exporta cada año a Arabia Saudí 7.000 camellos que son sacrificados durante la peregrinación ritual a La Meca, lo que supone un aporte de €50 millones a la economía somalí. Pero sobre todo el camello es para los somalíes fuente de prestigio y expresión de su propia identidad. “A los somalíes se les puede llamar individualistas, apegados a su clan, tenaces, tal vez egoístas, astutos”, escribía hace más de quince años John-Thor Dahlburg en “Los Angeles Times”, “y eso sólo se comprende si se piensa en el camello”. “Como el camello, el somalí tiene que ser fuerte, inteligente, resistente”, explicaba Mohamoud Abdillahi, presidente entonces de la Comisión Nacional de Ganadería. En cuanto a la mujer, se compara su elegancia con la del camello caminando sobre las arenas movedizas.

De ahí la desesperación somalí durante la sequía de 2017 (18 millones de personas en riesgo de hambruna, de ellos 6 millones en Somalia y Somalilandia) al ver que hasta los mismo camellos morían. “Son la otra cara de la sequía”, escribió Bruno Meyerfeld en Le Monde, “Esos enormes cadáveres que yacen a cientos en el desierto somalí, sus huesos abandonados y secándose al sol sin que nadie se atreva a tocarlos, como si sus cadáveres fueran malditos”. Se comprende también la reacción de los somalíes al enterarse de que las autoridades australianas querían sacrificar 10.000 camellos en una reserva nativa en el Noroeste de Australia. Tras enterarse de la noticia por la BBC, Abdiweli Duale tuiteaba en Joyonline: “El gobierno australiano va a matar 10.000 camellos en 5 días. Es como si se hubieran olvidado del inmenso amor de pueblo somalí para los “jil” [así se les llama en Somalia]. Alguien debería decirle a Australia que nos manden esos camellos. Abdikarim Ahmed Moge añadía: “¿Por qué tanta crueldad? Que los manden a Somalia. Los somalíes aman a los camellos”. Y Awalerashidi: “Que devuelvan nuestros camellos a su sitio de origen. ¡Son nuestros camellos!” Y es que, aunque los historiadores no estén de acuerdo, muchos somalíes están convencidos de que en el siglo XIX los británicos se apoderaron de rebaños de camellos en lo que hoy es Somalilandia, y los enviaron a Australia. Por eso Bidhaan Dahir, del servicio somalí de la BBC podía resumir así el pasado 8 de enero: “Indignados, los somalíes instan a los australianos a que no sacrifiquen a los camellos y los envíen al Cuerno de África, para que ellos los puedan cuidar”

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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