«La vida en un campo de refugiados en Kenia»

2/07/2014 | Crónicas y reportajes

El enorme campo de refugiados de Dadaab, en el norte de Kenia, el más grande del mundo, es un testimonio palpable del fracaso del sistema internacional de tratamiento de las víctimas de la migración forzosa.

Noor Tawane se acerca a los 30. Es de mediana estatura y constitución también mediana y comienza a ensancharse a la altura de la cintura. Siete niños y varios trabajos le han pasado factura, últimamente, un mechón de pelo gris le ha salido en la cabeza. El Sr. Tawane está cansado. Sus ojos, que brillan cuando está contento, están ahora, casi siempre, aburridos y tristes.

Durante 23 de sus 29 años, el Sr. Tawane ha vivido en el campamento de Hagadera, uno de los cinco que componen el complejo de refugiados alrededor de la ciudad fronteriza de Dadaab en Kenia. Se extiende a lo largo de un árido desierto rojo, a 113 kilómetros de su tierra natal, Somalia. Desde que su padre huyó en 1992 llevándole a la espalda, el señor Tawane, sus padres, de edad avanzada, y su extensa familia han vivido todos los días con la idea de que estaban a punto de regresar a Somalia. Pensaban que cada cambio en la guerra podría ser el cambio definitivo que les permitiría regresar. Nunca esperaron envejecer y morir en Kenia, pero esa posibilidad avanza día a día.

Al principio el padre del Sr. Tawane se negó a construir una casa permanente. En lugar de ello, optó por una “aqal”, tienda nómada somalí, con el argumento de que la familia pronto regresaría. Cuando se le ofreció un puesto en el mercado, lo rechazó. A medida que la guerra en Somalia continuaba, poco a poco, fueron haciendo ajustes: una choza de barro y palos, un carro tirado por burros para acarrear agua, un negocio de carnicería y ahora un generador, que vende electricidad casera a varios bloques del campo a un precio de 1000 chelines kenianos (12 dólares) al mes. Y, todo el tiempo sabiendo que este suelo seco y polvoriento, no era su hogar. Soñaban que pronto irían a otro lugar, que había otra vida que les esperaba en alguna parte.

En virtud del derecho internacional a los refugiados, o a las personas que huyen de su país a causa de la guerra o de la persecución se les debe ofrecer una de estas tres soluciones «duraderas»: o bien volver a su país de origen, o la integración en el país de llegada, o el reasentamiento en un tercer país. Los enormes campos de refugiados de Dadaab son un testimonio viviente del fracaso de ese sistema.

Alrededor de 369.000 personas, sobrevivientes del cerca del medio millón que había antes de la hambruna de 2011, viven aquí, en el campamento de refugiados más grande del mundo. El segundo campamento más grande es Kakuma, en el noroeste de Kenia, con 125.000 refugiados. Dadaab es también la cuarta ciudad más grande de Kenia y la mayor concentración de somalíes fuera de Mogadiscio, la capital de Somalia.

Es ilegal mantener a los refugiados en un campamento y negarles la libertad de movimiento, pero eso es exactamente lo que el gobierno de Kenia ha hecho durante más de dos décadas, desde que el campamento fue fundado en 1992. Las autoridades de Kenia prohíben al Sr. Tawane y a su familia dejar el campamento o tener un empleo. Pueden considerarse socialmente de la clase media del campamento, pero la realidad es que están prisioneros en este desierto.

Preocupada por la afluencia de más somalíes (una media de un millón de somalíes, indocumentados, viven en Nairobi según las estimaciones del gobierno), Kenia ha tratado de controlar la avalancha de gente que ha ido viniendo de Somalia desde la caída del gobierno en 1991. El gobierno de Kenia, poco dispuesto a tolerar la idea de que los refugiados podrían tener derecho a permanecer en el país, insiste en que Dadaab es temporal y prohíbe toda estructura permanente, aunque los campos den la sensación de permanencia: escuelas, hospitales, fábricas, mercados, cines, incluso liga de fútbol. Y así, en una ciudad cuya población coincide con la de Atlanta, EE.UU., los caminos sin asfaltar se convierten en lodo en la época de lluvias, las aguas residuales se mueven libremente y el cólera surge cada año.

