Zimbabue no es Mugabe, Nkomo, Mnangagwa o Chamisa. Un nuevo dúo de música afroelectrónica pone banda sonora a la complejidad del país.
Zimbabue está cambiando. Las viejas historias están siendo reutilizadas, y con amor. Nuevas formas de expresión están echando raíces. Lejos del macabro teatro de la política, algo nuevo, aunque inconfundiblemente zimbabuense, se está expresando.
Estaba en lo profundo de las laberínticas entrañas de lo que alguna vez fue una tienda en departamentos de varios pisos en el centro de Harare cuando vi por primera vez este nuevo Zimbabue. Un espacio cavernoso destruido por el tiempo y el óxido había sido rellenado y revivido bajo la apariencia de Fabrik Party, la más brillante nueva luz en la escena de eventos de Harare, y había moda y arte en todas partes donde miraba, jóvenes de la ciudad haciendo ollies en ruidosas tablas dentro de un improvisado skatepark cubierto, por un lado y la caótica alegría de un colaborativo escenario musical por el otro. Ahora, esa nueva escena tiene banda sonora. Bantu Spaceship ha lanzado un álbum homónimo de comienzo que es uno de los más emocionantes proyectos musicales de Zimbabue en al menos una generación.
Bantu Spaceship es un dúo de música afroelectrónica experimental que presenta los ecléticos talentos vocales de Ulenni Okandlovu y la gozosa producción sobrenatural de Joshua Madalitso Chiundiza. El suyo es un sonido híbrido, fusionando synth wave y electro con música Mbaqanga, Zamrock, Sungura, Jit y Chimurenga. Los sonidos de Okandlovu cambian a través de la palabra hablada, mbube y armonías evocadoras del LMG Choir, las producciones de Chiundiza desde una muy movida fiesta de baile hasta un etéreo paisaje sonoro. Lo llaman New Jit Wave, pero es música que rápidamente se escapa de los límites de clasificación. Simplemente es.
“Deambulábamos por los mismos círculos en la escena de arte y realmente nos unimos debido a las similitudes en gusto musical”, dice Chiundiza, explicando la historia de fondo de Bantu Spaceship. “Ambos estábamos ansiosos por hacer música que fuera un poco diferente de lo habitual, pero finalmente queríamos hacer algo que estuviera influenciado por los sonidos con los que crecimos”.
La historia de Chiundiza como miembro de The Monkey Nuts, un equipo experimental de hip-hop, fue vital para la génesis del grupo. Como lo cuenta Okandlovu, se mudó de Bulawayo a Harare hace unos 10 años y quedó fascinado de inmediato cuando vio a The Monkey Nuts actuar en The Book Café, un icónico centro artístico. Avance rápido un par de años, y Okandlovu pasaba mucho tiempo en el estudio de arte de Kresiah Mukwazhi y Tinotenda Tagwireyi, quien también era miembro de The Monkey Nuts. Allí conoció a Chiundiza y pronto comenzaron a hacer música juntos.
Llamar al resultante álbun Afrofuturista parece algo restrictivo. Hay Afrofuturismo dentro de él, pero es también un proyecto en evolución que se redefine continuamente. “Todas y cada una de las canciones evolucionan con el tiempo”, explica Okandlovu. Lo que escuchas en el álbum y lo que escuchas en el show en vivo es evolución y crecimiento, desde donde terminaron las grabaciones de estudio. Sigue continuando, el sonido, nuestro catálogo de ello. Entramos en el estudio, creamos lo que estamos creando, si nos encanta podemos repetirlo mañana, o interpretarlo o grabarlo. Y sigue construyéndose y construyéndose en base a lo que descubrimos cada día.
Desde la delicada y cristalina apertura, «Journey to Misava«, con la inflexión de la introducción hablada de Okandlovu y la voz y el piano de jazz de Thandi Ntuli, el álbum pasa inmediatamente a la sadza y nyama, con la generosa muestra del trabajo de guitarra de Sam Mabukwa y temas como «Bantu Cakes”, “Don’t Break” y “Bantu Electro Sungura”, sonando como si se sintieran igual de cómodos en “Neptune Frost” de Saul Williams que en el sistema de sonido de un bar clandestino en cualquier lado de la avenida Samora Machel de Harare. O, para el caso, una fiesta clandestina en Mzilikazi en Bulawayo. Y esa es una de las claves de este álbum: Sus raíces no son ni sungura ni mbaqanga, sino ambas. No es Shona o Ndebele, sino ambos. Contiene multitudes, una completa ventana a un país complejo y abigarrado. Esto es Zimbabue, en 2023. Dada la no resuelta complejidad en la relación entre Mashonaland y Matabeleland en Zimbabue, la combinación parece particularmente conmovedora. “El sonido es profundo en la forma en que captura cuentos e historias. Para nosotros es más importante no insistir en nuestras diferencias sino reconocerlas y honrarlas por los efectos positivos que pueden tener sobre la sociedad”, sugiere Chiundiza.
