En este 2020 se cumplen 60 años de uno de los hitos históricos más importantes para África: la emergencia de 17 nuevos países independientes en el continente selló el final del colonialismo europeo y comenzó una época de profundos cambios. A seis décadas de distancia, resulta razonable revisar y analizar la evolución de los movimientos independentistas, remarcando sus características, tendencias, logros, fracasos y asuntos pendientes, a partir de un enfoque crítico que nos permitirá tener mayor claridad sobre la situación política y económica actual del continente.
Lo realizado
Los antecedentes de las independencias africanas los podemos encontrar casi inmediatamente después del reparto colonial europeo establecido durante la Conferencia de Berlín (1885-86), a través de diversos métodos de resistencia. De hecho, los europeos nunca pudieron abarcar la totalidad del territorio africano – al comenzar el Siglo XX Etiopía y Liberia ya eran independientes -, y la ocupación efectiva de sus posesiones tardó tiempo en consolidarse. Pese a esto, la dominación fue brutal.
Justo en el año de 1900 surge el movimiento panafricanista, liderado por afroamericanos que clamaban la libertad y el retorno a su hogar. Pero no fue sino hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, durante el V Congreso Panafricanista de Manchester, cuando se planteó por primera vez la independencia de África como su principal objetivo.
Las graves secuelas que dejó la gran guerra fueron el origen de los factores que desembocaron en las independencias en África. En primer lugar, Europa quedó muy debilitada debido a las pérdidas económicas y humanas, que se tradujeron en la reducción de sus capacidades productivas hasta en un 70%. Esto afectó directamente a África, porque a pesar de que seguía exportando materias primas, el encarecimiento de los productos básicos por la escasez en Europa aumentó los niveles de pobreza. A ello se sumaron otros aspectos que contribuyeron al fortalecimiento de los movimientos independentistas, como el inicio de la Guerra Fría, la derrota del fascismo, la descolonización de Asia y la elevación de conciencia de determinados sectores de las sociedades africanas, fundamentalmente de la pequeña y mediana burguesía y los intelectuales.
Uno de los más graves errores que se cometen al momento de estudiar la descolonización africana radica en que la mayoría de las veces se aborda como un proceso lineal, con pocas variantes, cuando en realidad la emancipación atravesó por varias etapas, y en cada territorio varió en función de la potencia colonizadora, la región, el nivel económico existente y los intereses de la población de origen europeo.
Los primeros que obtuvieron su independencia fueron los países del Norte de África y el Magreb, donde existieron partidarios a la descolonización desde antes de la Segunda Guerra Mundial, y la Liga Árabe, ubicada en El Cairo, fue un amplificador y órgano de propaganda de los movimientos nacionalistas bajo el estandarte panarabista. La existencia de autoridades locales tuvo la ventaja de propiciar una evolución pacífica a la independencia, con la notable excepción de Argelia, donde la presencia de una comunidad francesa muy enraizada los llevó a una intensa guerra que duró ocho años (1954-1962).
La agitación colonial del Magreb pronto se extendió hacia al Sur del Sahara. La primera colonia en obtener la libertad fue la llamada Costa de Oro, bajo el liderazgo de Kwame Nkrumah, uno de los máximos exponentes del panafricanismo, quien organizó una sólida estructura política que le permitió acceder a la independencia del país, que fue renombrado como Ghana. Al mismo tiempo, la guerra en Argelia y la formación de la V República Francesa llevaron al Primer Ministro francés, el General Charles de Gaulle, a replantear la presencia de su país en África. En mayo de 1958 se sometió a referéndum la instauración de una Comunidad franco-africana, en la cual ciertas competencias (defensa, moneda y diplomacia) eran compartidas. Todos los africanos se adhirieron al proyecto, excepto uno: Guinea, país que bajo el mando de Sékou Touré proclamó su independencia.
