Es imposible no conmoverse al observar el grado de descomposición estatal y el caos absoluto en el que se sumergió Libia durante estos últimos años. Ciudades destruidas, gobiernos rivales, un clima de inseguridad crónica, una economía en crisis y el desplazamiento forzado de miles de personas forman parte de las terribles consecuencias de la prolongación de un conflicto extremadamente violento y complejo. No estamos hablando de un país poco relevante en la escena africana y mundial, sino todo lo contrario. Libia se encuentra dentro de los países africanos con mayor extensión territorial, y había sido, hasta hace no mucho, una de las naciones más influyentes del norte de África y el Medio Oriente.
Antes de que estallara la revolución, era considerado como uno de los países más desarrollados y prósperos del continente africano gracias a sus vastos yacimientos petrolíferos, donde los servicios educativos y de salud eran gratuitos, aunque todo con un alto costo en términos de libertades políticas y democráticas. Durante sus 42 años de gobierno, el coronel Muammar Gadafi se afianzó como el hombre fuerte que manejó a su antojo el destino de su patria, a través de la Jamahiriya, una doctrina de corte panarabista que él mismo elaboró, convirtiéndose así en un hombre respetado, odiado y temido en todo el mundo. Sin embargo, la ola democratizadora que encarnó la Primavera Árabe a inicios de 2011 significó el fin de algunos de los regímenes dictatoriales en la región, y el de Gadafi no fue la excepción.
La primavera libia y la intervención de la OTAN
A diferencia de sus hermanas tunecina y egipcia, la primavera libia dio paso rápidamente a una guerra civil. A lo largo de sus años de gobierno, Gadafi demostró ser un hábil político al consolidar su poder a base de un conjunto de alianzas con los principales actores internos. No obstante, en sus últimos años tomó decisiones que le fueron sumando cada vez mayores enemigos, sobre todo el establecimiento de leyes anti islámicas y el acercamiento del dictador a las potencias occidentales con el propósito de levantar las sanciones de las que el país era objeto.
Cuando estallaron las protestas sociales (febrero de 2011), Gadafi vio conveniente implementar ciertas reformas para calmar la situación, y así evitar que tuviera el mismo destino de Ben Alí y de Hosni Mubarak. Pero el ambiente político en Libia estaba mucho más tenso, y entonces los enemigos de Gadafi aprovecharon la coyuntura regional y tomaron las armas. Las primeras manifestaciones estuvieron concentradas en la región de Cirenaica, marginada históricamente y bastión de la oposición. En un principio Gadafi no quería usar la fuerza pública para que su imagen a nivel internacional no se deteriorara, pero ante la magnitud de las movilizaciones y su extensión por todo el país, finalmente sí decidió hacer uso de la represión, instrumento característico de su régimen.
Esta acción desembocó en una intervención internacional en Libia para apoyar a los rebeldes libios, cuya actuación se sustentó en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, impulsada principalmente por Francia y Gran Bretaña, que se aprobó en marzo de 2011, en donde se autorizaba a “tomar todas las medidas necesarias” para proteger a la población civil de posibles ataques por parte del gobierno. También se ordenó el embargo de armas y el congelamiento de los activos del gobierno libio.
De este modo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se convirtió en la principal fuerza internacional que intervino en el conflicto, y su campaña de bombardeos aéreos fue determinante para la caída del régimen de Gadafi. Su intervención se alineó con la clásica operación de cambio de régimen, que poco tuvo que ver con la retórica de las consideraciones humanitarias y el cambio democrático. La participación de los países de la OTAN alentó a los rebeldes libios a proseguir con la guerra. Quizás el régimen hubiera podido acelerar las reformas, pero la intervención internacional detuvo el proceso. Es más, rechazaron una salida negociada con la Unión Africana para acabar con la guerra, opción que Gadafi ya había aceptado.
