Veintisiete años de encierro, cuatro cárceles y dos hospitales fue un periodo en el que Nelson Mandela tuvo tiempo para una prolija producción epistolar. Amigos, colegas de profesión, compañeras de lucha, aliados en sus reivindicaciones, familiares, adversarios políticos o cargos del régimen segregacionista fueron los destinatarios de estas misivas que no siempre llegaron a salir de los muros de las correspondientes prisiones. Las férreas condiciones impuestas al preso de conciencia más conocido del mundo, el celo de los censores y, seguramente, en muchos casos, el desprecio de los mismos funcionarios, hizo que las cartas no llegasen a entregarse, pero Mandela mantenía un escrupuloso control de su comunicaciones que ha permitido recuperarlas. La editorial Malpaso nos trae la más concienzuda recopilación de la producción epistolar en cautiverio de Mandela, traducida por Júlia Ibarz, en Cartas desde la prisión.
Se trata de 654 páginas de un volumen que nos acerca las cartas con una mínima edición, pero acompañadas de todos los elementos necesarios para llegar a comprender el sentido de los mensajes. Además de las imprescindibles notas al texto que ofrecen algunas aclaraciones evidentes como nombres o sobreentendidos, cada una de las cartas incluye las notas que aparecen en los originales, las calificaciones que introducían los censores o las valoraciones hechas por los destinatarios cuando se trataba de personal del sistema de prisiones. Por grupos de mensajes, esta recopilación también incluye algunas indicaciones contextuales, en qué marco Mandela había escrito las cartas o a qué acontecimientos se refiere la correspondencia. Los apoyos se completan con un apéndice histórico y biográfico en el que se apuntan algunos los hechos fundamentales, campañas, manifestaciones, reuniones o pactos entre partidos y los papeles de los personajes clave; con una cronología detallada del periplo judicial y penal de Nelson Mandela; y con un glosario de los términos que en las cartas aparece en lenguas nacionales de Sudáfrica, fundamentalmente, en xhosa, afrikáans, sesotho o setsuana. Se trata de todos los instrumentos que ayudan a entender esa extensa producción epistolar del líder sudafricano y a rellenar los huecos que en ocasiones quedan en este recorrido por sus cartas.
Este repaso por los mensajes que Mandela escribió y transmitió durante su cautiverio permite una nueva aproximación a su figura y a su personalidad. Permite acercarse a su dimensión más personal asomándose a la forma en la que se relacionó durante ese tiempo con sus hijos o con su mujer. Ofrece una visión de su faceta política y militante, cuando podemos hacernos una idea de la manera en la que mantuvo las relaciones con sus aliados o en la que cumplidamente y a pesar de las limitaciones, intentaba reconocer el esfuerzo de quienes le apoyaban. Y al mismo tiempo, nos ofrece un apunte nuevo sobre su resistencia, su compromiso por hacer valer sus derechos y, por tanto, de contestar un sistema injusto y desigual desde la base, en las continuas y testarudas reclamaciones a la administración penitenciaria.
De hecho una buena parte de las cartas recogidas se enmarcan en esta línea y pueden llegar a resultar tediosas. Las quejas constantes de Mandela en relación con los cuidados sanitarios de los presos y sus condiciones de vida, que en algunos momentos de la estrategia de represión empeoraban considerablemente, pueden llegar a hacerse repetitivas. Sin embargo el tono que utiliza, siempre correcto y respetuoso, dice mucho del personaje y de la filosofía que fue modelando durante su encierro:
“Durante catorce años de encarcelamiento he intentado cooperar con todos los funcionarios de la cárcel lo mejor que he podido, desde el director general de Prisiones al guardia de sección, siempre y cuando esa colaboración no comprometiera mis principios. Nunca he considerado que ningún hombre fuera mi superior, ni en mi vida fuera de prisión ni dentro de ella, y he ofrecido de buen grado toda mi colaboración con la firme creencia de que, al hacer tal cosa, estaba contribuyendo a una relación armoniosa entre prisioneros y guardias y fomentando el bienestar general de todos nosotros. Mi respeto por los seres humanos no se basa en el color de la piel, ni en la autoridad que ostenta una persona, sino puramente en su mérito”.
También acaban haciéndose pesadas las gestiones sobre los estudios de Mandela en la cárcel, los continuos mensajes pidiendo libros, solicitando aplazamientos de exámenes, o requiriendo gestiones para sus matrículas. Sin embargo, ese flujo constante de mensajes también ayuda a entender algunos de los rasgos de la personalidad o al menos la estrategia del líder sudafricano. La constancia y la reclamación de unos derechos con los que nadie contaba. En un régimen en el que se institucionalizaba la discriminación, Mandela sabía que tenía derecho a estudiar estando en prisión y no renunciaba a él, cuando su recorrido académico se veía entorpecido porque un funcionario había “olvidado” introducir en un sobre la cuantía de una tasa administrativa, Mandela volvía a escribir reclamándola. Año tras año. La monotonía de la vida en la cárcel permitió al referente antiapartheid convertirse en una especie de ruido sordo para la administración. Sus cartas personales estaban limitadas, pero no así las que podía dirigir a los miembros de las instituciones penitenciarias, algo que seguramente también explica su constancia y su perseverancia.
