La última cumbre de Sochi que reunió el presidente ruso, Vladimir Putin con los mandatarios de 43 países de África levantó las especulaciones. Hay quienes hablan de la voluntad rusa de reactivar la Guerra Fría de triste memorial en la que los países occidentales con los Estados Unidos a la cabeza luchaban contra la URSS y sus satélites por países interpuestos. Muchas guerras sangrientas acabaron con miles de víctimas en África, Oriente medio etc. Sin embargo, la situación actual se podría leer con ópticas diferentes sin descartar ningún escenario pero sin limitarse tampoco a uno solo.
Para empezar, la cumbre de Sochi no es la única a la que el mundo presenció últimamente. En 2014, por primera vez tuvo lugar la cumbre USA-África bajo los auspicios de Barack Obama; En agosto de este año, la de Japón-África; en septiembre 2019, la de China-África. En junio de 2020, está prevista la de Francia-África en Burdeos. Hay que decir que Francia lleva organizando esas mega-reuniones desde mucho tiempo antes, a veces en Francia, otras veces en África pero siempre bajo su atento control. ¿Qué está pasando entonces?
Después de la Guerra fría, el tercer mundo se quedó como espacio libre para los países capitalistas, algunos de manera discreta, otros de manera directa e invisible como es el caso de Francia en sus antiguas colonias. Bajo el paraguas de cooperación o de ayuda al desarrollo, afianzaron su presencia. De esta manera consiguieron mercados importantes para sus empresas y con diversas presiones, fijar ellos los precios de los recursos mineros con los gobiernos que, en muchos casos, eran fruto de tejemanejes complejos, puestos y manipulados por los poderes fácticos relacionados con la economía mundial. De repente el sistema occidental apareció como el único al que había que mirar a la hora de buscar préstamo o ayudas aún sabiendo que en casos de conflictos, los pirómanos podían ser los bomberos a la vez.
Pues, parece que las cosas están cambiando. La historia está tomando otro curso con la llegada a la escena económica mundial de China, el despertar de Rusia y la presencia de algunos países emergentes como India, Brasil etc. Todos ellos necesitan de recursos que se encuentran en África: minería, terrenos, espacio estratégico etc. Todos saben que África es el continente del futuro tanto por sus recursos naturales como por sus recursos humanos. El eje capitalista occidental ya no está solo en el mercado. Hay competidores férreos ya presentes o dispuestos a serlo.
No cabe duda de que ninguna potencia reúne a los mandatarios de África por amor a los africanos. En las relaciones internacionales, la amistad tiene otro nombre: negocio. Todos tienen a África como objeto de deseo y todo indica que harán todo para apropiarse de lo que quieren aún haciendo los sacrificios que harán falta. La cuestión es: ¿Está África preparada para sacar provecho de estas rivalidades a múltiples bandas?
El problema que se plantea no es la presencia de África en las diversas cumbres ni el apetito de los países poderosos. El meollo del problema es lo que África piensa de su propio futuro: ¿Qué modelo de desarrollo quiere en relación con sus propias realidades socio-culturales? ¿Qué estrategia tiene para entrar en el terreno de juego dónde vence el más astuto sin tener en cuenta de las debilidades del adversario? Lo que África no puede permitirse es improvisar o ir dispersa frente al apetito voraz de las potencias.
El hecho de que las potencias se interesen por el continente no es en sí una mala noticia sí los africanos están a la altura de los juegos políticos, económicos y geoestratégicos mundiales. Podrían aprovechar la competición para revisar los precios de los recursos, financiar sus proyectos de envergadura, importar la tecnología, realizar grandes infraestructuras, acoger importantes inversores para el crecimiento y el empleo etc. Pero esto requiere estructuras fuertes capaces de resistir a las presiones y gobiernos animados por el bien común. Solamente así África podrá discernir lo que se puede hacer y lo que no para no hipotecar las futuras generaciones.
Algunas voces siguen exigiendo con razón una cierta unidad para ser fuerte frente a los poderosos que llegan con todo tipo de herramientas de presión y de artimañas para sacar provecho. Es evidente que la división no favorece a África ya que las potencias aprovecharán los absurdos conflictos entre unos y otros para ofrecer armas a cambio de los recursos, algo que al final no beneficia a los africanos. Desde mi punto de vista, ahora podría ser una oportunidad para plantear la financiación de los mega-proyectos regionales o continentales que marcarían definitivamente el futuro del continente?
En definitiva, se trata de ver el lado bueno de las cosas. La presencia de las diferentes potencias tiene la ventaja de diversificar las fuentes de financiación pero también podría convertirse en la diversificación de devastadores predadores.
Original en : Afroanálisis