Este hecho hizo que los franceses cambiaran de estrategia, ofreciéndoles a todos la opción de separarse de la República Francesa. De esta forma, en 1960 los territorios franceses de ultramar siguieron los ejemplos ghanés y guineano y reclamaron su independencia, aunque sin una ruptura total con Francia. Pese a esta importante limitante, la respuesta a la propuesta de independencia superó las expectativas iniciales de los franceses: 14 nuevos países se convirtieron en Estados independientes en esta jugada, y por eso 1960 pasó a la historia como “El año de África”, y este fenómeno llevó a que la ONU reconociera por primera vez el derecho a la autodeterminación de los pueblos con la firma de la Resolución 1514.
Por su parte, en las colonias británicas el proceso descolonizador fue diferenciado, que atravesó por varias etapas sucesivas que incluían el otorgamiento de la autonomía, procedimientos de negociación y liberación total, habitualmente sin el empleo de la violencia. Algunas veces se optó por la fusión de dos unidades coloniales, mientras que en otras se procedió a la división de las mismas, como ocurrió con la malograda Federación de las Rhodesias y Nyasalandia (hoy Malawi). Ejemplos en contrario fueron Camerún y Somalia. En general, casi todas las colonias británicas se independizaron en el primer lustro de la década de los sesenta. Sólo en África Oriental tuvo lugar un poco más tarde, donde la más conflictiva fue la de Kenia, donde existía una importante minoría blanca.
En contraste, Bélgica le otorgó la independencia a sus colonias africanas de forma abrupta, sin considerar los beneficios que pudo haber tenido un proceso más pausado, mientras que Portugal se resistía a otorgar la independencia a sus colonias, y como es lógico, los africanos recurrieron a las armas para exigir lo que no se pudo alcanzar por la vía pacífica. No fue sino hasta la caída de la dictadura militar en el marco de la Revolución de los Claveles, cuando las colonias portuguesas pudieron ser independientes, ya muy entrada la década de los setenta.
Oficialmente la descolonización africana terminó en 1990 con la independencia de Namibia en 1990, que hasta antes había permanecido bajo la tutela de Sudáfrica. Resulta muy peculiar el caso del Sur de África, ya que las independencias se operaron en forma tardía, pero fueron eclipsadas por los efectos del Apartheid en la región. Por tal motivo, la caída del régimen racista en 1994 tiene mucha mayor trascendencia en la región que las independencias mismas.
Lo conseguido.
Así fue como, 75 años después del reparto colonial, prácticamente toda África ganó su independencia. Fue una época de mucho entusiasmo y optimismo para las sociedades del continente, que tenían la esperanza de construir un mejor futuro para ellos y las generaciones venideras, donde África ya no sería vista como una región marginada ni atrasada. Desafortunadamente, África obtuvo poco más que la independencia política, dado que la descolonización no fue operada de forma que los nacientes países africanos obtuvieran total libertad y soberanía en sus asuntos internos, y aún más, sus poblaciones aún no habían integrado los espacios políticos creados en la Conferencia de Berlín.
Los nuevos países tenían por delante la ardua tarea de superar un pasado colonial que alteró sus estructuras socioeconómicas y políticas, y al mismo tiempo, hacer frente a las pretensiones neocoloniales e imperialistas de los europeos, estadounidenses y soviéticos. Para ellos, ya no era tan necesario mantener presencia militar o física en las regiones africanas, sino que a través del paraguas del reconocimiento político comenzaron a generar nuevas formas de cooperación que mantendrían las relaciones de dominio y control de esas regiones, siendo los tres principales ejes la cooperación comercial, apoyo político y los flujos de ayuda al desarrollo y de deuda externa.
La gran mayoría de las naciones africanas quedaron dirigidas por las élites nativas y/o los militares (uno de los pocos sectores que estaban plenamente consolidados en sus primeros años de vida independiente), que vieron en el poder político la posibilidad de enriquecerse, para lo cual se asociaron con las ex metrópolis o con alguna de las superpotencias, ya que esto les aseguraba obtener todos los beneficios.
Además, predominaron los discursos demagógicos y las posturas formales que por momentos dieron la impresión de una independencia real, pero que en realidad representaban una forma de dominación neocolonial. Y allí donde triunfó un partido o dirigente que amenazaba los intereses locales o foráneos, se utilizaron todos los mecanismos posibles para derrotarlos, como ocurrió en la República Democrática del Congo con el asesinato de Patrice Lumumba en 1961. Con la misma suerte corrió Thomas Sankara en Burkina Faso, hacia 1987.
