Las uñas del gato salvaje, traducción de María Puncel

2/11/2011 | Cuentos y relatos africanos

(Tomado del libro «Ce que content les Noirs», pág.89)

Texto original: Olivier de Bouveignes

¡Ah, qué hermoso es el gallo! ¡Qué soberbio aspecto tiene con sus plumas de un bello marrón dorado y su cola en forma de penacho!

Sus gallinas están locas por él y él estaba tan engreído y tan envanecido de sí mismo, (es un cuento de gallo el que os voy a contar),que un día en que se le había caído una de sus plumas, se preocupó tantísimo que convocó a todo el gallinero para que le ayudasen a pegársela.

Se probaron todos los pegamentos, todas las colas, nada sirvió. En cuanto se movía, la pluma se despegaba y se caía al suelo.

La vanidad es hermana de la tontería. ¿Adivináis a quién le fue a contar su contrariedad?

Nada menos que al gato salvaje.

En aquel tiempo, lo sé de buena tinta, los gatos salvajes no comían todavía, por derecho propio, ni gallos, ni gallinas ni pollitos; eso llegó a causa del comportamiento de otro gato, como todos sabemos bien, un comportamiento más bien torpe.

-Tienes ahí en el terciopelo de tus patas unas estupendas agujas -le dijo el gallo.

-¡Pardiez -respondió el otro-, son mis herramientas!

-¿Qué haces para ganarte la vida?

-Coso vestidos ¿para qué querría si no las agujas?

No me he equivocado, pensó el gallo, esta pata de gato de la que me han contado que tiene uñas, es un alfiletero, y dijo:

-¿Me prestarías una de tus agujas?

-¿Para qué la quieres?

-Para coserme una pluma que se me ha caído de la cola.

-Bueno -gruñó el gato ceñudo-, aquí tienes una aguja, pero no la pierdas. Si la pierdes te costará la vida de tus gallinas y tus pollitos.

Pero ¡ay!, mientras intentaba coser, pasó por allí una gallina, la más bella. Perdió el hilo de su costura y después perdió la aguja.

La pluma no pudo ser cosida y por más que buscó y rebusco no fue capaz de encontrar la aguja.

Tuvo que contarles su desgracia a las gallinas. Y las gallinas buscaron y rebuscaron también, pero en vano.

El gato, espiando desde el otro lado del seto, se dio cuenta enseguida del drama que estaba sucediendo en casa de su vecino, y en cuanto supo por cotillas aduladores de que se trataba, ni más ni menos, que de la aguja, se presentó para reclamarla.

-Devuélvemela inmediatamente -le dijo al aterrado gallo-, tengo trabajo urgente en casa.

Era mentira. Hay que ser tan tonto como un volátil para ignorar que un gato no es un modisto. La naturaleza le ha dotado de una piel de terciopelo que no se gasta; no necesita hacerse ropa.

Pero quería su aguja y la quería ¡ya!

-Vecino -le dijo el gallo temblando-, lo siento muchísimo, pero la he perdido.

-¡Perdido, qué fácil es decirlo! ¡Perdido! ¿Y si la hubieras escondido?

-¿Me crees un mentiroso?

-¡Pues claro, a la vista está!

-Mis gallinas y yo y hasta los pollitos la hemos buscado por todas partes y no hemos podido ponerle la pata encima.

-Muy bien, señor Gallo, vecino mío -gruñó en un tono amenazador el malvado prestamista-; pero yo quiero que me sea devuelta mi aguja y ahora mismo…por favor.

-No puedo. Quedo en deuda contigo, amigo Paka.

-Déjate de amigo y de llamarme Paka, perdedor de agujas. Y nada de que quedas en deuda. ¿Es que has olvidado nuestro trato?

-¡Oh, buen gato salvaje -suplicó el gallo-, espera unos días y te devolveremos tu aguja o una igual?

-¿Una igual? ¡Mis agujas son únicas, no las hay iguales y te lo voy a demostrar, sin más esperas, maldito gallo!

Y Paka se lanzó ferozmente sobre el gallo y entonces se vio bien para qué servían las agujas del gato salvaje.

¡Imposible recoser las plumas del pobre animal! Bastaba ver al hermoso gallo desplumado, tendido sobre la tierra y con la cresta pálida.

Y desde aquel día, las gentes cuentan que ya se sabe porqué las gallinas escarban continuamente en el suelo.

Es porque buscan incansablemente la aguja de Paka. La buscan en la tierra, entre la hierba, entre las hojas muertas, siempre y por todas partes sin jamás cansarse.

Y seguramente jamás la encontrarán, por eso desde aquel día, el gato salvaje las ataca y las devora.

Si tenéis una gallina mantenedla alejada de la espesura desde donde la espía su mortal enemigo, y si se aventura entre las hierbas altas y la oís gritar, no os preguntéis qué le pasa, ¡es el gato salvaje que se sigue cobrando la aguja que el gato perdió!

Y no sacudáis la cabeza con incredulidad, ni creáis que son sólo los gatos salvajes los que son tan perversos. Otro día os contaré otra historia de un cazador y un tejedor que os demostrará, como tres y dos son los dedos de una mano, que los hombres son, a veces, para sus prójimos peores que el gato salvaje.

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