El derrame de una cantidad enorme de petróleo en las instalaciones de la British Petroleum en el golfo de México ha merecido la reacción inmediata del gobierno de Obama,la protesta airada de grupos ecologistas, amenazas de reclamo de indemnización de los estadounidenses afectados y toda la atención de los medios de comunicación mundiales, que durante varias semanas nos han tenido al corriente del desastre con toda clase de detalles. Los medios y toda la maquinaria política han hecho que la British Petroleum tuviera que aceptar su responsabilidad y que perdiera sus buenos millones de dólares, hasta el punto de que durante las últimas semanas, las acciones de la BP han caído en un 18%. Pero estas cosas no sólo ocurren en Estados Unidos. En las costas de África donde las compañías petroleras extraen petróleo ocurren, desde hace bastante tiempo, desastres ecológicos de gran envergadura comparables a los ocurridos frente a las costas de Luisiana. Pero África no es Estados Unidos y estos incidentes no atraen la atención de los medios de comunicación, aunque no por eso son menos graves.
Como contraste, en Nigeria, la prensa internacional no se ha interesado por el derrame de crudo que ha salido del oleoducto durante las últimas semanas debido a averías que las compañías, particularmente la norteamericana Exxon, no se han dado ninguna prisa en reparar. Exxon no ha querido dar ninguna explicación sobre este desastre, pero fuentes citadas por la agencia Reuters aseguran que durante la semana pasada se perdió cada día una cantidad equivalente a 100.000 barriles de petróleo.
El experto Holly Pattenden, asesor del Business Monitor International, ha dicho que “Si el desastre provocado por la British Petroleum hubiera ocurrido en el Delta del Níger, nadie habría movido un dedo”. El buen señor tiene más razón que un santo. Baste pensar que el gobierno de Nigeria lleva décadas quejándose a la compañía petrolera más grande que opera en Nigeria, la Shell, por derrames de crudo en sus costas, sin que hasta la fecha ésta haya pagado indemnizaciones al gobierno, y menos a los habitantes de las zonas donde extraen el petróleo y que se ven tan perjudicados como lo pueden estar los pescadores de las costas de Estados Unidos. Shell ha reconocido que el año pasado los derrames supusieron pérdidas de 14.000 toneladas, el equivalente a 280 barriles al día, pero ha querido exonerarse diciendo que la mayor parte de estas pérdidas se produjeron por ataques de militantes armados.
En África hay desastres ecológicos causados por compañías extranjeras que claman al cielo, pero de los que nadie habla. Yo mismo he visto montañas de deshechos electrónicos a las afueras de Accra (la capital de Ghana), ciudades del interior de Uganda y Sudán y sus alrededores que parecen permanentemente envueltas en plástico y que están arruinando la agricultura local y provocando la muerte por asfixia de cabezas de ganado, y selvas de la República Centroafricana arrasadas por compañías madereras francesas y sirias. Desastres de este tipo sólo atraen la atención internacional cuando ocurren en nuestro mundo desarrollado, pero si tienen lugar en África eso ya es harina de otro costal. No hay más remedio que volver a constatar que, por desgracia, lo del uso de las dos varas de medir a la hora de calibrar las responsabilidades de medio ambiente de las compañías transnacionales según dónde cometan sus torpezas sigue siendo una realidad.