La tele de «culo», por Rafael Muñoz Abad, Centro de Estudios Africanos de la ULL

4/02/2014 | Bitácora africana

Consumimos electrónica de una manera tan irracional y surrealista que nuestra compra queda caprichosamente obsoleta sin aún haber sido saldada su financiación. Les confesaré que aquel viejo móvil ni por asomo fue reciclado para después fabricar smart phones. Su “antiguo” teléfono, posiblemente acabó revendido en Marruecos, Mauritania, Senegal o Gambia. Todo en función de si el operador de telefonía que lo recogió, bajo alguna solidaria campaña de reciclaje, era español, francés o británico; y sobra la publicidad. Algo similar ocurre con le recogida de electrodomésticos y televisores que las grandes superficies anuncian. ¿Reciclaje? Ni de cerca.

¿Cuál es el destino de aquello que ya no es digno de nuestra cocina y mucho menos del salón? La televisión plana se impone y no hay visita que a la vista de una tele de rayos catódicos no nos mire como si fuéramos una especie de miserable anacrónico. ¿Y dónde acaba todo lo que nos retiran al traernos lo nuevo? El mercado de Alaba, en la caótica mega urbe de Lagos, Nigeria, pasa por ser el mayor rastro de electrónica de segunda y sólo dios sabe cuántas manos más.

Alaba, que incluso cuenta con perfil en Facebook y tiene varias páginas webs, ejemplariza la más genuina desorganización de las recovas africanas. La explanada apila a más de tres mil vendedores. Un arrabal de casetas y tiendas que ofrecen desde móviles a neveras y donde los “viejos” televisores de plasma, que comparten estante con televisores de culo gordo, son el producto estrella. Alaba no sólo surte a Nigeria sino que es el mayorista de la electrónica para toda el Africa occidental. Los contenedores procedentes de Antwerpen, Rotterdam o Southampton, son redistribuidos a la vecina Benín o Camerún.

Alaba también es la meca de la piratería; donde las falsificaciones chinas tienen como apoderados o distribuidores a gordinflones nigerianos que visten camisas de Burberry, portan un IPhone y conducen un Mercedes Benz que aún conserva su matrícula de Múnich. Una red de hampones y señores de la electrónica que poco o nada tendrían que envidiar al mismísimo Jabba the Hutt.

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@Springbok1973

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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