La ambición partidista del poder político y económico, se delata en esta obsesión de dividir a todos en: buenos y malos, conmigo o contra mí, derechas o izquierdas, y se refleja en lo peor de la política. La culpa es siempre del otro: “y tú más”. Con esta ideología de poder y exclusión, hacemos imposible la buena convivencia, el diálogo sincero y la colaboración responsable.
La ideología lleva a la demagogia,ue es quna práctica política que apela a los sentimientos y las emociones de la población para ganarse su apoyo. A través de la retórica y de los favores, el demagogo busca incentivar los apoyos, las pasiones o los miedos de la gente para conseguir el favor popular y así llegar a imponer su control.
Nosotros los pueblos debemos intervenir para superar esta política perjudicial de grupos y partidos que dividen, antagonizan y destruyen, no solamente la convivencia, sino también la economía, nacional y global.
La sociedad no necesita políticos o partidos que dividen y se aprovechan, sino gestores eficaces y responsables de los recursos y servicios que son para todos.
Europa nos mantiene en funcionamiento, pero estos adelantos nos supondrán nuevos recortes y más impuestos, sobre todo para los trabajadores, mientras los poderosos aumentan la fortuna que se apropian ellos mismos, sean del partido que sean.
Los datos actuales ofrecen una tasa de paro superior al 22%, el retroceso del consumo y las exportaciones, el cierre de numerosas empresas y autónomos, una caída de los ingresos tributarios y el aumento del gasto público, un endeudamiento del Estado y privado enorme, y un déficit público del 15%.
Los mensajes políticos partidistas, que anuncian una recuperación rápida en la economía, la superación de la pobreza severa, y la calidad de sanidad y educación, no parecen realistas en estos momentos, mientras los líderes académicos, económicos y políticos, junto con toda la sociedad, no lleguemos a una cooperación más responsable por el bien común.
Todos los radicalismos son peligrosos y nocivos, tanto para animar la convivencia, como para empoderar la cooperación de todos, por el bienestar común.
En tiempos difíciles y de prueba como el presente particularmente, debemos centrarnos todos en primar el respeto mutuo, el bien común, y superar la crispación y la exclusión de los que son diferentes. Pero para eso necesitamos gente seria, políticos que estén a la altura, líderes que sean competentes y responsables.
Buscamos una gestión ética y eficaz de los recursos y servicios, muy por encima, de la lucha partidista y mezquina por el control del poder y los recursos nacionales.
Es necesario también apostar y trabajar or una economía más local, humana y ecológica. No podemos seguir en la carrera de un desarrollo económico sin límites, en un mundo con recursos limitados. Mpientras unos pocos acumulan, la gran mayoría lucha por sobrevivir.
Es además imposible construir una convivencia feliz, cuando el centro de nuestra atención y esfuerzos no está en las personas, sino en los productos y su consumo sin medida.
Nuestra preocupación y compromiso primero y fundamental debe centrarse en respetar la dignidad de cada persona marginada, sobre todo en el hemisferio sur, y en trabajar juntos para construir un mundo más humano y solidario.