La suerte está echada para Sudán (II): Dias tristes para África, Por Alberto Eisman

10/03/2009 | Bitácora africana

Bien sabe Dios que me resisto a escribir este post, quizás porque en los últimos días me invade un poco el pesimismo. En África, con la que está cayendo ya de por sí en el continente y más aún dentro de esta crisis global, tenemos una terrible necesidad de buenas noticias y ver, de pronto, que se avanza un paso con gran esfuerzo para inmediatamente retroceder dos es siempre un jarro de agua fría del que uno preferiría no hablar, pero así es la realidad y así hay que presentarla.

Ya habrán visto las personas que siguen este blog que al final la decisión de la Corte Internacional de Justicia de procesar al presidente de Sudán ha tenido una consecuencia inmediata para 13 organizaciones humanitarias internacionales y 4 sudanesas.

Las primeras han sido expulsadas del país, las segundas han sido suprimidas y tanto los bienes como los equipos y cuentas de todas estas han sido confiscados. El verdadero problema son los millones de personas que, particularmente en los campos de refugiados de Darfur, se quedan sin provisión de servicios básicos, especialmente agua y sanidad.

El coste humano de estas expulsiones va a ser muy grande y, posiblemente, nunca se pueda cuantificar. Lo que es paradójico de este asunto es que se expulsa o se suprime a estas agencias como si fueran las causantes directas de esta situación, pero no se toca (y menos se dan órdenes de expulsión) a las embajadas y representaciones diplomáticas de países que sí han dado un apoyo explícito a la resolución tomada en La Haya. Creo que las semanas que vienen nos darán una idea del impacto que va a suponer la ausencia de las organizaciones más potentes y activas en el terreno.

Otro punto digamos que oscuro y preocupante de estos días ha sido el pulso que se libra en Kenia entre el Estado y una secta grupo de presión llamada Mungiki. Este grupo es una medio sociedad secreta de origen kikuyu que vive de la extorsión, como si de una extendida mafia se tratara, con sus zonas de influencia en las cuales recibe de cada tienda y de cada medio público de transporte un «impuesto de seguridad» diario que les libra de todo mal y les permite seguir operando sin mayor dificultad. Toda una camorra versión africana.

Oficialmente, tienen poco poder y «no se ven» pero durante la semana pasada y ante ciertas afirmaciones del Gobierno quisieron hacer una demostración de fuerza y casi consiguieron paralizar los transportes públicos, no solo de la capital sino también de diferentes ciudades y puntos neurálgicos. Ante el éxito de tal iniciativa, uno se pregunta, «¿Quién manda de verdad aquí? ¿en manos de quién está el país?», porque visto lo visto parece ser que Kenia se encuentra totalmente en manos de un Gobierno a la sombra que puede mover hilos aquí y allá de la manera más libre y conservando siempre una impecable impunidad.

Para complicar aún más la cosa, el mismo día de esta «huelga forzada,» cerca de la Universidad de Nairobi, a pocos cientos de metros del palacio presidencial y a plena luz del día unos pistoleros asesinaron a sangre fría a dos activistas de derechos humanos que habían investigado crímenes y ejecuciones arbitrarias extrajudiciales cometidas por la policía y los cuerpos de seguridad contra ciudadanos sospechosos de pertenecer a este grupo Mungiki.

Uno de estos activistas, Oskar Kamau, abrió una clínica legal para recoger testimonios de personas desaparecidas, torturadas o heridas por la policía o por «escuadrones de la muerte» de procedencia desconocida. El día anterior a su muerte, el portavoz del Gobierno citaba a la oenegé fundada por Kamau como un peligro para la sociedad civil y anunciaba «medidas». Ahora, y ante la magnitud de la reacción contra esta persona, las sospechas naturalmente se dirigen al Estado, a los cuerpos de seguridad y a aquellas personas que se sentían amenazadas por las investigaciones que estos activistas habían llevado a cabo y las informaciones que poseían sobre los entresijos y los métodos de la policía y otros cuerpos.

La cuestión principal de todo este asunto es: ¿y la gente normal, de quién se puede fiar? Obviamente no de un grupo extorsionador, violento y que crea estructuras paralelas de poder al más clásico estilo mafioso, pero tampoco de una policía cuya reputación se ha visto salpicada por informes condenatorios de diferentes partes que confirman su brutalidad, su servilismo al poder, los métodos ilegales y violentos que utiliza para alcanzar sus objetivos y su falta de ética.

El pueblo está entre la espada y la pared, y continúa siendo la víctima inocente, de cuya sangre unos y otros se están aprovechando. Con «amigos» y aliados así este pueblo no necesita enemigos.

http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php

Autor

  • Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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