El pasado 10 de enero una niña de diez años con explosivos atados a su cuerpo entraba en el mercado de la ciudad de Maiduguri, en el noreste de Nigeria, y desencadenaba una explosión que segó su vida y la de una veintena de personas. Días antes, varios brutales ataques protagonizados por hombres fuertemente armados arrasaron un pueblo llamado Baga, a orillas del Lago Chad, dejando un rastro de cientos de muertos. Y el día 12, una amplia ofensiva terrorista era rechazada en Kolofata, al norte de Camerún, con el resultado de 143 atacantes fallecidos. Detrás de todas estas acciones se esconde la misma sombra tenebrosa, la de Boko Haram, el grupo terrorista más letal de África que ha provocado al menos 11.000 muertos desde 2003, casi la mitad de ellos el pasado año, y que no sólo ha logrado sembrar el terror y el desconcierto en el noreste de la pujante Nigeria, donde ya controla una quincena de localidades en un autoproclamado califato, sino que amenaza con desestabilizar a toda la región. “Están cada vez más organizados y son más letales y ambiciosos, es muy posible que lo peor esté por venir”, asegura Carlos Echeverría, profesor de Relaciones Internacionales en la UNED y conocedor de la problemática nigeriana.
Es, junto con el descontrolado sur de Libia y la actividad terrorista de Al Shabab en Kenia y Somalia, el mayor reto en materia de seguridad al que se enfrenta el continente africano en el momento actual. Así lo reconocieron 400 expertos en la materia reunidos en diciembre en Dakar (Senegal) y así lo han dicho, por activa y por pasiva, en los últimos meses, distintos líderes africanos. Y es uno de los temas principales que se discuten estos días en la cumbre de la Unión Africana (UA) en Addis Abeba. Desde su nacimiento en el estado de Borno en 2002, Boko Haram (expresión en lengua hausa que significa “la educación occidental es pecado”) ha pasado de ser un pequeño y radicalizado grupo de predicación que supo medrar en un mar de descontento a convertirse en una poderosa maquinaria capaz de arrasar pueblos enteros, secuestrar cientos de niñas o de atentar y provocar decenas de muertos en el corazón de Kano o Abuya, ciudades alejadas cientos de kilómetros de su principal zona de influencia.
u nombre real es Grupo Suní para la Predicación y el Yihad, pero son internacionalmente conocidos como Boko Haram. En los últimos cinco años se ha convertido en la principal pesadilla de Nigeria, pero su “salto a la fama” llegó el pasado mes de abril cuando secuestraron a más de doscientas niñas y adolescentes en la localidad de Chibok, lo que generó una campaña mediática y en redes sociales con la etiqueta #BringBackOurGirls que dio la vuelta al mundo y a la que se apuntaron cientos de famosos y personajes públicos. Hoy, nueve meses después de aquel secuestro, apagados los ecos de aquella iniciativa, la mayor parte de esas niñas no sólo no han aparecido sino que lo más probable es que hayan sido vendidas como esposas forzosas o como esclavas. Pero ni han sido las únicas ni Boko Haram emerge de la nada hace unos meses.
Fue allá por el año 2002 cuando un clérigo musulmán llamado Mohamed Yusuf decidió crear una secta fundamentalista a la que bautizó con el nombre de Compañeros del Profeta, embrión del actual Boko Haram. La intención de este grupo era extender la aplicación de la sharia o ley islámica a toda Nigeria, pero en sus inicios no destaca por sus acciones violentas. Sin embargo, la muerte del propio Yusuf y de cientos de sus seguidores en 2009 a manos de la policía, lo que fue considerado un martirio por sus acólitos, marca un punto de inflexión en la vida de Boko Haram. Quienes toman el relevo al frente de la organización, encabezados por el escurridizo emir Aboubakar Shekau, tienen un perfil mucho más radical e inician una campaña de acciones violentas que ha llevado a Nigeria a escalar hasta la cuarta posición del mundo en muertes por terrorismo, sólo superada por Irak, Afganistán y Pakistán, según el reciente Índice de Terrorismo Global publicado por el Institute for Ecomomics & Peace.
