Leche de camella, por Ramón Echeverría

18/02/2021 | Opinión

En mis tiempos ya muy lejanos de bachiller, aprendíamos que Ibn Sina (980-1037 AD), o Avicena, como se le conoce en Occidente, había sido un erudito musulmán persa, autor de casi 200 libros de ciencia, filosofía y religión, y también un buen médico, padre de la medicina moderna según algunos, por sus libros “El Canon de la Medicina” y “El libro de la Curación”. Paseando por la red, el portal me ha orientado hacia un artículo publicado por SZ. Tabei y Riazi A., de la Shiraz University of Medical Sciences (Iran), “Medical Sciences in the Third Millennium: An Avicennian Approach”. Los autores, tras deplorar el enfoque “mecánico-químico” de buena parte de la práctica médica contemporánea, defienden una medicina que tenga en cuenta el desarrollo espiritual del enfermo que le acompaña hacia su curación, y que Tabei y Riazi encuentran en el enfoque integral de la medicina de Avicena. En realidad, lo que estaba buscando en la red era por qué Wali Muhammad Akhtar, ejecutivo de una compañía de Karachi (Pakistán) dedicada a la medicina alternativa, que vende hierbas medicinales y numerosos medicamentos en los que uno de los componentes clave es la leche de camella, se declara discípulo de Avicena y de su “medicina alternativa”. Lo hizo en un artículo publicado por el diario pakistaní The Express Tribune el 1 de junio de 2015: “Leche milagrosa: Pakistán conoce un boom en las ventas de leche de camella, celebrada como un elixir de la salud”.

“Elixir de la salud” me parece un tanto exagerado. Pero sí es cierto que los expertos en alimentación conceden a la leche de camella algunas ventajas sobre la de bovinos y caprinos. Según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, su contenido en grasa varía desde un 1,1% en las zonas áridas de Israel, hasta un 5,5% en Etiopía, y entre el 1,2% y el 6,4% si se trata de dromedarios (3-4% en la leche de vaca y 3-3’5% en la de cabra). Pero contiene menos grasa saturada, más vitaminas C y B, y un mayor contenido de calcio, hierro, magnesio y potasio. Y según el gobierno australiano, además de ser más fácil su digestión, la leche de camella reduce la dependencia de la insulina en el tratamiento de la diabetes y alivia las alergias estacionales.

dromedario_cc0-2.jpgProcedente de las Islas Canarias, el camello fue introducido en Australia en 1840 como animal de carga, y dio lugar a la mayor población mundial de camellos salvajes, algo más de un millón. Ahora el gobierno australiano está promoviendo la cría de camellos y el consumo y exportación de la leche, entre otros hacia Pakistán, cuya producción, entre 500 tn. y 1.200 tn. anuales, –nada comparable con la de los grandes productores, Somalia (1.000.000 tn.) y Kenia (900.000 tn.)– es insuficiente para la actual demanda interior. Y es que los pakistaníes, a pesar de su textura más líquida, gusto un tanto salado y olor particular, sí que consideran la leche de camella como “elixir de la salud” y medicina “aviceniana”. “Aparece en la Sunna del Profeta. ¿Cómo no iba a ser beneficiosa?”, explica Wali Muhammad Akhtar. “Menos grasa, la utilizamos en los medicamentos contra la obesidad”, añade, “y también en el Labub Kabir Ajmali (un afrodisíaco para hombres), del que conviene tomar media cucharilla de té antes del desayuno”. “La leche de camella es buena para la hepatitis, el cáncer, la diabetes y las enfermedades del hígado”, afirma Ghulam Ahmed, alto ejecutivo de la Engro Foofs Limited de Bahawalpur. Hasta hace poco sólo la vendían en Karachi algunos clanes nómadas del Norte asentados en las afueras de la ciudad. Su precio no era caro, pero las condiciones higiénicas no eran siempre las recomendables. Ghulam Ahmed se ocupa de la recogida de la leche y de fomentar y aconsejar la creación de proyectos modernos en la cría de camellos lecheros. Espera con ello que aumenten la producción y los precios, aunque al contrario de otros países como USA o Australia, en Pakistán la leche de camella seguirá siendo más barata que la de vaca. En condiciones óptimas, como las que promueve Ghulam Ahmed, los camellos pakistaníes pueden llegar a producir hasta 30 litros diarios (el camello bactriano de Asia central produce 5 litros y el dromedario unos 20 litros).

El creciente interés por la leche de camella ha venido de perlas a los productores de Kenia y Somalia, los primeros países productores del mundo. Entre las recientes sequías que han azotado África del Este desde 2011, la de 2016-17 fue especialmente dura. En Kenia afectó a 23 de sus 47 provincias, disminuyó la producción de maíz, base de la alimentación de la mayoría de la población, cuyo preció aumento en un 30 %. Pero para los criadores de camellos del norte, la sequía fue una bendición porque aceleró la venta y exportación de la leche de camella. Cinco años más tarde, el pasado 2 de febrero, la BBC les ha dedicado un pequeño film: “Leche de camella: Por qué prosperan los ganaderos de Kenia”. En él aparece una familia de las regiones secas del norte que vive cómodamente de los 10.000 litros diarios de leche pasterizada que venden a tiendas y supermercados.

De los seis primeros países productores de leche de camella, cinco son africanos: Somalia, Kenia, Malí, Etiopía y Níger. El otro es Arabia Saudí. Pero como era previsible, también otros países se están iniciando en la cría de camellos producción de la leche. Según una estimación de la Weston A. Price Foundation, que promueve una “Campaña en favor de la auténtica leche”, es decir de camella, hay en Estados Unidos 18.000 vacas por cada camello, lo que explica que un litro de leche de camella cueste unos 30 dólares. Ya hay dos compañías de Dubai, Camelicious y Al Nassma, interesadas en exportar su leche pasterizada a Estados Unidos “como una alternativa sana a la leche de vaca” según explica Mutasher Al Badry, un ejecutivo de Al Nassma. También en Australia aumentan las granjas de camellos. La producción de leche de camella ha pasado de los 50.000 litros en 2016, a los 180.000 litros en 2019, y sigue aumentando en 2021. Lauren Brisbane, propietaria de QCamel, una granja bio de camellos en el estado de New South Wales, habla de éstos con pasión: “Son como personas, cada uno con su personalidad, cariñosos y entrañables. Puedes hablarles de lo que ocurre y te entienden perfectamente”. Se diría un árabe hablando de camellos…

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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