La Reina de Katwe, una película sobre una joven ugandesa que ascendió desde la miseria más infame hasta la gloria de las estrellas mundiales, está llamada a ser un éxito cuando empiece a proyectarse por todo el mundo el día 30 de septiembre. Los espectadores se verán encantados al constatar que esta producción reaviva la esperanza de que nada está fuera de nuestro alcance cuando uno tiene la firme determinación de cambiar nuestras condiciones de vida.
La película se basa en la historia de la veinteañera jugadora de ajedrez ugandesa Phiona Mutesi (brillantemente representada, en su debut artístico por Madina Nalwanga). Por un golpe de fortuna, Mutesi se topa con una partida de ajedrez y sube hasta convertirse en un prodigio internacional. Su éxito le saca a ella y a su familia de la infame pobreza en el suburbio de Katwe, una de las puertas de entrada a Kampala, capital de Uganda.
Para los espectadores, sobre todo para los del África Oriental, muchos aspectos de su típica rutina diaria aparecen muy bien captados y presentados, por no decir nada del trasfondo de un entorno físico familiar (los poco agradables alrededores del mercado local, por ejemplo). Muchos espectadores sentirán la alegría de verse representados, cada uno según su posición o puesto en la vida.
Tenemos así, por un lado, una joven viuda, sin educación pero atractiva (bien representada por la superestrella mundial kenyana Lupita Nyong’o), que trabaja como una esclava para mantener en vida a sus cuatro hijos. En uno de los episodios, en vez de entregarse a los avances sexuales de un amigo, se ve forzada a venderle su única posesión valiosa, una bonita pieza tradicional de seda regalada por su madre, para poder comprar parafina para que su hija pueda trabajar hasta media noche y así mejorar su posición. Por otro lado está el joven graduado y hombre de familia (perfectamente representado por el brillante británico-nigeriano David Oyelowo), que no consigue encontrar un trabajo en la línea de su formación de ingeniero, y tiene que conformarse con un trabajo a tiempo parcial como tutor de deportes. Cuando finalmente consigue el trabajo ansiado, su necesidad de echar una mano a los que no tienen ninguna esperanza se lleva la mejor parte. Así se construye un mundo mejor con tal generosidad.
Y continúan los contrastes. Por un lado, está el ensimismado ejecutivo (Peter Odeke), incapaz de soportar que los niños “sucios” de los suburbios jueguen con los niños de la alta sociedad de los que él se encarga. Por otro lado, tenemos toda una gama de humanismo: chóferes de moto-taxis, vendedores de la calle, albañiles, carreteros, pescadores, borrachos, trabajadoras del sexo, vagabundos. Ciertamente que la lucha entre miseria y riqueza, éxito y adversidad, presentada en esta película de dos horas de duración, nos es más o menos familiar a todos nosotros. Pero no por eso deja de ser una historia de los oprimidos muy diferente de otras historias que han precedido.
Con un golpe de genio, Mira Nair, su directora, ha conseguido encarnar una variedad de historias de éxito, al lado de la historia particular que la película se propone narrar. Mira Nair, tal vez esto sea lo más llamativo, consigue dar dignidad y sentido a los caracteres principales, a pesar de que la única certeza que tienen es la incerteza que caracteriza cada parte de sus vidas. El hecho de que la película prescinde de un salvador supremo (siempre de color blanco), que se desplaza desde Occidente para salvar a unos desafortunados hundidos en el lodo del llamado tercer Mundo, es reconfortante. Muestra más que cualquier otra cosa, la sensibilidad de la señora Nair ante los malentendidos y falsas representaciones que ensombrecen a África.
Y sin exagerar en su cometido, su nueva oferta, una producción de Walt Disney de 15 millones de dólares, es una invitación más, sobre todo a la mayoría occidental de la audiencia de sus películas, a reexaminar la manera como quieren mirar al continente, y, en consecuencia, a las medidas que le imponen para mejorar su destino.
The East Africa
[Traducción, Jesús Zubiría]
Fundación Sur
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