Poco a poco, las acciones de Boko Haram se van haciendo más audaces y violentas e implican, por primera vez, ataques a gran escala contra civiles y contra musulmanes. La espiral de atentados terroristas y represión policial y militar, responsable también de muchas muertes, ha sumido al noreste del país en un ciclo hasta ahora sin fin de violencia extrema. Durante décadas Nigeria ha sido escenario de choques intercomunitarios con un trasfondo religioso, con un norte mayoritariamente musulmán y un sur eminentemente cristiano y animista, pero nunca se había llegado a la situación actual que muchos consideran de guerra no declarada. Boko Haram ha sabido nutrir sus filas aprovechando tres factores, esas tensiones intercomunitarias y religiosas, sus crecientes lazos con el yihadismo internacional y, en último lugar pero no menos importante, el malestar entre buena parte de la población del norte por el déficit en materia de inversiones e infraestructuras frente al rico sur del que sale el petróleo que ha convertido a Nigeria en el país con mayor PIB de toda África, por delante de Sudáfrica.
Pero la extrema violencia mostrada por la Secta durante 2014, año en el que se han producido unas 5.000 víctimas mortales, y su capacidad para hacerse con el control de amplias zonas del país, llegando el pasado 25 de enero hasta las puertas de Maiduguri, capital del estado de Borno, evidencian un giro inquietante. “Las recientes acciones de Boko Haram suponen un auténtico salto exponencial que tienen que ver tanto con la fortaleza del propio grupo como con la ineficacia del Estado nigeriano para hacerle frente”, asegura Carlos Echeverría, experto en terrorismo yihadista y profesor de Relaciones Internacionales de la UNED que ha profundizado en la historia de este grupo. “A diferencia de otros grupos yihadistas, Boko Haram no tiene una ideología muy elaborada, construyen a través de la acción, sin tesis muy profundas ni una coherencia clara. Un día muestran su adherencia al Estado Islámico y otro a Al Qaeda central”. En este sentido, la reciente proclamación de un califato en el noreste nigeriano (2014) “se produce porque allí el Estado no puede ejercer ningún tipo de control”.
Echeverría no tiene duda sobre la amenaza que supone este grupo para la seguridad regional. “Están cada vez más organizados y son más letales y ambiciosos. Y lo que es peor, no se ve por ningún lado una estrategia coordinada de respuesta. La posibilidad de que la cosa vaya a peor es muy real”. El proyecto de extensión de esta violencia a Camerún es ya una realidad, como ha mostrado el ataque a Kolofata de principios de enero, pero lo es desde hace dos años con el constante reclutamiento de militantes en el norte de este país; Chad, por su parte, ha advertido por activa y por pasiva que el riesgo de contagio es enorme y ha decidido movilizar a su cada vez más poderoso ejército hacia la zona fronteriza e incluso penetrar en Camerún para colaborar con este país en la defensa de cuarteles y ciudades; mientras que Níger sufre las consecuencias del conflicto con el flujo de unos 100.000 refugiados a su suelo y teme que pronto comiencen incursiones más ambiciosas, pues desde su frontera ya se ven pueblos en los que ondea la bandera negra de los yihadistas.
“Es un problema de envergadura. Al igual que pasó en el norte de Malí, este grupo ha sabido beneficiarse de reivindicaciones históricas de la población y de la existencia de una gran corrupción estatal. Pero en Nigeria todo es de una dimensión enorme. Boko Haram puede reclutar a muchísima gente porque estamos hablando del país más poblado de África y allí la corrupción es mayor aún que en Malí, es gigantesca. Sus principales fuentes de financiación son los tráficos ilícitos, sobre todo armas y droga, y su presencia cerca de fronteras, lo que le genera enormes beneficios”, explica Echeverría. Y al mismo tiempo, ha estrechado contactos con los otros dos grupos yihadistas más peligrosos de África, Al Qaeda del Magreb Islámico (Sahel) y Al Shabab (Somalia). “No estamos hablando de conexiones por Internet, sino de contactos reales y fluidos, de intercambios, visitas. Estamos hablando de personas que se desplazan de un país a otro y participan en acciones conjuntas”, añade este experto.
Reciente vídeo propagandístico en el que Shekau amenaza al presidente de Camerún.