La dimensión personal que se puede destilar de la lectura de las cartas también resulta interesante, siempre teniendo en cuenta el contexto excepcional en el que se escriben y la conciencia de la cantidad de ojos que hay clavados en sus palabras, antes incluso de que el destinatario o la destinataria sepan de su existencia. Algunos de los momentos dramáticos vividos por Mandela durante su encarcelamiento, como la muerte de su madre, ofrecen pistas de su manera de enfrentar la adversidad, pero también de su esfuerzo por mantener lazos sociales.
“Vi a mi madre por última vez el pasado 9 de septiembre. Después del encuentro pude observar cómo caminaba hacia el barco que tenía que conducirla a tierra firme y no sé cómo se me cruzó por la mente la idea de que jamás volvería a verla. Siempre esperaba sus visitas con ilusión y la noticia de su muerte ha sido un golpe muy duro. Me sentí inmediatamente solo y vacío. Por suerte, los amigos que tengo aquí, cuya solidaridad y cariño siempre han sido una fuente de fortaleza, me ayudaron a sobrellevar mi dolor y a levantar mis ánimos. Las noticias que me llegaron del funeral también me armaron de valor. Fue una delicia saber que una multitud de familiares y amigos habían asistido al entierro para honrar la ocasión con su presencia, y me siento feliz por poder contarte entre los que le presentasteis sus últimos respetos”.
En las cartas a sus hijos, por ejemplo, los estudios y la preocupación por sus avances académicos son también una constante, lo que hace pensar en dos motivos. Por un lado, con convicción de la importancia de que los hombres y mujeres de su pueblo se formen de la mejor manera posible. Por otro lado, quizá, el esfuerzo, tal vez vano, de estar presente en ese crecimiento de sus hijos e hijas que se está perdiendo por estar encarcelado. Esa constante preocupación por los estudios es la manera más evidente en la que intentar marcar la directriz que se le supone como padre. En esas mismas misivas, sin embargo, se desliza también la ternura junto a la amargura y la esperanza.
“Zindi dice que siente mucha pena porque no estoy en casa y quiere saber cuándo volveré. No lo sé, mis niñas, no sé cuándo podré volver. Os acordáis de que en la carta que os escribí en 1966 os conté que el juez blanco me había dicho que debía pasar el resto de mi vida en la cárcel.
Puede que pase mucho tiempo antes de que pueda volver, puede que sea dentro de poco. Nadie sabe cuándo será, ni siquiera el juez que dijo que me quedaría aquí dentro. Pero tengo la certeza de que llegará el día en que regresaré a casa para vivir el resto de mis días feliz con vosotras”.
Tal vez el Mandela más desconocido que desvelan las cartas es el marido/amante/compañero en las que dirige a Winnie Mandela, siempre, de nuevo, teniendo en cuenta las circunstancias especiales y sin una excesiva voluntad de espiar a través de la cerradura de una puerta que está cerrada voluntariamente, esa sensación que podemos tener al asomarnos a unas cartas personales e íntimas, más allá de censura.
“Tu retrato me despertó sentimientos cruzados. De alguna manera pareces triste, con la mirada perdida y enferma, pero encantadora al mismo tiempo. La foto grande es un estudio magnífico que muestra todo lo que conozco de ti, la belleza devastadora y el encanto que diez años de matrimonio tormentoso no han enfriado. Sospecho que querías transmitir un mensaje especial que ninguna palabra lograría expresar jamás. Ten por seguro que lo he entendido. Todo lo que deseo decirte por ahora es que la foto ha despertado en mí los sentimientos más tiernos y ha atenuado la amargura de todo lo que me rodea. Ha agudizado la añoranza que siento por ti y nuestro dulce y pacífico hogar”.
En otra carta escrita siete años después con un tono dramático porque transmite una intensa preocupación por el estado de salud de su mujer, Mandela le dice:
“Sobre el por qué te adoro justo en este preciso instante, lo sabes perfectamente. ¿Todavía te acuerdas de la primera vez que me dirigí a ti como dadewethu (‘querida hermana’ en xhosa) y por qué me he aferrado de forma testaruda a este saludo todos estos años? Sí, sí que lo sabes, Ngutyana. Tu optimismo y tu maravillosa sonrisa me han armado de más valor que todos los célebres clásicos de este mundo. Eres mi amor y, en momentos como estos, lo sensato es hablar con sinceridad y franqueza. Aunque no puedo estar seguro, solo me cabe esperar que estas dos cartas te lleguen como deben y en las condiciones en las que las he escrito”.
Más allá de los matices, es indudable pensar en la importancia histórica de los documentos que recoge este Cartas desde la prisión, de la misma manera que es fundamental la aproximación, desde una perspectiva poco habitual, que ofrece al personaje.
Original en: wiriko