Occidente envió asesores militares y fuerzas especiales a Libia con el fin de entrenar, capacitar y dirigir a los rebeldes. No hizo caso a los continuos llamados de cese al fuego y la posibilidad de una salida pacífica. Prosiguieron con los ataques en coordinación con la oposición libia hasta el 20 de octubre de 2011, fecha en que Muammar Gadafi es capturado, linchado y ejecutado por un comando. Los videos que mostraron su brutal asesinato le dieron la vuelta al mundo. Con este hecho, Libia entró en una nueva etapa en su historia, en la cual muchos libios esperaban con ansias construir un nuevo sistema político democrático, pero que nació literalmente con las manos manchadas de sangre y con una gran influencia proveniente del exterior, factor que condicionó a partir de entonces su rumbo a corto y mediano plazo.
El juego geopolítico internacional en Libia
Las consecuencias de la guerra civil fueron terribles. Una vez que la OTAN alcanzó su principal y verdadero objetivo, se creó un Consejo Nacional de transición (CNT), que llamó a elecciones e intentó redireccionar el rumbo de Libia por el sendero de la democracia. Pero muy pronto comenzaron los primeros desencuentros entre las diversas milicias que participaron, que defendían diversas visiones sobre el futuro del país.
Al mismo tiempo, la Primavera Árabe cimbró los cimientos de algunas naciones del Medio Oriente, y al ser ésta una zona caliente, se desató una nueva reconfiguración de fuerzas que ofreció nuevas oportunidades para todos. No resulta sencillo dilucidar el tablero de risk en el que se convirtió Libia en los últimos 10 años, debido fundamentalmente a la entramada red de alianzas, su naturaleza cambiante, así como la participación de diversos personajes que aparecen y desaparecen en la escena del país. Con la finalidad de tener una imagen más clara sobre los principales acontecimientos que ocurrieron en todo ese tiempo, he elaborado el siguiente esquema, donde se visualizan los proyectos de gobierno que se han establecido y los sucesos que marcaron su rumbo:
A grandes rasgos, dentro del conflicto libio pueden distinguirse las siguientes etapas:
- Febrero – octubre 2011: Primavera libia, primera guerra civil y fin del régimen de Muammar Gadafi.
- Octubre 2011 – abril 2014: Formación de un nuevo gobierno y construcción de nuevas instituciones democráticas.
- Mayo 2014 – marzo 2016: Luego de una intensa crisis política, se produce una ruptura entre las principales figuras y personajes del país, desatándose una nueva guerra civil.
- Abril 2016 – agosto 2020: Intensificación de la guerra, caracterizado por la confrontación entre la Gobierno de Acuerdo Nacional Libio (GAN) y el Ejército Nacional Libio (ENL).
- Octubre 2020 – actualidad: Fin de la segunda guerra civil y formación de un nuevo gobierno de transición.
La lucha por el control de recursos y territorios ha sido terrible y muy violenta, en donde cualquier fuerza, milicia o grupo armado puede disputar cualquier territorio, y tres gobiernos distintos han llegado a competir para imponerse sobre sus adversarios y alcanzar la legitimidad y el reconocimiento del pueblo de Libia y de la Comunidad Internacional. Si previamente las características sociales, políticas y culturales de Libia representaban un enorme desafío para establecer un proyecto estatal en el cual todos se sintieran representados, el conflicto armado ha profundizado en las diferencias entre todos los sectores de la población libia, comprometiendo en buena medida los esfuerzos hacia la paz y la reconciliación nacional.
A todo ello, la injerencia extranjera sobre los asuntos internos de Libia ha impactado de forma negativa en la estabilidad de esta nación y en la prolongación de la guerra, considerando que, con los recursos internos, ningún bando hubiera sido capaz de sostener por mucho tiempo las operaciones militares sin el apoyo, capacitación y armamento proporcionado por naciones extranjeras que apoyan a una u otra fuerza acorde a sus intereses geopolíticos, entre los cuales destacan los siguientes:
La lucha antiterrorista a nivel mundial: La inexistencia de un verdadero poder estatal, el desmoronamiento de sus instituciones y la frustración social acumulada crearon las condiciones para la radicalización religiosa de una parte de la población libia y el ascenso de grupos yihadistas en país. Así, es lógico que Estados Unidos y las potencias europeas vean amenazados sus intereses y seguridad ante el ascenso de esos grupos, por lo que no dudaron en combatir a esos grupos en Libia, algo que, paradójicamente, ellos mismos contribuyeron a su fortalecimiento.
