La mina negra, por Rafael Muñoz Abad -Centro de Estudios Africanos de la ULL

21/02/2014 | Bitácora africana

En forma de gestación, Aeroflot o los ferrocarriles eran pequeños estados en la panza social de aquella aberrante y pantagruélica malformación estatal que Union soviética se hacía llamar. Sectores que para su personal tenían colegios y centros sanitarios propios. Si no en lo relativo a la degradación social que estás arrastran desde los años del apartheid, las minas sudafricanas sí que vienen a representar un equivalente a lo que acontecía en la extinta URSS con el ferrocarril en lo referente a la importancia, magnitud burocrática, económica o social de este. Consideración que ha trascendido la mera calificación de sector industrial.

La minería representa un factor que suele rondar el diez por ciento del producto nacional bruto sudafricano. Bajar a las muchas excavaciones del cinturón industrial del norte es descender a la caverna humana y la vuelta a la sociedad estamental previa a las revoluciones atlánticas. Sus estratos sociales están tan difuminados que incluso el ser negro tiene matices. Íntimamente conectada a la inmigración ilegal que sufre Sudáfrica como gran polo económico del Africa austral, la mina tiene su propio lenguaje de colores; siempre negros.

Un curioso, si no único, fenómeno migratorio norte – sur donde el efecto llamada de una economía emergente ha generado arrabales y ciudadelas cuya infantería nutre la minería. En los años del apartheid, el trato de los supervisores afrikáners hacia recordar la era de los faraones y la edificación de las pirámides a base de látigo. A día de hoy, el negro sigue siendo la base del profundo estamento minero del África austral; el lubricante que engrasa una maquinaria cruel y despiadada que no duerme y vomita carbón, cromo y oro. Los inmigrantes de Botswana, Mozambique o Zimbabwe, son vistos por los mineros oriundos como una competencia que ha redundado en la caída de sus sueldos. Alcoholismo, sida y violencia, terminan adornan este jardín digno de El Bosco. Y es que bien sea en forma de huelgas, tiroteos policiales o unas condiciones de seguridad del siglo XIX heredadas de la De Beers Mining Company, la minería sudafricana esconde una terrible realidad muy poco conocida.

@Springbok1973

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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