La riqueza de África y la pobreza de pensamiento de Occidente

21/12/2012 | Opinión

Una respuesta al artículo sobre Congo de J. Peter Pham, en el New York Times, el 30 de noviembre de 2012.

Un reciente artículo sobre Congo repleto de falacias y medias verdades sobre Congo es respondido por Kafarhire Murhula, S.J., que argumenta que es hora de terminar con esta pobreza de pensamiento de Occidente hacia África, y con esta forma de promocionar África sin los africanos.

A diferencia del pasado, la actual situación en la República Democrática del Congo, RDC, parece haber captado la atención tanto de los medios como de los expertos occidentales que opinan y reflexionan sobre ello. Este aumento del interés y la atención, sin embargo, es dudoso por dos razones. La primera, el centro de atención se ha ido alejando gradualmente de las supuestas causas plausibles de las guerras civiles permanentes en la RDC, para defender soluciones rápidas y apropiadas, como en el artículo del señor Pham, del 30 de noviembre, publicado en el New York Times. La segunda, muy pocas, por no decir ninguna, de estas soluciones sostenibles propuestas a la crisis congoleña muestran preocupación alguna por lo que el pueblo congoleño piense sobre su propio futuro, y cómo se sienten con respecto a la situación presente. La historia a menudo presenta a la RDC como un país que es rico en recursos naturales, con una banda de jefes depredadores que luchan entre ellos por el control de la tierra para acceder a estos recursos, pero no hay gente con caras, sentimientos, historias que contar y sueños que perseguir. ¿Qué clase de país podría ser este? El del artículo de Pham, que está repleto de narrativas erróneas e incompletas, y diagnósticos y soluciones erróneos. “Salvar el Congo, dejando que se desintegre”, es la última representación de esta falsa defensa con la que se aborda un problema grave.

La [no]-lógica de dejemos que se desintegre

Para empezar, y de forma específica, el señor Pham ofrece una alternativa rentable al derroche de recursos humanitarios internacionales que podrían ser reasignados de mejor forma a la ayuda y el desarrollo, si se permitiera que el Congo se desmoronase y se rompiera en estados más pequeños que serían mejor gobernados. Él considera costoso en términos de vidas y recursos el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU a la “soberanía, la independencia, la unidad y la integridad territorial” de lo que él presenta como un estado de ficción. Mientras esta proposición tiene algún atractivo porque países más pequeños como Ruanda y Uganda parece estar mucho mejor dirigidos que su gigante vecino Congo, la propuesta es una falacia y demasiado cargada de ideología. No solo no se preocupa por la variable de la identidad étnica y la reclamación putativa de protección del estado hecha por los “congoleños” tutsi, independientemente del tamaño del país, sino que también confunde sobre las verdaderas causas que subyacen bajo las aparentes quejas: la distribución política del poder y los recursos, las ambiciones territoriales de Ruanda, y el acceso sin trabas a los recursos congoleños de Ruanda, Uganda, sus colegas depredadores en la República Democrática del Congo y sus financiadores internacionales en Occidente. El caso de Sudán del Sur habla elocuentemente en este argumento. Así, defender la consolidación de unas instituciones democráticas, en cambio, conllevaría un mayor valor político y beneficios económicos tanto para Occidente como para los africanos.

Omitir el papel del apoyo imperialista

En segundo lugar, la superficialidad con la que el señor Pham entiende la historia del Congo es lamentable. Por supuesto, se podría argumentar que esto es por razones de brevedad. Aún así, de nuevo, la interpretación que hace de la historia política de Congo, como una sucesión de despiadados y depredadores líderes no hace justicia al pueblo congoleño. Por ejemplo, la afirmación de que “la riqueza mineral de Congo no ha traído más que una procesión interminable de gobernantes sin escrúpulos” sin mencionar la responsabilidad de los que han creado y mantenido en el poder a estos gobernantes (como por ejemplo Mobutu, Tshombe, Laurent D. Kabila y Joseph Kabange Kabila) a pesar de la resistencia y las protestas populares es otro síndrome de literatura colonial. Uno se pregunta por qué los principales hechos de la historia se omiten en el escrito de Pham. Como destacó una vez una voz congoleña, “los cambios por medios democráticas y del estado de derecho en África no son merecedores de un apoyo inequívoco como tienen los cambios mediante el cañón de un arma”, (Nzongola-Ntalaja, 2003).

