Lonah Mumelo es miembro de la comisión parlamentaria, se relaciona con los más altos cargos de Kenia, es posible que infunda más respeto que los mismos parlamentarios y su nivel de vida es comparable al de los Ministros. Ella insiste en que su historia no es un cuento de hadas: «estaba convencida de que había limitaciones contra las que quería luchar. Alcanzar tus sueños sólo es posible si trabajas duro».
La última vez que Lonah Mumelo sintió que algo le detenía en su camino fue hace cuatro décadas. Siendo una joven en un continente de exclusión rural, su destino era casarse en cuanto su cuerpo de niña floreciera en mujer. Ella lo sabía y había sido testigo de ello, a las niñas se les retiraba la inocencia en el lecho matrimonial de un hombre que no era de su elección. Hombre que, a cambio, recompensa a los padres con generosas cabezas de ganado. «Mi madre era analfabeta y mi padre, jefe de una aldea, tampoco había estudiado demasiado. Pude intuir que, aunque yo iba a la escuela, nunca creyeron que una niña sería capaz de acabar sus estudios», afirma Lonah. «Sin embargo, trabajé duro», asegura. Quería demostrarles que se equivocaban: en 1973 se presentó al examen Proficiency de Cambridge y obtuvo el mejor resultado, incluso superó a sus hermanos. Su padre, impresionado, decidió inscribirla en exámenes de más nivel.
Comenzó en el Instituto Lugulu de niñas, «me sentí como en el cielo. Por fin estaba en un ambiente tranquilo y agradable donde podía bucear en los libros y preocuparme menos por todo lo demás». Sus padres no lo sabían entonces, pero habían abierto la puerta al potencial de su hija, que aprobó todos los exámenes y obtuvo ayudas gubernamentales para estudiar en la Universidad de Nairobi. El resto es historia.
Su éxito no surgió de la nada, tuvo que mantenerse siempre concentrada. De entre sus compañeros, pocos eran los que lograban evitar los impulsos naturales de un adolescente. «No tenía tiempo para los chicos. Se acercaban y yo fingía no haberles oído, o ni siquiera haberles visto. Para mí lo más importante era terminar mis estudios». La primera vez que se enamoró, justo antes de empezar en la universidad, hizo un pacto con su futuro marido para lograr la libertad de acabar sus estudios sin que nada se lo impidiese. Él, Wakinina Mumelo, con quien se casó hace ahora 35 años, admira los impresionantes logros de su mujer «No le gustan las cosas regaladas. Lucha contracorriente cuando siente que es lo correcto. Tenía un sueño y dejé que lo siguiera hasta la cima».
Lonah no recuerda ningún momento de su brillante carrera en el que necesitara ayuda para lograr un empleo o ascender, «confiaba y creía en mí misma, no tengo que caer tan bajo sólo para poder ascender después». En agosto de 2013, cuando respondió a un anuncio en el periódico en el que se buscaban miembros para el Comité de Servicios Públicos, era directora del Centro de Formación de Profesores de Mombasa. Cinco meses después, en enero de 2014, su vida había seguido adelante sin cambios, pues pensaba que su solicitud se había desestimado. «Recibí una llamada para una entrevista», dice. No mucho después, unos compañeros le llamaron para ver en televisión a los miembros del Parlamento hablar sobre su solicitud. «Estaba muy sorprendida. Nunca me había entrevistado con ningún miembro del Parlamento, y ninguno de ellos había hablado en televisión sobre mí. Millie Odhiambo alabó mi currículum, me sentí halagada», recuerda.
Lo mejor estaba aún por llegar. Cuando lo hizo, Lonah sonrió durante todo el camino hacia su nueva oficina en el Gobierno Regional… y luego hacia el banco. «Sé por mi propia experiencia que ninguna mujer debe pasar por ningún medio no ortodoxo para avanzar o conseguir un trabajo», dice.
Con todo lo que ha logrado, Lonah, madre de cuatro niños y una niña, no puede tener en mayor estima el «inmenso significado con el que me ha obsequiado la maternidad: es el más preciado de mis papeles en la vida. La felicidad que me han aportado mis hijos en inmensurable. No se puede describir la satisfacción de haber hecho de un bebé un adulto con valores morales». La familia Mumelo da gracias por el tiempo que pasan juntos. El matrimonio asegura que el poder del amor verdadero hace que la chispa siga existiendo más de tres décadas después. Cuando Lonah está en casa, y no se lo impide el trabajo en la oficina, cumple con sus tareas como esposa. «Él», dice señalando a su marido, «es el cabeza de familia». «Mi trabajo como miembro de la comisión termina al pasar por la puerta», asegura con una tímida sonrisa. A cambio, Wakinina no deja de mostrarle su afecto: «nunca he cenado solo, excepto cuando mi mujer está de viaje. Espero siempre a que vuelva de trabajar».
El cariñoso marido hace todo lo posible para que su mujer avance en su carrera. Pese a los escoltas que al principio le parecía algo excesivo, Wakinina y sus hijos aprendieron rápido a adaptarse. «A mí también me costó un tiempo acostumbrarme a estar rodeada de guardaespaldas en todo momento», admite Lonah, «somos gente sencilla y no lograba entender bien por qué necesitaba protección. Con el tiempo, nos hemos acostumbrado».
Recolectó descalza los cultivos, pero en su empeño ha recorrido el mundo y visitado ciudades de todo el globo, incluso ha entrado en la Casa Blanca. «Dos veces», asegura sonriente. Lonah tiene claro que las niñas puede emerger de la oscuridad de la vida para alcanzar mucho más de lo que imaginaban. Ella es la prueba.
Gardy Chacha
Woman’s World
[Traducción, Andrea López]
[Fundación Sur]
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