A través de iniciativas que reivindican el papel del patrimonio africano en países que recibieron a personas esclavizadas, durante al menos tres siglos, indagamos en una de las culturas afrodescendientes menos estudiadas del continente americano: la afroperuana.
El estudio de la historia de la diáspora africana a partir de la práctica colonial de la esclavitud es relativamente reciente y, en general, minoritario. Excepciones como Estados Unidos sólo confirman la regla de que aún estamos lejos de conocer el verdadero impacto que tuvo el desembarco masivo de africanos tanto en América, aunque también en buena medida en Europa y Asia. Fue probablemente gracias a los movimientos por los derechos civiles estadounidenses y a sus pilares intelectuales que se comenzó tímidamente a estudiar los fenómenos paralelos en el resto del continente americano, aunque con muchos menos medios económicos, culturales y políticos. El movimiento indígena, que tenía (y tiene) aún mucho que decir sobre su rol en el pasado, en el presente y en el futuro del continente, ensombreció en cierta manera los esfuerzos de los escasos intelectuales que concentraron sus investigaciones ya no sólo en el Caribe, en dónde el imaginario colectivo sitúa la llegada e implantación de los africanos esclavizados, sino en otros países en los que la presencia e influencia africana fue sistemáticamente eliminada como Argentina, México o en el caso que nos ocupa, el Perú.
Sin embargo, el actual del Perú estuvo entre los primeros territorios en recibir poblaciones africanas en América. El propio Francisco Pizarro viajó con un grupo de esclavos y algunos de los soldados que impulsaron la derrota del Imperio Incaico fueron africanos y negros . Este fue sólo el inicio de una presencia africana en el Perú que aún es palpable en la actualidad. En contra de lo que Wikipedia nos enseña, la costa del país recibió un gran número de personas esclavizadas. A mediados del siglo XVII se estima que la población negra del Virreinato del Perú era de alrededor de 30.000 personas.
La esclavitud africana en el Perú
El objetivo de la introducción de africanos en el Perú era muy claro. La guerra y las enfermedades introducidas por los españoles habían diezmado la demografía local descendiendo a un tercio de la población anterior a la conquista (de 9 a 3 millones de habitantes en menos de medio siglo). Esto, sumado al cambio de eje económico y político del Perú desde Cuzco a la nueva capital, Lima, de corte portuario comercial, rearticuló la configuración de un país cuya costa había sido denostada por el Imperio Incaico en detrimento de las regiones interiores de montaña. ¿Quién iba a trabajar la tierra y extraer los metales y minerales preciosos que demandaba la metrópolis? Los esclavos africanos.
Desde un primer tiempo, los asentamientos donde habitarían se organizaron alrededor de haciendas que controlaban los latifundios circundantes, generalmente regidas por propietarios o trabajadores criollos de la corona. Los esclavos vivían y morían (e incluso nacían) en estas estructuras en las que eran explotados para la extracción de los principales productos demandados, como el arroz, el algodón o el maíz. Lo mismo ocurría en el sector de la minería, en el que podemos imaginar que sus condiciones de vida eran aún más crueles. Durante los dos primeros siglos, estas prácticas fueron más o menos estables, aunque comenzó a aparecer una nueva clase social, paralela a los criollos: los llamados «mulatos». Se formaron así distintas comunidades: los bozales, personas esclavizadas directamente provenientes de África, y los ladinos, ya nacidos en el Perú e hispanoparlantes.
La genética africana fue paulatinamente permeabilizando en las poblaciones de la costa, donde también se fundaron la mayoría de las poblaciones de esclavos. A pesar de que la corona de España había prohibido expresamente las uniones entre africanos, indígenas y españoles, estas se produjeron. Las mujeres africanas eran muy demandadas en para realizar las tareas del hogar, sobre todo como nodrizas y cocineras, considerándose en la época que su leche otorgaba más fuerza a los bebés, y sus artes gastronómicas eran muy valorizadas. Si la situación de los hombres era precaria, la de las mujeres esclavizadas lo era aun más. Es prácticamente imposible conocer el alcance de los abusos sexuales que estas sufrían pero, teniendo en cuenta que a finales del s. XVIII más del 40% de la población de Lima era africana o afrodescendiente y que los barcos tenían prohibido traer a más de una mujer por hombre, podemos hacernos una idea aproximada. Su vida, aunque era en general más urbana que la de los hombres y de servidumbre casera, no podría tildarse en absoluto de cómoda.