La inmigración: En estos momentos Europa atraviesa por la peor crisis migratoria desde la segunda guerra mundial, y no todas las naciones están dispuestas a recibir refugiados, desplazados y migrantes con los brazos abiertos. En este aspecto, Libia es un punto muy importante en las rutas migratorias de subsaharianos que buscan llegar a Europa, por lo cual los miembros de la Unión Europea tienen sus ojos puestos en este país y tratan de influir en la trayectoria del conflicto que atraviesa.
Control y disputa por los yacimientos de petróleo: El petróleo ha sido un arma y un instrumento de negociación al servicio de los países de Medio Oriente frente a Occidente, y resulta que Libia tiene las mayores reservas probadas de hidrocarburos y recursos energéticos en el continente africano, por lo cual su posesión representa un punto muy importante que no debemos de perder de vista
Lucha y competencia por la hegemonía en el Mundo Árabe: Históricamente, el Medio Oriente se debate en medio de estrategias e intereses que tienen como base a la religión islámica, que se ha manifestado en disputas con cristianos (potencias coloniales), judíos (mediante la confrontación con el Estado de Israel) y la rivalidad entre sunníes y chiíes. Y así, el conflicto en Libia, un país mayoritariamente árabe, musulmán e islamista, ofreció a las naciones ubicadas en esta zona del mundo la oportunidad de influir en el rumbo de este país y acrecentar su influencia en asuntos políticos, religiosos y económicos.
Ante la desastrosa situación interna de Libia, todos estos factores confluyen para generar un ambiente muy explosivo en este país. En un análisis rápido, primero habría que marcar las características de los principales actores internos para después comprender las alianzas internacionales que conforman. En primer lugar tenemos a los islamistas moderados, que estuvieron concentrados en el Gobierno de Salvación Nacional, con sede en Trípoli. Por otro lado, la cámara de representantes elegida en las controvertidas elecciones de 2014 se trasladó a la ciudad de Tobruk, y desde ahí se conformó un nuevo gobierno con el apoyo del Ejército Nacional de Libia (ENL) a través de la exitosa campaña Operación Dignidad, comandada por Jalifa Haftar, un general que participó en la guerra libio-chadiana, quien por cierto fue exiliado y expulsado de Libia por Gadafi.
En un principio la Comunidad Internacional había otorgado legitimidad al gobierno de Tobruk, hasta que a fines de 2015 aparece un nuevo gobierno en discordia, el Gobierno de Acuerdo Nacional Libio (GAN), que fue conformado en Sjirat, Marruecos, en diciembre de 2015 bajo el amparo de la Naciones Unidas, conformado por personalidades de los otros dos gobiernos. Contra todo pronóstico, meses más tarde logran expulsar de Trípoli a los islamistas y entraron de lleno en la lucha contra el gobierno de Tobruk. Pese a ello, algunas potencias mundiales y naciones del Mundo Árabe han patrocinado las acciones del ENL, y ven en el general Haftar como el único personaje que es capaz de imponer el orden en Libia, tomando como base sus intereses y afinidades políticas.
El ENL tiene el soporte, principalmente, de Rusia, Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Jordania. Antes de la firma del cese al fuego en octubre de 2020, Haftar y sus fuerzas mantenían la ventaja en la lucha por la capital, Trípoli, gracias a la llegada de mercenarios apoyados por Moscú agrupados en el Grupo Wagner, muy cercano al Kremlin y al presidente Putin, quien niega que esté teniendo un rol activo en los combates. Los Emiratos Árabes Unidos también han apoyado activamente al ENL con sistemas de armas y soporte aéreo, con el objetivo, según los expertos, de detener el avance de los Hermanos Musulmanes, organización que es considerada terrorista por Rusia, Egipto y Arabia Saudita. Por su parte, el apoyo a las fuerzas del ENL por parte de Egipto sería una cuestión de seguridad nacional para evitar que los islamistas terminen imponiéndose en el gobierno, ya que Al Sisi no puede permitirse el lujo de tener como vecinos a un gobierno islamista al mando de los Hermanos Musulmanes. Recordemos que en 2014 éstos fueron depuestos de Egipto.