A pesar de la miseria de Dadaab, el regreso a Somalia es una perspectiva aterradora para una generación criada en la relativa paz de los campamentos. Una vida en Kenia, está fuera de su alcance a excepción de unos pocos afortunados y ricos con los medios suficientes para comprar los documentos necesarios para vivir en Kenia, un negocio muy extendido en los campamentos. Se puede decir que toda una generación ha crecido soñando con una vida en Occidente como el único lugar donde, una mente traumatizada, aún podría atreverse a imaginar otra existencia. El número de escogidos cada año para el reasentamiento es muy pequeño. El proceso es una lotería basada en los números de las tarjetas de racionamiento de los refugiados, con preferencia hacia los que necesitan protección urgente.

Sólo los países ricos de Europa, Norteamérica y Australia, se ofrecen al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) para compartir la carga de acoger refugiados. Pero son aún más reacios que Kenia a acoger a un gran número de somalíes en su país. En 2013, el Reino Unido acogió 316 refugiados somalíes de Dadaab, los EE.UU 312, Suecia 227, Canadá 167, Australia 159 y Noruega 144, según ACNUR. El número de personas seleccionadas para el reasentamiento es ligeramente superior al número de nacimientos en el campo durante un mes. A pesar del programa de reasentamiento, la población de los campamentos de Dadaab era de 369.294 el 17 de febrero de 2014.

Personas como el Sr. Tawane deben aceptar una vida no muy diferente de la que llevarían en un penal. El Sr. Tawane ha renunciado a la esperanza de ser elegido para el reasentamiento. Ha limitado sus ambiciones a ganar dinero con su carnicería y con el generador.

El gobierno de Kenia no ve el fin de este problema y sigue teniendo que albergar a un número inmenso de personas atrapadas en un callejón sin salida. Kenia trató de encontrar alguna solución a este problema invadiendo Somalia en 2011. Su objetivo era establecer una zona de seguridad que haría más seguro para los exiliados el regreso a sus hogares. La invasión ha tenido algún éxito, pero una zona segura al sur de Somalia para el regreso de refugiados sigue siendo un espejismo. Kenia sigue insistiendo en que Dadaab supone un riesgo para la seguridad y exige que los refugiados vuelvan a casa. Mientras, la ONU recuerda a los refugiados que regresar es absolutamente voluntario tanto en virtud del derecho internacional como en virtud del derecho keniata.

Muy pocas personas han hecho caso a las peticiones de Kenia. La única consecuencia cierta de la impaciencia de Kenia con los campamentos es el deterioro de los servicios, ya que las agencias de ayuda humanitaria dudan en invertir en estos campos. El resultado: enfermedades, inseguridad y frustración.

Dadaab es un duro y claro ejemplo del fracaso del sistema de ayuda a refugiados. El término que se utiliza en la ONU es «situación prolongada de refugiados», otra forma de decir «campamento indefinido». Se necesitan desesperadamente nuevas ideas ya que la población mundial de refugiados va en aumento con nuevas crisis como la de la República Centroafricana, Sudán del Sur y Siria y la rápida construcción de nuevas “ciudades de plástico, palos y tiendas de campaña”. Los barrios marginales ocupan los agujeros del derecho internacional: protección sin libertad.

El Sr. Tawane y una generación como la suya han crecido en el campo yendo a la escuela, al instituto e incluso a la universidad a distancia. Tienen la esperanza de poder, un día, utilizar sus conocimientos.
Mientras, esperan con desidia. Al igual que su pelo canoso, su fe en un sistema internacional, que parece haberlos abandonado, se va volviendo cada vez más débil. En Dadaab sus títulos académicos son inútiles. Hacinados, los refugiados no pueden ir ni hacia adelante ni hacia atrás prisioneros de lo que el Sr. Tawane llama, con un movimiento de cabeza, «esta vida de refugiados».

Nota: Ben Rawlence, el autor de este artículo, está escribiendo un libro acerca de los refugiados somalíes en Kenia, con el apoyo de la “Open Society Foundation”. Ben Rawlence obtuvo el Master en relaciones internacionales en la Universidad de Chicago y actualmente vive en Londres. Este artículo fue publicado por primera vez en “África in Fact”

[Fuente: pambazuka.org-Fundación Sur]

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