Con el paso de los siglos y con la abolición oficial de la esclavitud en 1854, la población de origen africano fue decreciendo y mezclándose, hasta formar pequeños reductos en zonas del país muy concretas (Piura, Yapatera, Ica, Zaña, Chincha o la propia Lima) o diluyéndose en la población general. A mediados del siglo XX, el censo reflejaba que únicamente un 0,47% de la población era negra, aunque su influencia en el país ha sido y sigue siendo mucho mayor de lo que el peruano medio conoce.
El origen de la cultura afroperuana
El patrimonio africano en la cultura del Perú comienza a tener cierto reconocimiento, pero el camino por recorrer está siendo poco menos que una odisea. El racismo y la pigmentocracia que sufren estas poblaciones ha silenciado durante siglos su influencia en la cultura peruana, cuyo componente africano ha complementado sin duda las ya de por sí excelsas manifestaciones culturales del Perú. La diversidad de orígenes geográficos de las personas esclavizadas dificulta el rastreo de esas influencias de cara a sus culturas oriundas, pero gracias a los antiguos contratos conservados conocemos que los puntos de salida fueron mayoritariamente Senegambia, los llamados “Guineos”), área que alcanzaba la actual Nigeria, también Angola, Congo, Mozambique e incluso Madagascar, o poblaciones magrebíes, siendo muy diversos los bagajes culturales de esos grupos de africanos que, posteriormente, eran homogeneizados a su llegada al Perú.
La mayoría de las aportaciones de la cultura afroperuana han tardado no sólo en reivindicarse, sino simplemente en aceptarse. Muchos de los iconos culturales del país andino tienen en parte orígenes africanos que, una vez mezclados y desarrollados con el contexto peruano, se erigieron como estandartes internacionales de su cultura.
Sabemos que al menos un presidente del Perú fue afroperuano, Luis Miguel Sánchez Cerro, y que grandes personalidades nacionales como María Elena Moyano, o el primer santo negro de América, San Martín de Porres, lo fueron también. Además, la procesión religiosa más grande de Lima es la del Señor de los Milagros, Cristo católico…y negro. Éste siempre fue asociado a una de las 19 cofradías que la Iglesia Católica estableció en Lima para homogeneizar y cristianizar a los esclavos urbanos y, tras los supuestos milagros obrados por el cristo, su culto se extendió a toda la ciudad. Esta cristianización, paradójicamente, otorgó ciertos derechos a las poblaciones africanas basadas en los sacramentos eclesiásticos como el matrimonio, el bautismo o la extremaunción, a través de las cuales se han podido extraer registros e informaciones básicas para construir la historia del Perú afro.
Aunque la presencia africana en el país fue principalmente subsahariana, tampoco podemos olvidar la reducida aunque llamativa población morisca y andalusí que también habitó en el Perú. El grado de mestizaje de magrebíes y españoles es complicado de establecer entre las personas esclavizadas, los soldados y los artesanos que llegaron con los barcos europeos, pero sí podemos trazar sus huellas a través de elementos de la cultura como las omnipresentes celosías mudéjares que pueblan el centro de Lima, en postres como la mazamorra («masa mora»), alfajores, mazapanes o alfeñiques, o en crónicas de la época del Virreinato en las que se detallaba la práctica de bailes como la zarabanda o la zambra.
