Se me preguntó hace poco, por parte de la Fundación Mujeres por África, sobre el papel de las mujeres en las universidades africanas. Una respuesta cabal a esta pregunta resulta difícil, pues a fecha de hoy no contamos todavía con datos suficientes, basados en encuestas y estudios centrados en la materia. Por tanto, nos limitaremos aquí a presentar unas cuantas líneas de análisis, con carácter provisional, a sabiendas de que habrá que profundizar más y disponer de un mayor acervo de información para lograr un conocimiento riguroso de la cuestión que siente las bases de una política de género coherente y científicamente sólida.
Sabemos que la edad media de la población africana es de 19 años y que la mitad aproximadamente son mujeres jóvenes. Existe un enorme volumen de población femenina joven con bajos niveles educativos, reducida productividad laboral, sometida a problemas de discriminación en el acceso a los estudios primarios, secundarios y sobre todo superior. Esta población sufre al mismo tiempo, ante eventos graves tipo pandemias (covid-19), problemas de abandono escolar por cierre de los centros superiores (en países como Malaui y Uganda las universidades han cerrado durante dos años, lo que hace muy difícil su regreso a las aulas), aumento de violencia de género, acoso sexual, embarazos precoces no deseados y necesidad de atender a los recién nacidos.
Otro tanto acontece en condiciones extremas de cambio climático, con sus devastadores efectos en términos de inundaciones, sequías, pobreza y hambrunas, que afectan gravemente no sólo al rendimiento escolar, sino también a la asistencia regular a los centros universitarios y a la continuidad de los estudios.
En el África subsahariana, la matriculación de jóvenes en la enseñanza superior está creciendo con rapidez, pero las mujeres siguen mostrando niveles de acceso a la universidad desproporcionadamente bajos, con menos de la mitad que el número de hombres en países como Burundi, Benín y Togo.
José María Mella Marques
CIDAF-UCM