Los primeros treinta años después de 1960 se caracterizaron por los continuos golpes de Estado, los desaciertos, el descontento de la población y el enriquecimiento de unos pocos que llevaron a una crisis multidimensional que se manifestó en todos los planos. El espejismo e idealismo generado por las independencias se tornó en una historia de terror, desvaneciéndose los ideales de progreso y bienestar. Bajo este escenario, era prácticamente imposible que prosperaran los distintos proyectos de nación en el continente africano, sin importar el modelo político y económico elegido. Los países arrancaron su trayectoria en condiciones desventajosas, y si bien cada uno de ellos tiene el derecho de poder cambiar su futuro, se ven fuertemente condicionados por sus debilidades estructurales.
Sin embargo, diversos personajes y sectores de las sociedades africanas nunca han dejado de insistir en la búsqueda de un modelo de desarrollo autónomo y soberano, registrando algunos buenos resultados en determinados ámbitos y regiones. No todo ha sido malo, y aunque la situación actual es diferente entre los distintos países, en los ámbitos nacionales los éxitos son contados, pero por iniciativas conjuntas no se les puede reprochar nada. Prueba de ello ha sido la creación organismos regionales entre los países africanos tendientes a fortalecer la unión de los pueblos del continente, a pesar de las influencias e injerencias del exterior.
Incluso en su momento el ghanés Kwame Nkrumah propuso la creación de un gran Estado a nivel continental, que sería lo suficientemente fuerte para resolver todos los problemas a nivel interno, y juntos convertirse en una gran potencia a nivel mundial. Pero, ¿Realmente era viable y sostenible el gran proyecto estatal panafricano que con tanta firmeza y convicción defendió Nkrumah, dada la complejidad y diversidad que existe de El Cario a Ciudad del Cabo, y de Dakar a Mogadiscio? Bajo el contexto de la Guerra Fría y los intereses de las antiguas potencias, probablemente el proyecto, de haberse concretado, no habría subsistido por mucho tiempo, pero hubiera marcado un precedente importante en cuanto a la futura configuración de las fronteras de los Estados africanos, que seguramente sería distinta a la actual.
Pero lo único que se consiguió fue la creación de la Organización para la Unidad Africana en 1963, que no dejó satisfecho a nadie. No obstante, su gran legado fue la consolidación de un fuerte espíritu panafricanista entre la población africana, mismo que llama poderosamente la atención, que se manifiesta desde los eventos deportivos hasta la esfera política. En ninguna otra región y continente en el mundo se encuentra arraigado un sentimiento de pertenencia como un solo gran pueblo como en África. Este debería ser el punto de partida para el tan ansiado mejoramiento de las condiciones de los pueblos africanos.
Lo pendiente.
A 60 años de distancia, el proceso descolonizador africano continúa incompleto, con múltiples asuntos pendientes por resolver. Las independencias representaron la primera oportunidad en mucho tiempo para que los pueblos del continente decidieran por sí mismos su futuro. Sin embargo, el balance es sumamente negativo, lo cual es una responsabilidad compartida entre las consecuencias del periodo colonial y los sucesivos fracasos de los gobiernos. Los Estados y sociedades africanas no terminan aún de pagar el precio de una descolonización operada en beneficio de las antiguas metrópolis, que minaron su desarrollo.
Para revertir esta situación, se requiere que los Estados africanos apliquen políticas y reformas eficaces en prácticamente todos los ámbitos, de forma que se reconstruya la base económica y social de los pueblos africanos en sintonía con estos tiempos contemporáneos que vivimos. En este sentido se observa que, a partir de los años noventa, los países africanos han atravesado por importantes cambios y transformaciones que le han dado un nuevo giro a la política interna y geopolítica africana. El fin de la guerra fría, la caída del Apartheid, la transición al multipartidismo, la apertura económica y la aparición de nuevos actores foráneos en el escenario africano (especialmente China) son reflejos de esta tendencia aún en curso.