También habría que destacar el rol activo de Francia en Libia desde la época de la intervención de la OTAN, donde el entonces presidente Nicolás Sarkozy buscaba evitar la influencia de Gadafi en el África francófona, a pesar de que recibió apoyo financiero de Gadafi en su campaña a la presidencia. En 2016, el gobierno de François Hollande se alineó con el bando de Haftar después del asesinato de tres suboficiales franceses a manos presuntamente de una milicia que apoya al GAN. Desde 2018 Emmanuel Macron ha patrocinado acercamientos entre los dos bandos en pugna, sin resultados eficaces hasta apenas en octubre del año pasado, pero no por ello París abandonó su postura con respecto al conflicto
En el otro frente habría que destacar que el GAN, cuyo presidente, Fayez al Sarraj, es secular y abiertamente prooccidental, tiene el respaldo de casi todas las naciones de Occidente y de la ONU, pero especialmente recibe apoyo abierto por parte de Turquía y Qatar. El primer país ha enviado soldados, equipo y asesores para apoyarlos, mientras que la monarquía catarí aporta el respaldo financiero. No se sabe con precisión cuán grande es su despliegue, pero sin duda es bastante considerable, bajo el paraguas de resoluciones de la Naciones Unidas y las mismas solicitudes expresas del GAN. El gobierno de Ankara busca proyectarse como una fuerza regional, y sus aspiraciones chocan con las de Rusia. También subrayamos el apoyo que brinda Italia, que de algún modo busca recuperar influencia sobre un territorio que fue colonia italiana y contrarrestar la influencia de Francia, que apoya la posición de Haftar, e influir en la del resto de los miembros de la Unión Europea, evidenciando fracturas evidentes en su seno.
Por supuesto que los Estados Unidos también se han visto involucrados en Libia, y su actuación fue determinante para la caída de Gadafi en su momento. No obstante, vemos una participación más limitada de los americanos en el campo libio, quienes han reconocido que no tienen otro interés más allá de la lucha antiterrorista. El mismo Barack Obama ha reconocido públicamente que uno de sus peores errores como presidente fue no pensar en el futuro de Libia luego de la intervención, y aunque Donald Trump ha reconocido el significativo papel de Haftar en el combate al terrorismo, Washington no ha abandonado sus relaciones con Trípoli.
En medio de todo esto están en juego como botín los ricos depósitos de hidrocarburos que están concentrados en Libia, por los que están compitiendo países del mediterráneo como Turquía, Chipre, Israel y Egipto. Turquía desea construir un sistema de suministro de gas a través del mediterráneo con Libia, mientras que Rusia busca un puerto en el mediterráneo, países que sin duda son los más interesados en Libia, y en donde luchan de manera indirecta.
Todas estas disputas de carácter político, ideológico, económico y religioso no se circunscriben únicamente a Libia. Si volteamos a ver los conflictos en Siria y Yemen, vemos que son prácticamente los mismos países los que se encuentran involucrados. La buena noticia es que, después de seis años, al parecer ya tenemos un acuerdo entre los dos bandos en pugna en Libia, pero el detalle está en que no son los únicos que participan en el conflicto.
Tribalismo y yihadismo, factores que incrementan la violencia
El cuadro geopolítico del conflicto en Libia y su situación interna estarían incompletos sin examinar dos de los principales componentes dentro de su sistema político: el tribalismo y el islamismo radical. Libia debe entenderse como un complejo conjunto étnico de origen árabe-bereber. Se cree que en este país existen alrededor de 140 tribus o clanes, y que solo el 15% de la población del país no pertenece a alguna de ellas, de ahí la importancia del tribalismo en este país. Los pueblos originarios siempre han luchado por el control territorial dentro de un territorio del cual 90 % es desierto, lo que se logra a través de alianzas, mismas que conforman un dinámico equilibrio de poder.
El tribalismo en este país presenta tres características sumamente importantes: es contractual, es decir, fundado en negociaciones permanentes; las bases territoriales de los pueblos han ido moviéndose hacia las ciudades; y la extensión territorial de esos pueblos sobrepasan las fronteras internacionales de Libia. La cultura beduina y su mitología de los tiempos precoloniales y caravanas transaharianas consideran el desierto como una vía de comunicación, no como un obstáculo o frontera.
