La Suiza africana, por Rafael Muñoz Abad – Centro de Estudios Africanos de la ULL

7/10/2014 | Bitácora africana

El distrito o Master Plan de Kigali, Ruanda, se esboza como la regeneración ya no de la capital del diminuto país centroafricano si no cual modelo económico de una nación que no produce nada y que tras aquel fatídico episodio entre hutus y tutsis, que a machetazos se resolvió, busca reinventarse. Quizás el más vergonzoso episodio de la historia contemporánea africana. Ruanda es un estado garrapata del Congo. Carente de recursos naturales, paradójicamente, se revela como un notable exportador de coltán ¿Cómo es posible? El llamado oro gris es un mineral indispensable para la fabricación de dispositivos móviles de alta tecnología. Los yacimientos de la convulsa e inestable región fronteriza congoleña del Kivu y la peligrosa ciudad de Goma, son el escenario donde rebeldes, mercenarios y buscavidas de siniestro pasado, salvaguardan los intereses de las multinacionales de la telefonía y custodian las canteras donde a mano y bajo unas condiciones faraónicas, se extrae en valioso mineral. Entes que usan un enrevesado sistema de muñecas rusas para no manchar su imagen y mantener así el flujo del valioso coltán hasta la segura Ruanda.

Los brokers de la minera y su intrínseca red de intermediadores locales, son las pantallas que permiten a gigantes como Apple, Sony o Samsung, no verse involucradas en incomodos escándalos relacionados con la sobre-explotación de menores. El renacer de la Ruanda pos-genocidio, de la mano de las donaciones internacionales, esconde oscuras derivadas. Un enmaraño de sociedades está detrás del suntuoso proyecto que pretende transformar Kigali, y su humilde urbanismo, en un pulcro centro financiero en mitad de la jungla. Escenario donde los fabricantes buscan asegurarse el [indispensable] suministro del coltán o columbita. No dudando para ello en subvencionar la liliputiense economía ruandesa y convirtiéndola en un santuario dotado de la seguridad jurídica que el vecino Congo carece. Así de simple y así de retorcido ¿Y el hombre “ideal” para promocionar el proyecto?: Paul Kagame. Sin comentarios. El espigado y siniestro señor Kagame tiene las manos tan manchadas de sangre como Amín o Mobutu.

Ruanda quiere ser la Suiza africana. No sé si el estado helvético sangra a Europa; lo que sí tengo claro, es que Ruanda sí parasita los recursos naturales del Congo y su historial de agresiones, al otro lado de la frontera, ya es un habitual en la región de los Grandes Lagos.

@Springbok1973

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Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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