“Realmente no hay mucho que decir al respecto y, al mismo tiempo, hay mucho que decir sobre ello tratandose de una colaboración entre alguien de Matabeleland y alguien de Mashonaland”, agrega Ukandlovu. “Josh era alguien que tenía curiosidad por aprender, y yo también, por aprender sobre la cultura shona. Pero no fue nada difícil unirnos. Y eso es algo bueno, interpretar esos elementos y encontrar una manera de crear esto como un sonido de Zimbabue. No como un sonido Ndebele o Shona o tribal, sino como un sonido de Zimbabue”.
Escuchar este álbum en su totalidad es estar voluntariamente abrumado con la sensación de que esto es creación en su forma más pura y proteica. Sui generis y Gestalt, mientras se honra a los ancestros. El comienzo de algo completamente nuevo, pero arraigado. Y si es una visión del futuro, informada por el pasado, su perspectiva es inherentemente optimista. Esta es música que dice vive inmediatamente. Baila mientras puedas.
Hay mucho para bailar. Una brillante versión electrónica de la canción tradicional «Mhondoro«, que muestra «Dzinomwa Muna Save» de Robson Banda y New Black Eagles, ha estado sonando en Soundcloud durante un par de años. Aquí encuentra su forma final. “Mqibelo (a Prayer for the Weekend)” presenta un verso de Kwela Sekele, y es quizás la marca de agua más alta, mientras que “Misava The Arrival” se sienta como un núcleo en ciernes en el corazón del álbum y suena como un manifiesto para todo el proyecto. Una selección de remixes del DJ Sudafricano y del productor Kid Fonque completan la pieza, una que mejora cada vez más con repetidas escuchas y deja al oyente deseando más. Afortunadamente, debería haber más por venir, asegura Okandlovu:
El proyecto es como un proyecto de investigación y el álbum es como una disertación. Hay tantas formas de investigar y archivar información y sonido. Y además de sonidos, hay muchísimo más que aprendimos y descubrimos, y nuestra forma de arte es una combinación de audio, sonido y también videoarte, por lo que es un proyecto completo. Todavía tenemos que poner otras partes como videoarte, y poner otros elementos, como un documental o algo parecido. Así que todavía estamos explorando muchos medios y formas de presentar los hallazgos y cosas que queremos preservar, o cosas de las que queremos hablar.
Las combinaciones logradas por Chiundiza y Okandlovu se sienten tan frescas, pero tan inevitables, que uno se pregunta por qué no hay más artistas jóvenes de Zimbabue siguiendo su ejemplo. “No estoy muy seguro de por qué no hay más experimentación”, dice Chiundiza:
Supongo que presentar lo conocido ofrece más seguridad en el sentido de que tu música puede volverse popular y ser reproducida en radio. Y si miras lo que está pasando en todo el continente con Amapiano y Afro-beats tiene sentido seguir la tendencia. Desafortunadamente, no creo que suficientes artistas de Zimbabue aprecien el hecho de que los músicos Sudafricanos y Nigerianos han estado simplemente inspirándose e innovando en su propia herencia musical. Amapiano no surgió de la nada, puedes, si prestas atención, rastrear literalmente su linaje musical. Es lo mismo con muchos otros géneros como Hip Hop y Rock. Los artistas de Zim tienen un carácter que están ignorando. Tenemos simplemente que extraer de nuestra herencia musical e innovar.
No es solo su música lo que está marcando la diferencia en este sentido. Okandlovu es también el fundador y director creativo de The Fabrik Party, ahora en su tercer año y a punto de albergar su séptima iteración. “Se trata de hacer espacio para creativos, creadores y artistas de las subculturas”, dice sobre el evento. “Es un espacio donde podemos compartir recursos, aportar habilidades, juntar nuestras diferentes formas de arte en un solo lugar, destacarlas y darles una voz como colectivo”. Y sigue creciendo, muy rápido.
“Hay tantas cosas que están sucediendo en este momento en Zimbabue”, dice Okandlovu. “Creo que ahora mismo es el mejor momento para estar en Zimbabue, en términos del lado del trabajo creativo. Hay tanto que ha cambiado, y las cosas se están moviendo rápido. Mucho está cambiando desde el arte visual hasta la música y la moda”.
Zimbabue no es ZANU ni CCC. No son baches, políticas, Mbira, Mbaqanga, Shona, Ndebele, colonia, un antiguo reino, Mhondoro o Mwari. No es Mugabe, Nkomo, Mnangagwa o Chamisa. No es cricket o fútbol. No se trata de rocas en equilibrio, ni de Zambezi, ni de Limpopo. No es rural ni urbano. No es la Columna Pionera ni la campaña de Sipolilo. No es ni la Concesión Rudd ni la GNU. No es pasado o futuro. Es toda de estas realidades y más. Esa complejidad tiene banda sonora. Lo más emocionante es descubrir lo que viene después.
Liam Brickhill – @Gomorezvidinha
* Liam Brickhill ha formado parte de la clase inaugural de becarios de Africa Is a Country.
** Puedes comprar el álbum digital de Bantu Spaceship o el vinilo de edición limitada de 12” en Bandcamp.
Fuente: Africa is a Country
[CIDAF-UCM]
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