Liberia nace de un soborno, por Nuno Cobre

3/11/2014 | Bitácora africana

Reseña literaria de ‘La Casa de la playa de Azúcar’ de Helene Cooper (2) de (5) –

Helene Cooper cuenta que tenía antepasados en los barcos colonizadores que llegaban de los Estados Unidos, concretamente Elijah Johnson, un hombre con mucha personalidad y un tanto rebelde que venía en uno de esos barcos que arribaron a la costa liberiana para asentarse en ella.

Poco después del “trato” o soborno (como se ha dicho anteriormente, Liberia nace tras el soborno por 300 dólares de King Peter a manos de los Congos y la Sociedad Americana de Colonización) Elijah Johnson y otros colonos que no habían muerto de malaria, llegaron a Bushrod Island para construir sus casas antes de que llegase la época de lluvias. Pero los Dey se opusieron a esta ‘invasion’ y los colonos reaccionaron reagrupándose.

El Dr. Ayres, el agente blanco que negoció el contrato con King Peter, arma en mano, trató de llegar a un acuerdo con los Deys, pero acabó siendo secuestrado por ellos. A Ayres lo acabaron soltando y le ofrecieron además armas y tabaco para que declarase nulo el acuerdo alcanzado entre los Congos y el Rey Peter. Pero lo que pasó fue algo muy diferente: Ayres volvió y trató de convencer a los Deys (con la ayuda de Jehudi Ashmun, otro importante mediador) para que volvieran a Sierra Leona. Pero no se llegaba a ningún acuerdo.

Elijah Johnson por su parte, se negaba a abandonar Bushrod Island. La situación era muy tensa. En esto, los colonos recibieron una ayuda inesperada: la del frágil Rey Boatswain, rey de los Condoes. Los Deys además empezaban a dividirse y algunos de sus jefes no sólo intentaban lucrarse vendiendo los acuerdos por el que se validaba la venta de la tierra a los congos, sino que además se convinieron a Boatswain para que tomase la decision final. Finalmente, Boatswain permitió a los colonos (que también habían conseguido el apoyo de los Kru) asentarse. Pero dicha decision no fue aceptada por todos, principalmente por el King Tom y el King Ben. De manera que cuando los colonos empezaron a construir sus casas, estalló la Guerra. Mientras tanto, los británicos se habían ofrecido a ayudar a los colonos a cambio de quedarse con un trozo de tierra, pero éstos se negaron.

La Guerra la ganaron finalmente los colonialistas (así es como los define Cooper) en 1822 que encumbraron la figura de Matilda Newport, afirmando que había activado un cañón decisivo que había matado a muchos nativos. De modo que el 1 de Diciembre, fue declarado como el Matilda Newport Day. Hoy en día se conmemora cada año en Liberia esta batalla que tuvo lugar en Crown Hill. El propio Eijah Johnson se convertiría también en uno de los líderes que derrotaron a los countries en el Matilda Newport Day.

Siguiendo con Elijah Johnson, éste venía en el barco Elizabeth (apuntar que la convivencia no resultaba sencilla en los barcos) que es el que aparece en el escudo de Liberia bajo el lema, “las ansias de libertad nos trajo aquí”. Al parecer, los padres de Johnson podrían haber sido mulatos liberados de las plantaciones por su condición de “mitad blancos”. Este fue el caso de mucha gente de la creciente clase media de negros liberados en América: muchos de ellos eran de piel ‘clara’, algunos podrían haber pasado hasta por blancos, ya que eran hijos de esclavas violadas por los dueños de las plantaciones del Sur. Estos terratenientes dejaban marchar a las mujeres para liberarse de la culpa o según Cooper, “debido a un descabellado sentido de la paternidad”. De esta manera, los niños “blancos” se alejaban de las plantaciones y no estaban al alcance de la vista de las mujeres de los terratenientes. Para acabar con Elijah Johnson, merece la pena subrayar que uno de sus hijos, Hilary R. Johnson, llegó a ser el primer presidente de Liberia nacido en Liberia.

En cuanto a la rama Cooper, dice Helene que éstos llegaron en al barco Harriet en 1829. En el Harriet (que iba lleno de esclavos liberados de Virginia) se encontraban entre otros Joseph Jenkins Roberts, primer presidente de Liberia y James Sprigg Payne, que sería el cuarto presidente de Liberia (hoy en día los dos aeropuertos de Liberia reciben el nombre de estos dos próceres) y hasta un príncipe del Oeste de África, de nombre Abdul Rahman Ibrahima, iba también en el Harriet.

Cooper nos cuenta muchas más anécdotas interesantes. Por ejemplo, nos dice que en su momento se le llamó Congo Town a dicha área porque estaba considerada de manera oficiosa como el inicio de la ‘civilización’ en Liberia. La autora nombra también sitios en la novela que para alguien que viva en Monrovia le resultan muy familiares tales como el Abijoudi Supermarket, la First United Methodist Church fundada en 1822 y que se encuentra en Ashmun Street, Bushrod island: “casa de los mercaderes libaneses”, el cine Relda de Sinkor donde proyectaban películas del estilo de Bruce Lee, el Hospital Católico, Bensonville o Bentolville que se encuentra por Paynesville y que Tolbert quiso convertir en “la Versalles de Liberia”, y evidentemente se nombra la casa de Sugar Beach que con el tiempo descubrí se encontraba al lado de la playa de Thinkers Village. Asegura Cooper que Samuel Doe utilizaba Sugar Beach como campo de entrenamiento ‘antiterrorista’, cuando en realidad la playa se utilizaba para llevar a cabo ejecuciones sumarias.

Por otro lado, Cooper también nos revela otros detalles de la cultura liberiana como la mala suerte que supone pisar a los lagartos (numerosos en Liberia) el impacto que en su momento significó hacerse la permanente, las ingentes cantidades de Ovaltine que se consumían, el miedo de los liberianos a bañarse en las playas por cuestiones espirituales y de seguridad (la propia Helene nunca se bañó en Sugar Beach) el hecho de que muchos liberianos se bañen en sus casas con sosa caústica, la incredulidad que produjo en Liberia el descubrimiento de la Luna en 1969 que incitó a decir a muchos liberianos aquello de que, “los hombres blancos pueden mentir”, porque nadie se creía que Neil Amstrong realmente hubiese llegado a la Luna…

La novela además permite conocer típicas expresiones liberianas tales como, “ajá”, “a-ya”, “same pa, same ma”, “been-to” (haciendo referencia a los liberianos que han vivido o estudiado fuera de Liberia, principalmente en los Estados Unidos) o “I hold your foot (para rogar). Me pareció curioso además como Cooper en un momento dado escribe “Oh. My. God.” algo que huele muy de lejos a prosa poética. La novela también ayuda a conocer estructuras de la sociedad liberiana como el Palaver Hut, sitio de reunión africano.

Original en : Las Palmeras mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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