Evolución de la cultura afroperuana
Los postres norteafricanos continúan siendo populares hoy en día en el Perú, que se ha hecho estás últimas décadas un merecidísimo hueco en la gastronomía internacional a base de reinventar sus raíces culinarias. Unas raíces que son en sí mismas un reflejo de la historia oculta del Perú, en el que las cocinas andina, española y africana se unieron para deleite de nuestros paladares. Como apuntábamos, existía en Perú una alta demanda de cocineras africanas, consideradas aún hoy como las mejores chefs. Platos tradicionales como el tacu tacu (una tortilla de judías y arroz), los anticuchos (brochetas de corazón), el tacacho (o fufú de plátano verde), los tamales, el mondongo y una gran parte de la llamada cocina criolla costeña, tienen sus raíces en la incorporación de prácticas de origen africano. Es necesario señalar la importancia de Teresa Izquierdo, gran personalidad de la gastronomía afroperuana que ha conseguido recuperar, valorizar y difundir muchas de las recetas en vías de desaparición, incorporándolas a la excelente cocina peruana que, por fin, reivindica con orgullo sus raíces africanas.
La literatura peruana también ha contado con grandes novelistas y poetas como Ricardo Palma, Don Nicomedes Santa Cruz, Cecilia del Risco, Lucía Charún-Illescas o Antonio Gálvez Ronceros cuyo “Monologo desde las tinieblas” es sin duda una de las obras cumbres de la literatura de la historia del Perú. Este grupo de literatos ,además de creadores en sí mismos, se han ido erigiendo como verdaderos guardianes de la literatura y poesía, en muchos casos oral, recuperando antiguos cantos, décimas, textos y poemas de corte popular, habiéndose compilado en obras tan imprescindibles como la “Antología de la literatura afroperuana” (2016) del guineano M’bare N’gom.
Sin duda alguna, la danza y la música han sido dos de las manifestaciones artísticas en donde la impronta africana es más fácilmente identificable. Las fiestas y reuniones se realizaban alrededor de cantes y bailes de las culturas de origen, que poco a poco se fueron fundiendo en el resto de la población del Perú. La prohibición de utilizar instrumentos de percusión como tambores, yembés o congas, tanto por parte de la Iglesia, que los tachaba de paganos, como por el Virreinato, que no quería que los esclavos pudieran utilizarlos para comunicarse a distancia, forzó a los africanos a utilizar otros instrumentos musicales y adaptar su música a ellos. Las danzas escaparon mucho tiempo al control de la censura, aunque muchas de ellas fueran también prohibidas debido a su alto componente erótico cuando se ponían de moda, populares además por esa misma razón.
La diversidad de bailes afroperuanos es enorme. Desde el alcatraz y su cortejo sensual, el landó, aún más explícito y que se supone que llegó con el segundo viaje de Pizarro al Perú, los diablos de la Mozamala, los Negritos de Huánuco, la delicada Marinera limeña o el norteño Tondero, todos ellos forman parte de una lista aún más extensa de danzas de origen africano. Casi todos estos bailes surgieron en la costa peruana, en donde se encontraba la gran mayoría de población de origen africano, mezclándose con los bailes de moda en la España colonial y dando a lugar a fusiones naturales como el Zapateo, que en el Perú es considerado un baile afroperuano y que tanto recuerda al zapateado flamenco (con el que, por cierto, por mucho que se oculte, comparte raíz común). Algunas de estas danzas se consideran simplemente folklóricas en la actualidad y luchan por sobrevivir a los azotes del tiempo, pero otras como la Marinera gozan de gran salud, y existe un gran número de agrupaciones y artistas que la practican de manera corriente.
Estos «orígenes perdidos» de la cultura afroperuana nos plantean escenarios en los que, sin mucho esfuerzo de imaginación, podemos detectar pequeños detalles en manifestaciones culturales concretas aún vivas en África hoy en día. Curioso, como poco, es el caso específico de Madagascar como país del que se importó un significativo número de personas esclavizadas. En fechas muy tempranas de la conquista española llegó un barco cargado con un número no muy elevado de esclavos malgaches que se establecieron cerca de la actual Piura, en el norte del país. La idiosincrasia propia de la cultura malgache la hace fácilmente diferenciable a ojos de cualquier conocedor, incluso superficial, de la misma, y es destaca especialmente dentro del contexto peruano. No lejos de Yapatera, en la región de Piura, existen poblaciones con el nombre de Vila Malacasi (deformación de “malgasy” o malgache) o Mangamanga (“bonito bonito”, literalmente en malgache) y un barrio en la propia Piura llamado Mangachería. Estos topónimos están acompañados de unos trazos culturales que han evolucionado, germinando en nuevas formas estéticas pero manteniendo huellas identificables. El antes mencionado Tondero comparte extrañas similitudes con los bailes tradicionales del altiplano malgache,e incluso existen canciones tradicionales de Tondero llamadas los «malgaches”, por no señalar que su patrón rítmico es ¾ , el mismo que se utiliza en la música de Madagascar (muy alejado de los patrones binarios del África continental subsahariana), y su cadencia armónica es similar a la malgache. Demasiadas coincidencias para no trazar una línea de herencia cultural que conecta con la actualidad de manera directa.