Uno de los grandes problemas derivados de la enorme violencia en la que está sumida el noreste de Nigeria es la dificultad de obtener informaciones fiables. Boko Haram usa la propaganda de guerra de manera inteligente a través de Internet y redes sociales, pero es eso, propaganda; en el otro lado, el Ejército y el Gobierno filtran datos a cuentagotas y muchas veces son inexactos. Y la presencia de periodistas independientes en la zona es prácticamente imposible porque estos también pueden ser objeto de ataques o secuestros. No parece que ni unos ni otros deseen esta presencia, lo que permite a ambos bandos actuar con la máxima impunidad. Un ejemplo claro ha tenido lugar recientemente con la masacre de Baga, respecto a la que se ha informado de 2.000 muertos (un testimonio ciudadano) mientras que el Ejército habla de 150. Imposible verificar, aunque todo apunta a que el Gobierno se ha quedado corto dado el enorme flujo de personas que huyeron de este pueblo y los escasos relatos que del ataque se han filtrado.
El Gobierno nigeriano ha mostrado siempre interés por minimizar o silenciar la actividad de Boko Haram, así como un manifiesto rechazo a injerencias extranjeras. Sólo en momentos puntuales, como tras el secuestro de las niñas de Chibok, y debido a la presión de potencias extranjeras, ha admitido la presencia de expertos en seguridad e inteligencia de países como Gran Bretaña o Estados Unidos en su territorio. La masacre de Baga que tuvo lugar entre el 3 y el 7 de enero no mereció ningún comunicado ni condena oficial, mientras que el presidente nigeriano apenas tardó unas horas en lamentar el ataque a la sede del semanario satírico Charlie Hebdo en la capital francesa, algo que muchos de sus compatriotas consideran un imperdonable intento de ocultar la realidad. Pero, como dice Carlos Echeverría, la incapacidad nigeriana para hacer frente a Boko Haram no invita precisamente al optimismo y menos en las próximas semanas.
En este contexto de violencia sin precedentes protagonizada por Boko Haram, Nigeria celebra elecciones generales el próximo 14 de febrero. Y no son unos comicios cualquiera. Dos candidatos se perfilan como máximos favoritos. Por un lado, el actual presidente, Goodluck Jonathan, cristiano del sur, en representación del Partido Democrático Popular (PDP), que ha dominado la escena política nigeriana en la última década. Llegó al poder en 2010 tras la muerte de su antecesor en el cargo, Umaru Yar’Adua, y luego fue legitimado por unas elecciones presidenciales que generaron una oleada de violencia en el norte musulmán, con un millar de muertos. Su gestión ha estado salpicada de irregularidades y marcada por luces y sombras: si bien el país ha arrebatado el primer puesto como potencia económica continental a Sudáfrica, lo cierto es que la caída de los precios del petróleo está suponiendo un duro golpe a una economía que depende en buena medida de este producto. Y respecto al terrorismo, Jonathan ha mostrado una formidable incapacidad de respuesta.
Precisamente la debilidad de Jonathan ante el terrorismo, su indudable talón de Aquiles, es una de las piedras angulares de la campaña de su principal rival para ocupar el sillón presidencial. Se trata del general Mahamadou Buhari, quien ya fuera presidente del país durante un breve periodo de tiempo tras protagonizar un golpe de estado militar, musulmán del norte y famoso por su austeridad, su implacable lucha contra la corrupción y su mano dura. El hecho de que Buhari proceda del norte y sea musulmán le coloca también en una mejor situación de partida para entender el contexto en el que Boko Haram se ha sabido mover como pez en el agua, pero también podría ser su debilidad, pues en ocasiones ha mostrado cierta complacencia con el grupo terrorista con el que tendrá marcar claras distancias si quiere llegar al sillón presidencial.
En todo caso, las luces de alerta están encendidas. Los expertos consideran casi seguro que la Secta aprovechará la ocasión para tratar de hacer nuevas demostraciones de fuerza y exhibir su capacidad de golpeo, ahora que muchos ojos estarán mirando hacia Nigeria. La seguridad se ha reforzado en Abuya, Lagos, Kano y otras grandes ciudades. Sin embargo, la situación en los estados de Borno, Yobe y Adamawa, que estuvieron bajo el estado de emergencia durante meses el año pasado, parece demasiado complicada como para que las elecciones se desarrollen con normalidad. Muchos no podrán votar o tendrán miedo de acudir a las urnas, sabiendo que Boko Haram puede actuar en cualquier momento.
Original en: Blogs de El País. África no es un país