Bajo la dictadura, las costumbres y el idioma bereber fueron protegidas y hasta promovidas. Sin embargo, fuera del universo de las tribus árabe-bereberes, hay dos que destacan sobre las demás: los tuaregs y los tubus. Los primeros son de tradición nómada, que se extienden por cinco países africanos: Argelia, Burkina Faso, Malí, Níger y, por supuesto, Libia. La política de Gadafi hacia los tuaregs fue vacilante, pero al final el dictador los apoyó en sus aspiraciones nacionalistas y panafricanas. Con el advenimiento de la revolución de 2011, esta lealtad fue puesta a prueba, y los tuaregs ofrecieron refugio a Gadafi mientras él huía de Trípoli, y tras su caída, se hicieron fuertes en el sur, donde se organizaron como un actor rebelde más en la escena, y aún más, fueron tuaregs fieles a Gadafi los que asestaron el movimiento independentista en Azawad, Malí, en el 2012.
En cambio, los tubu o toubou son una comunidad que habita el sur de Libia y parte de Sudán, Chad y Níger, cuya identidad fue ignorada durante el gobierno de Gadafi. Antes de la revolución convivían e paz, pero en agosto de 2014 estallaron tensiones por el control de recursos petroleros de la zona, al tiempo que el Consejo Nacional de Transición decidió otorgar el apoyo a los tubus por haberse posicionado en contra de Gadafi.
Conforme fue avanzando el conflicto, tenemos que tuaregs y tubus apoyan a aquellas fuerzas que dominan los territorios donde comúnmente transitan (al GAN y al ENL, respectivamente), pero dado el descontrol gubernamental, en la región de Fezzan y en el sur de Libia las tribus gozaban en la práctica de una gran autonomía. No obstante, se están enfrentando a muchos obstáculos para sobrellevar su modo tradicional de vida debido al incremento en los controles de seguridad en las fronteras por la violencia, sobre todo por Argelia, por lo que se alteraron las rutas comerciales tradicionales construidas por años por esas tribus. Otra consecuencia directa del conflicto fue la unión de algunos de los miembros de las tribus con las organizaciones terroristas, como Ansar al Sahria, que era de los grupos más activos hasta antes de su disolución, que en 2012 asesinaron al embajador estadounidense en Libia.
Esto nos lleva a revisar el factor del islamismo radical o yihadismo, que fue duramente reprimido por la dictadura gadafiana. Pero a raíz de su caída, también ellos aprovecharon el descontrol, y al ser los actores con mayor experiencia militar, adquirieron un ascenso notorio, llegando a controlar ciudades importantes y aquellas zonas donde se ubican los principales yacimientos de petróleo. Las diferentes milicias concentraron un gran poder en Tripolitania. la ciudad de Misrata era el feudo de los Hermanos Musulmanes, y en Trípoli dominaba Farj Lybia, una milicia islamista. Por su parte, en el oeste dominaba una milicia bereber, Zenten.
Los yihadistas que operan en Libia están afiliados a diversas células y grupos, como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y al Estado islámico (ISIS), que después de su derrota en Siria e Irak, muchos de sus miembros se trasladaron a Libia. Con esto, muchos expertos en seguridad afirmaron que Libia se convirtió en el principal foco del yihadismo a nivel mundial, en medio de los conflictos entre el GAN y el ENL. No obstante, han sido derrotados paulatinamente.
Pese a sus diferencias, tanto el GAN como el ENL compartían el objetivo de erradicar todos los grupos yihadistas, y a partir del 2016, ambos lograron victorias decisivas sobre dichos grupos. Ejemplos de ello fueron la liberación de la ciudad de Sirte por parte del GAN, junto con fuerzas aéreas estadounidenses, y la expulsión del ISIS de Bengasi a manos del ENL. Un año después ocupó Derna, el último bastión en manos de grupos terroristas.
Sin embargo, las organizaciones terroristas continúan siendo una amenaza constante contra la estabilidad de Libia, perpetrando diversos ataques a las milicias que los combaten, a localidades y objetivos específicos dentro o cerca de las principales ciudades. Así, Libia es una cantera importante de yihadistas e imán para que miembros de otras nacionalidades combatan en este país, sobre todo tunecinos, y que se propague la violencia hacia el Sahel, otro frente de operaciones para los grupos yihadistas en el continente africano.