La voluntad de un pueblo, ignorada

En tercer lugar, Pham afirma que la Comunidad Internacional ha hecho oídos sordos a la realidad del separatismo en el Congo. No sé de qué fiable fuente histórica ha extraído esta afirmación. Cualquiera que esté familiarizado con la historia política de la RDC (por ejemplo O’Brien 1996, Ndaywell 1998, Hochschild 1998, Nzongola-Ntalaja 2002) se preguntará si su aseveración es un disparate académico o una reminiscencia que evoca ideológica e intencionadamente la defensa de Walter H. Karsteiner de la ruptura del Congo (1996; 1998). Es engañoso ignorar que el Congo, tan ficticio como pueda ser, (ni más ni menos que la mayoría del resto de países del mundo), ha sido capaz de mantener su unidad contra los intentos de balcanización de los regímenes militares de Ruanda y Uganda, desde 1996. Esto es un elocuente testimonio de la fuerte voluntad colectiva de su pueblo para seguir siendo una nación. Evocar la secesión de Katanga en los primeros días de la independencia como ilustración de la falta de unidad y nacionalismo, es ignorar convenientemente el dominio de entonces de la política de la Guerra Fría, los intereses minerales de Bélgica y la manipulación de los líderes congoleños en Katanga, (cf. O’Brien 1966). La secesión de Katanga creada por Bélgica le costó la vida a uno de los más grandes líderes políticos del mundo (Patrice E. Lumumba), con la ayuda de la CIA (cf. Weissman 2010, “El informe de la Comisión de la Iglesia” y el “Informe de la investigación del Parlamento de Bélgica, sobre el asesinato de Lumumba”).

Falacias y medias verdades

En cuarto lugar, una de las más grandes afirmaciones que hace este artículo, que nos hace creer que el texto podría seguir alguna agenda oculta para difundir la falsedad sobre el Congo en la opinión pública americana, es agrupar como si fueran lo mismo la rebelión del M23 con la lucha de los ex genocidas hutu. Por ahora, ¡esto debería ser considerado como una conexión desgastada y engañosa! Mientras que pretende legitimizar astutamente cualquier invasión abierta o encubierta del territorio de la RDC por parte de Ruanda desde 1996, está cargada ideológicamente y pasa por alto los muchos años en que la coalición Ruanda-Uganda ha ocupado el Congo para robar, asesinar a millones de congoleños, cometer un contra-genocidio indiscriminado de hutus en la RDC, en lugar de perseguir y dar caza a los verdaderos genocidas hutu (cf. Informe de la ONU del 1 de octubre de 2010). Además, cualquiera que de verdad esté preocupado por la situación de seguridad en la región de los Grandes Lagos de África, reconocerá cómo la violencia y la amenaza a “la vida humana y a la dignidad humana” han afectado indistintamente a personas de diversos grupos étnicos, y no de uno solo. El actual genocidio y atmosfera de terror en el este del Congo es un resultado de las guerras repetitivas hechas por el CNDP [cuyas siglas en ingles responden al Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo, milicia armada fundada por Laurent Nkunda, después liderada por Bosco Ntaganda, en el este del Congo, con el declarado propósito de “defender” a los tutsi en Congo], que recientemente se ha reencarnado en el M23.

Promoción de África sin los africanos

Creo que es hora de terminar con esta pobreza de pensamiento de Occidente hacia África, una promoción de África sin los africanos. Mientras que la sociedad civil congoleña tiene un enfoque diferente sobre la crisis de identidad, los rebeldes del M23 no representan al pueblo congoleño de ningún modo. Ellos [M23] no son más que señores de la guerra que buscan oportunidades de poder y riqueza mediante las armas, mientras que se hacen pasar por víctimas de un estado fracasado e incompetente bajo Kabila. Lo que la gente quiere es paz y seguridad, lo cual sólo puede proporcionarse mediante instituciones establecidas democráticamente que estén gobernadas en un estado de derecho, y no hombres fuertes depredadores. Pham haría una importante contribución a los lectores del New York Times si cuestionase la política Exterior de los Estados Unidos hacia la región, ya sea apoyando a Mobutu, o a Museveni, o a Kagame, en lugar de intentar liar con medias verdades. ¿Hubiera defendido Pham la ruptura de los Estados Unidos durante la guerra civil, por la misma lógica?

Toussaint Kafarhire Murhula, S.J.

Publicado en Pambazuka el 13 de diciembre de 2012.

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