Zura Karuhimbi no tenía armas para defenderse, cuando los hombres con machetes le exigieron que entregara a los que albergaba en su casa, pero tenía el arma de una reputación de poderes mágicos.
Recuérdanos como ocurrió el genocidio
Los tutsis que habían invadido Ruanda, viniendo de Uganda, provocaron una fuerte reacción de muchos hutus extremistas. Ruanda está habitada por una mayoría hutu y una minoría tutsi. Los tutsis que invadieron Ruanda habían sido expulsados con su Rey, muchos años antes. Al inicio de la invasión, en 1994, el avión en que viajaba el presidente hutu de Ruanda Juvenal Habyarimana fue derribado. Entonces comenzaron los primeros ataques de hutus radicales contra tutsis y hutus moderados. Unos 800.000 ruandeses murieron en la violencia étnica que azotó a Ruanda. También murieron el hijo y la hija de la anciana Karuhimbi.
¿Se refugió mucha gente en su casa?
La pequeña casa de dos habitaciones, en Musamo Village, se convirtió rápidamente en un refugio seguro para tutsis, burundeses, hutus e incluso para tres europeos. Decenas de personas se escondieron debajo de su cama y en un espacio secreto en el techo. Otros dicen que cavó un hoyo en sus campos donde la gente se escondía. Algunos de los escondidos en la propiedad eran bebés, tomados de la espalda de sus madres muertas. Fueron tantos los refugiados a su amparo que al final alertaron a la milicia asesina hutu.
¿Pudo su reputación de poderes mágicos salvar a la gente refugiada en su casa?
Esa reputación, y el miedo que generó en el grupo de hombres armados, fueron suficientes para mantener a salvo a una anciana y a más de 100 personas durante el genocidio. La única arma de Zura era asustar a los asesinos, amenazándolos con soltar espíritus sobre ellos y sus familias. También se untaba con una hierba local que irrita la piel y hacía el gesto de tocar a los asesinos para ahuyentarlos. Zura le dijo a la milicia Interahamwe que si entraban al santuario, incurrirían en la ira de Nyabingi [una palabra kinyarwanda para Dios]. Estaban asustados que las vidas de los refugiados se salvaron un día más. La propia Karuhimbi contaba cómo sacudía sus pulseras y cualquier otra cosa que pudiera encontrar para asustar a los hombres.
¿Vive todavía la anciana Karuhimbi?
No, murió pacíficamente en su casa, un lunes, a los 93 años, con la satisfacción de haber salvado tantas vidas. Cuando terminó el genocidio, todas y cada una de las personas por las que Karuhimbi había arriesgado su vida para salvar habían sobrevivido. Su vida continuó como la de una madre de luto, que había perdido a un hijo y una hija, a causa de la violencia.
Bartolomé Burgos
CIDAF-UCM