Conclusiones sobre la presencia extranjera en Libia
La realidad política actual de cada país de África suele ser difícil de comprender, por la confluencia de instrumentos, instituciones y elementos que tienen diversos orígenes, como los propiamente autóctonos, aquellos heredados de la época de la colonización y los que se han construido como naciones independientes. Sin embargo, la situación política actual de Libia rebasa los estándares promedio de complejidad, ante la presencia de más de una decena de países que directa o indirectamente han influido en los acontecimientos y el entramado de alianzas entre los actores, resulta fácil desorientarse en la trama libia e identificar realmente quién pelea contra quién. Por eso ha sido tan complicado establecer un diálogo que cree las condiciones necesarias para la paz, y en cambio, dado pie a que Libia haya tenido una auténtica década perdida.
El precio que ha pagado la población civil libia ha sido muy alto. Las esperanzas de un mejor futuro después de la caída del régimen de Gadafi se esfumaron rápidamente, al grado que se ha visto desprovista hasta de sus más elementales derechos y libertades. De acuerdo con la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas para Libia (UNSMIL, por sus siglas en inglés, y operativa desde septiembre de 2011) casi 900 mil personas requieren de ayuda humanitaria. La guerra ha tenido un impacto espantoso en términos de daños y destrucción de hogares, escuelas, hospitales, desapariciones forzadas y delitos llevados a cabo con total impunidad. Además, los continuos bloqueos petroleros y la destrucción de infraestructuras han provocado que la economía cayera en picada. Todo esto es la verdadera tragedia de Libia.
Mientras tanto, para los países extranjeros Libia es una especie de laboratorio de guerra, un espacio en el cual buscan disminuir el poder de sus adversarios sin comprometer la seguridad en sus propios territorios. Es el nuevo modelo de guerra en el Siglo XXI, que igual hemos vemos en Siria. Existe mucha hipocresía y cinismo por parte de los países que han intervenido en Libia de una u otra manera, por lo cual, los esfuerzos por lograr una paz duradera y encauzar un diálogo y reconciliación nacional tendrán que venir desde adentro de Libia, quizás bajo el amparo de algún actor regional que no tenga intereses en el país o alguna organización supranacionales, como la Unión Africana o la ONU.
Fue precisamente las Naciones Unidas, a través de su António Guterres, su actual Secretario General, quienes acordaron un alto al fuego entre los representantes de los gobiernos libios en octubre de 2020 , algo que sin duda es un gran paso para Libia. Por el momento, el país ya cuenta con un nuevo gobierno interino y una fecha para la celebración de elecciones, que se prevé que se celebren en diciembre. Sin embargo, hace falta mucho más que elecciones para establecer el orden en Libia.
Muchos analistas sostienen que el caos en Libia es producto de la lucha encarnizada entre los islamistas y las fuerzas seculares que compiten por obtener legitimidad en un país que carece de instituciones fuertes. Yo pondría dos factores adicionales. El primero es la intervención extranjera en sus asuntos internos a lo largo de los últimos diez años, desde la operación de la OTAN hasta el apoyo directo que han recibido las facciones en pugna. El otro factor lo representa el rompimiento del sistema político que se construyó durante la era de Gadafi, que aunque no fue incluyente, si era lo bastante estable como para impulsar el desarrollo económico y social del país, que estaba estructurado en lealtades tribales.
De esta forma, para emerger de las profundidades del desastre, Libia necesita establecer un nuevo pacto social y político para comenzar a funcionar nuevamente como un verdadero Estado, y que los países extranjeros respeten su soberanía y no influyan ni obstaculicen sus acuerdos. Pero aun con el acuerdo de unidad ya alcanzado este escenario ideal se observa lejano, porque obviamente los intereses extranjeros sobre Libia siguen estando ahí. Por tanto, es fundamental que la Comunidad Internacional no abandone ni comprometa el alto al fuego. Hay una deuda enorme que tiene que saldar, y una nueva guerra sería catastrófica para un pueblo que ya está muy castigado.
Original en: Tlilxayac