Aunque nuevamente África ingresó en esta nueva etapa en clara desventaja y se mantienen los principales problemas de fondo que los sitúan por debajo de los niveles de desarrollo humano óptimos, se empiezan a generar, de a poco, las condiciones mínimas para que las naciones africanas terminen de liberarse de cualquier atadura externa y toda forma de dependencia. Por supuesto que esto es una labor titánica, ya que los problemas del pasado no resueltos se conjugan con nuevos y cada vez más complejos desafíos. Dicha labor es muy difícil de alcanzar bajo la situación actual, pero el objetivo sí es alcanzable, para lo cual se tendrían que implementar, a mi parecer, las siguientes acciones.
En el plano económico los africanos necesitan transitar hacia un modelo de crecimiento hacia adentro, que genere inversiones y empleos, concentrado en las necesidades de las poblaciones locales, y no tanto en las del exterior. El actual modelo agroexportador, además de que fomenta la degradación de los recursos naturales y el medio ambiente, es insostenible a largo plazo.
Sudáfrica y los países del Norte de África heredaron de la etapa colonial economías medianamente desarrolladas que les permitieron convertirse en punta de lanza del desarrollo económico continental. En el resto de los países los avances son promisorios, pero no han dejado de ser economías pequeñas. El potencial económico y productivo da para mucho más. Durante años Europa fomentó la competencia entre las economías africanas, pero hoy más que nunca deben estar unidas, y el nuevo Tratado de Libre Comercio Continental puede ser el impulso que necesitan para dar el siguiente paso.
En cuanto a la política interna, los países africanos también deben trabajar para fortalecer los sistemas democráticos, mejorar los niveles de gobernanza y contribuir a la construcción de sociedades más justas, igualitarias e inclusivas. África necesita una democracia más participativa, reivindicativa y con justicia social. Es muy importante este aspecto, ya que de ello depende en buena medida la seguridad, el bienestar, la paz y el progreso de las sociedades. Actualmente tenemos países con buenas trayectorias, como Botsuana, Namibia y Mauricio, y otros que son un desastre, como Zimbabue, República Centroafricana y Somalia. Lamentablemente son mayoría los que pertenecen a este último grupo.
Finalmente, los países tendrían que redefinir su orientación y espacio político, comenzando por el principio de soberanía nacional en su concepción clásica, que está siendo cuestionado en todo el mundo, no solamente en África, a consecuencia de la caótica era de la globalización económica. Por su cuenta, los africanos han intentado por distintas vías reconfigurar ese espacio para adecuarlo a sus especificidades y resolver sus conflictos, pero aún se registran serios problemas.
Uno de los más importantes, y que está directamente relacionado con el proceso descolonizador, es que se encuentran activos más de 20 movimientos separatistas a lo largo del continente, donde se combinan reivindicaciones históricas, olvido estatal, pasado colonial y terrorismo. Hasta hoy, solo dos movimientos secesionistas han tenido éxito en el continente, y ambos logrados a sangre y fuego: el de Eritrea de Etiopía, en 1993 y el de Sudán del Sur de Sudán en el 2011. Sin embargo, el número de países en el continente africano puede aumentar en cualquier momento, ya que quedan aún pendientes la situación del Sahara Occidental, cuya independencia no ha sido plenamente reconocida, así como la situación de los siguientes territorios insulares que siguen perteneciendo al Reino Unido: Ascensión, Santa Elena y Tristán de Acuña.
Hay dos caminos posibles para terminar con estas luchas: o se sigue la tendencia a la balcanización del continente, o las naciones se integran económicamente, de forma que las fronteras se vean derribadas ante la libre circulación de mercancías, capitales y personas. La recién creada Área de Libre Comercio Continental apuesta por esta última alternativa, y recoge la esencia panafricanista de conformar un solo pueblo africano, aunque creo que lo ideal sería una combinación de ambas posturas. Como quiera que sea, los africanos deben tomar finalmente el destino en sus manos y proseguir con su camino hacia la libertad.
Original en: Tlilxayac