Consumimos electrónica de una manera tan irracional y surrealista que nuestra compra queda caprichosamente obsoleta sin aún haber sido saldada su financiación. Les confesaré que aquel viejo móvil ni por asomo fue reciclado para después fabricar smart phones. Su “antiguo” teléfono, posiblemente acabó revendido en Marruecos, Mauritania, Senegal o Gambia. Todo en función de si el operador de telefonía que lo recogió, bajo alguna solidaria campaña de reciclaje, era español, francés o británico; y sobra la publicidad. Algo similar ocurre con le recogida de electrodomésticos y televisores que las grandes superficies anuncian. ¿Reciclaje? Ni de cerca.
¿Cuál es el destino de aquello que ya no es digno de nuestra cocina y mucho menos del salón? La televisión plana se impone y no hay visita que a la vista de una tele de rayos catódicos no nos mire como si fuéramos una especie de miserable anacrónico. ¿Y dónde acaba todo lo que nos retiran al traernos lo nuevo? El mercado de Alaba, en la caótica mega urbe de Lagos, Nigeria, pasa por ser el mayor rastro de electrónica de segunda y sólo dios sabe cuántas manos más.
Alaba, que incluso cuenta con perfil en Facebook y tiene varias páginas webs, ejemplariza la más genuina desorganización de las recovas africanas. La explanada apila a más de tres mil vendedores. Un arrabal de casetas y tiendas que ofrecen desde móviles a neveras y donde los “viejos” televisores de plasma, que comparten estante con televisores de culo gordo, son el producto estrella. Alaba no sólo surte a Nigeria sino que es el mayorista de la electrónica para toda el Africa occidental. Los contenedores procedentes de Antwerpen, Rotterdam o Southampton, son redistribuidos a la vecina Benín o Camerún.
Alaba también es la meca de la piratería; donde las falsificaciones chinas tienen como apoderados o distribuidores a gordinflones nigerianos que visten camisas de Burberry, portan un IPhone y conducen un Mercedes Benz que aún conserva su matrícula de Múnich. Una red de hampones y señores de la electrónica que poco o nada tendrían que envidiar al mismísimo Jabba the Hutt.