En un principio muy asociada a la danza, la música afroperuana fue formándose paulatinamente como un verdadero crisol de culturas en el que la música africana, la española y la andina se unieron, creando nuevos sonidos cuyos ecos aún retumban en el Perú. Sin duda uno de los aspectos más reconocibles de la música afroperuana y que la diferencia rápidamente de otros estilos musicales es la que fue una de las grandes aportaciones de la música africana a la música universal: el contratiempo. Otro de ellos es, sin duda, los instrumentos con los que se ejecutaban estas músicas: la quijada de burro, la calabaza, la cajita y el célebre cajón, todos ellos de origen africano o sustitutos de los tambores prohibidos.
El cajón peruano tiene un pariente antiguo y aún vivo en Ghana, concretamente en la región Ga, en el sur del país. El tambor gomé o foot drum tiene exactamente la misma estructura que el cajón aunque cambia su chapa principal por una membrana, y se toca tanto con las manos como con los pies. La persecución de los instrumentos de percusión con membrana consiguió que estos desaparecieran, aunque sólo en teoría. Ni la música ni el propio instrumento desaparecieron, únicamente mutó hasta lo que hoy conocemos como cajón. Del gomé a la caja de pescado o de fruta, y de ahí al cajón que conocemos hoy en día, presente en multitud de estilos musicales como el flamenco. Será quizá debido a la existencia de una raíz africana común, pero es asombroso cómo en cuestión de meses el cajón se hizo imprescindible en el flamenco después de que el maestro Paco de Lucía lo introdujera en la escena tras un viaje a Lima en los años 70.
Existen numerosas compilaciones de música afroperuana en las que se pueden comprobar los distintos registros de la misma. La mezcolanza de culturas africanas en el propio Perú nos hace en ocasiones evocar en distintos detalles músicas de África, como la rumba o el highlife, aunque su estructura métrica en su lírica se decante por la décima castellana. Grandes nombres como Susana Baca, Eva Ayllón, Zambo Cavero, Nicomedes Santa Cruz, Julio «Chocolate» Algendones, Porfirio Vásquez o agrupaciones como Perú Negro han conseguido poner a la música afroperuana en el lugar que le pertenece en el mundo, uniendo una excelente calidad interpretativa con la recuperación y salvaguarda de los ritmos de ascendencia africana del Perú. Estilos como el panalivio, el festejo, la saña, la resbalosa, el zapateo, la conga, el alcatraz o el ingá nos muestran una amalgama rítmica y armónica muy rica, en el que el compás suele ser acelerado primando la fiesta, la energía y la reunión social en el que estos estilos serían ejecutados. Sólo hay que rascar la superficie para comprobar las sonoridades negras en todos ellos.
Y aunque algunos africanos consiguieron escapar del yugo de la esclavitud formando palenques (también llamados quilombos), no hay duda de que, aunque les arrebataran su libertad, su tierra e incluso sus nombres, viajaron con un tesoro que fue su herencia cultural, que mantuvieron y conservaron con gran ahínco, quizá porque era lo único que aún les pertenecía. Su cultura, ironías del destino, ha dado un paso adelante erigiéndose como indispensable en el pasado, presente y futuro del Perú. Así como otros países con fuerte herencia africana han ido reivindicando poco a poco la riqueza de los pueblos esclavizados y silenciados, Perú está consiguiendo también realizarlo gracias a armas tan poderosas como la gastronomía, la danza, la música o la literatura. Una herencia que cada día es menos oculta y despreciada, constituyéndose como una de las bases más importantes de la cultura peruana.
Original en: Afribuku