Lecciones de Suráfrica

12/01/2007 | Opinión

Suráfrica ahora está empezando a contemplar la retirada de Thabo Mbeki, su segundo presidente desde el final de la era del apartheid, así que este es un momento particularmente oportuno para mirar atrás y valorar nuestros logros, tomar nota de nuestros fracasos y, acaso, ver qué elementos en nuestra transición a la democracia se pueden aplicar en alguna otra parte.

Este es un ejercicio que en Suráfrica no estamos acostumbrados a llevar a cabo, ya que como pueblo tendemos a vendernos barato. Parece que damos por sentado logros extraordinarios y no nos damos suficiente reconocimiento. Como resultado, tendemos a ser una nube invisible detrás de cada rayo de sol, parece que pensamos que nuestras conquistas sólo tienen importancia para nosotros mismos.

El ancho mundo todavía no ha apreciado del todo la razonable transición pacífica de la represión a la democracia. Ellos y nosotros recordamos el primer día de esa transición de poder a la mayoría negra, cuando la mayoría de la gente creía que seríamos aplastados con un espantoso baño de sangre racial.

Eran tiempos desesperados, breves pero grabados con fuego en nuestra memoria, cuando las matanzas indiscriminadas en los trenes, en los taxis en los autobuses eran algo común, un tiempo de masacres que se producían con regularidad, como las de Sebokeng, Thokoza, Bisho o Boipatong, y los campos de matanzas de Kwazulu Natal, a causa de la sangrienta rivalidad entre el Congreso Nacional Africano y el Partido étnico Zulú Inkatha Libertad.

Hubo muchas ocasiones cuando el destino de Suráfrica parecía estar en vilo, pero se evitó la catástrofe. En cambio, el mundo se quedó maravillado, de verdad fue sobrecogedor, por el espectáculo de largas filas de surafricanos de cada raza haciendo su camino lentamente hacia las urnas para votar, el 27 de abril de 1994.

Por supuesto, parte del éxito de la transición surafricana fue gracias a un milagro: el coloso moral que es Nelson Mandela, cuya calma y sagacidad, y su estatus de icono de perdón, compasión, magnanimidad y reconciliación, hace de nosotros la envidia de todas las naciones de la tierra.

Fuimos bendecidos porque fue él quien guió nuestro Estado hacia el renacimiento. También debemos dar las gracias a F.W. De Klerk, el último gobernante del régimen moribundo del apartheid, que hizo alarde de coraje moral, poniendo en marcha nuestra revolución liberadora.

Pero los surafricanos de la calle también pueden estar orgullosos de sí mismos, porque verdaderamente fue su autodisciplina, simple buena educación, y capacidad para perdonar lo que previno un baño de sangre. Su ejemplo es un modelo a seguir por otras partes del mundo en agitación.

Nosotros, especialmente los surafricanos blancos, han tendido a tratar con desdén a nuestra Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que permite a aquellos que han cometido grandes crímenes durante el apartheid, confesar sus actos abiertamente y así evitar ser perseguidos. La verdad y no el castigo, nos traería la curación.

Casi en todo el mundo, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación está muy bien considerada y es vista como un punto de referencia frente al que otros esfuerzos en pasar de una dictadura a una democracia deberían ser juzgados.

Sí, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación tenía errores, como todas las empresas humanas. Pero era una institución extraordinaria, para muchos que habían pensado que la llegada de un Gobierno liderado por negros sería una señal del comienzo de una orgía de venganza y castigos, contra los blancos por toda la degradación que los surafricanos negros habían sufrido desde los tiempos coloniales hasta la época del apartheid.

En lugar de eso, el mundo observa boquiabierto la nobleza de espíritu mostrada cada día ante la Comisión, cuando las víctimas de espantosas atrocidades perdonan a sus torturadores, e incluso les abrazan en alguna ocasión.

Todos los surafricanos estaban traumatizados por el apartheid. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación ha ayudado a abrir heridas ulceradas, limpiarlas, y poner bálsamo en ellas para ayudar a curar a todo el pueblo africano.

Es fácil dar por hecho el trabajo de la Comisión, hasta que uno mira a Oriente Medio y el caos de Irak, donde la revancha y las represalias, están empeorando una aterradora e inexorable ciclo de violencia.
Asimismo, Suráfrica sobrevivió a los horrores del genocidio, como en Ruanda, y el interminable conflicto que ha absorbido a Sri Lanka, Burundi, Sudán, Costa de Marfil y muchos otros países.

La cruda realidad a la que se enfrentó nuestro pueblo con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación alejó el veneno de nuestros políticos. Eso es una lección de la que otros países perjudicados pueden y deben beneficiarse.

La lección de la transición de Suráfrica es que ningún país dividido tiene un futuro si insiste en seguir hacia delante sin la verdad y el perdón.
La transición de Rusia a la democracia empezó casi al mismo tiempo que la nuestra. El muro de Berlín cayó en noviembre de 1989. Nelson Mandela fue liberado en febrero de 1990.

Pero lo que está pasando hoy en Rusia, -proliferación del crimen organizado, el conflicto con Chechenia, y matanzas como el desastre de los rehenes del teatro o la catástrofe de la escuela de Beslan-, hace que la transición a la democracia de Suráfrica parezca un picnic de domingo para niños.

Evitando la verdad del pasado soviético, los rusos han acumulado los problemas para el futuro. Un crimen nunca puede ser enterrado. Los crímenes políticos nunca se desvanecen.

No hemos olvidado lo que se le hizo al pueblo negro en nombre del apartheid. En verdad, poniendo en marcha la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, sabemos mucho más sobre todos los horrores de aquella época de lo que lo hubiéramos hecho si hubiéramos perseguido y procesado a la gente, o simplemente hubiésemos intentado seguir adelante.

Literalmente, la verdad nos ha hecho libres para estar en paz con nosotros mismos. El recuerdo y el perdón han permitido que nuestras pesadillas sean confinadas al pasado.

Mi más profunda esperanza es que los iraquíes y otros pueblos subyugados al pasado puedan encontrar una manera de vivir en paz y con tranquilidad de espíritu.

Desmond Tutu

El Arzobispo Desmond Tutu es el ganador del Premio Nóbel de la Paz en 1984.

Publicado en el diario ‘The Namibian’ el día 12 de enero de 2007.

Traducido por Rosa Moro del Departamento África de la Fundación Sur.

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