Las luces de mi vida

23/12/2008 | Crónicas y reportajes

Cada año, cuando llega la Navidad, el Ayuntamiento de la ciudad de Harare pone luces multicolores en la First Street, la principal calle de la ciudad. Las luces brillan como los colores del arco iris en la oscuridad.
Cuando se encendieron las luces a finales de noviembre, yo estaba muy ocupado corriendo por toda la ciudad en busca de la inyección de inmunización para mi hijo pequeño, Tadana, de 3 meses. Mientras cruzaba la ciudad y pasé por la First Street, no pude evitar pensar que las luces de Navidad eran una gran broma de mal gusto, dadas las circunstancias de Zimbabue.

Cada día, desde primera hora de la mañana hasta tarde por la noche, hordas de mujeres y hombres se apiñan bajo las luces, esperando, como pequeños Godots, con la esperanza de poder llegar al dinero que han ganado, encerrado en los bancos. El suministro de dinero es escaso, y una vez que te las ingenias para sacar algo de efectivo se va volando debido a la incuantificable inflación. Tal vez como señal de su negativa, la gente deja montones de basura bajo las luces de Navidad, convirtiendo la principal calle de Harare en un basurero.

No creo que mucha de la gente que espera en las colas del banco que se extienden como gusanos de jardín por toda la ciudad piense demasiado en las luces de Navidad. Estoy seguro, para muchos zimbabuenses que llevan tanto tiempo sufriendo, la idea de la Navidad se desvanece en la nada bajo la presión diaria de satisfacer sus necesidades temporales.

De todos modos, mientras las luces parpadean, mi mujer Michelle y yo llevamos a nuestro bebé a una clínica local, a casi tres kilómetros de donde vivimos. Nos llevamos un susto al comprobar que no había enfermeras, a excepción de una señora mayor que estaba en el mostrador. Ella nos informó de que la clínica no tenía existencias de vacunas, y que teníamos que hacer nuestro propio plan para lograr vacunar a nuestro hijo Tadana.

Yo sabía que esto significaba que Michelle y yo tendríamos que correr como perros hasta encontrar las vacunas. Completamente estupefactos, nos fuimos a casa devanándonos los sesos pensando en qué hacer ahora. Pensamos en viajar a Suráfrica, Botsuana o Zambia para encontrar las vacunas, pero no teníamos dinero efectivo.

Pero como dicen en Zimbabue, tienes que hacerte un plan, y entonces moverlo a la izquierda y derecha y exprimirlo hasta que esté completamente seco para hacer que lo imposible funcione. Michelle sacó la madre que lleva dentro y pasó toda una mañana en el trabajo llamando todos sus amigos con hijos.

Luckily, la dieron los nombres de los pediatras que están cubriendo el vacío del sistema de salud público para ofrecer sus servicios a su propia gente. Contactamos con uno de los pediatras y por dos dólares pudimos darle a nuestro bebé Tadana su inyección.

No pude evitar pensar en lo que les está ocurriendo a millones de niños en Zimbabue, nacidos en nuestra estación de la desesperación, particularmente en las zonas rurales. Al contrario que Tadana, muchos niños en mi país no están recibiendo sus vacunas esenciales por el derrumbamiento del sistema de salud público.

Es como un torbellino que sin duda explotará en los próximos años: seguro que veremos un incremento de enfermedades infantiles en el país, y me duele el alma de pensarlo.

Poco después de que le pusieran a Tadana su inyección, que le hizo berrear como un loco, le llevamos al viaje más largo del mundo de los humanos, a Mutare, aproximadamente a 265 kilómetros de Harare. Es la tercera ciudad más grande de Zimbabue, situada en las montañas del este y famosa por sus nuevos ricos ostentando montones de dinero en efectivo, ganado con los diamantes de sangre.

En los últimos años, miles y miles de zimbabuenses han acudido en manada a Chiadzwa, un complejo rural, unos kilómetros a las afueras de Mutare, para intentar probar suerte buscando diamantes. Los diamantes de sangre han hecho que mucha gente del país se haga rica rápidamente, mientras que muchos otros han perdido sus vidas.
Llegamos a Mutare por la noche, después de conducir sin parar durante casi tres horas. Desde arriba del pasaje de Navidad, que brinda una vista panorámica de la ciudad, las luces multicolores de Mutare parecían salpicar de sorpresitas de Navidad en la oscuridad.

Michelle, Tadana y yo estábamos en Mutare para una campaña de limpieza, para barrer la basura de las calles de la ciudad con un grupo de gente joven que vivía allí, como parte de los actos del día 16, Contra la Violencia de Género. La gente joven eran miembros de una iniciativa juvenil para la Democracia en Zimbabue, una organización de jóvenes comprometida con un Zimbabue libre, democrático y justo.

Michelle me pidió que fuera con ella y así cuidaría del bebé mientras ellas coordinaba las actividades de limpieza. Mientras llevaba a mi hijo por el centro de la ciudad de Mutare, estaba asombrado por la cantidad de miradas que nos lanzaban tanto hombres como mujeres.

Hay un estereotipo generalizado sobre que los hombres africanos no deben ser vistos en público llevando a sus bebés. Que un hombre africano lleve un bebé, es visto como algo europeo. Me pregunto si el estereotipo es que se supone que los hombres sólo deben proporcionar las necesidades materiales del bebé, mientras que las emocionales, las cosas blandas y acarameladas deberían ser dominio exclusivo de las mujeres.

Sea lo que sea, llevar a Tadana por ahí me dio la sensación más cercana a estar embarazada que creo que jamás pueda tener. Para mi satisfacción, Tadana no lloró. Tal y como yo lo veo, los hombres necesitamos reclamar el espacio de la paternidad y mostrar calor, amor y afecto por nuestros hijos.

Cuando nació Tadana, hace tres meses, nunca podría haber imaginado el papel que ha jugado hasta el momento. El camino desde el embarazo, el nacimiento y los primeros meses de mi bebé Tadana, ha sido voluble, divertido, con altos y bajos y llenos de cosas nuevas que me atrevería a decir que mi creativa imaginación nunca hubiera podido conjeturar.

En definitiva, ha sido un camino con todo tipo de giros y vueltas impredecibles, muy parecido al panorama político y socioeconómico de mi país natal.

Mientras conducíamos hacia el pasaje de la Navidad, en nuestro camino de vuelta a Harare, después de haber estado en Mutare 24 horas, Tadana comenzó a balbucear muchos más sonidos de los que había hecho hasta entonces. En nuestro camino de la paternidad, Michelle y yo esperamos con entusiasmo el día en que Tadana pronuncie sus primeras palabras de verdad.

Pero nos aseguramos a conciencia de querer y abrazar cada momento que pasamos con nuestro pequeño paquete de dicha. Ya está dicho todo, cuando lleguen las siguientes Navidades, Tadana seguro que tendrá mucho de qué hablar.

Chief K. Masimba Biriwasha

Mail & Guardian, 23 de diciembre de 2008.

Traducido por Rosa Moro, de Fundación Sur.

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