La matraquilla libia, por Rafael Muñoz Abad

29/03/2016 | Bitácora africana

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Hace poco comentábamos la reticencia de algunos estados europeos a verse involucrados en las a la par electoral y onetariamente costosas aventuras militarse en Africa. Lo cierto es que Italia parecería decidida a volver a intervenir en su ex colonia de Libia. Las causas, más allá del suministro de gas y los suculentos intereses inmobiliarios, pues hay mucho que reconstruir, son meridianas. Las ex provincias romanas de Cirenaica y Tripolitania son una bomba de relojería en el patio Mediterráneo de Europa. Una Somalia en potencia donde la ausencia de gobierno y el integrismo han creado el ecosistema perfecto para que florezca el crimen organizado. El sin cesar de embarcaciones atiborradas de desesperados tiene dos vertientes. La del progre romántico y su política de puertas abiertas y la del contribuyente responsable entendedor que, entre el factor humano y que a nadie se le debe dejar morir en la mar, también está latente la amenaza del terrorismo islámico. Equilibrio es la respuesta.

Personalmente me parece un acto de valentía y sentir de estado que Roma intervenga en Libia para respaldar a un gobierno de transición pos Gadafi; que se creen corredores costeros para evitar in situ la salida de barcas y de alguna manera, dar luz pública al hacinamiento que miles de personas sufren a la espera de enfrentarse a la incierta aventura marítima hasta Sicilia. A todo lo anterior, añadámosle que el Estado islámico tiene una presencia real en Libia y prueba fehaciente ha sido el último secuestro de trabajadores italianos. ¿Nos preocupa realmente esto o es necesaria otra matanza en Paris? Reconozco que Libia es una de mis matraquillas habituales, pero lo cierto es que se trata de un tema muy serio al que no se le está concediendo su
importancia real; más cuando los atentados se fraguan en estos sitios pero cristalizan en Londres, Roma o tal vez Madrid.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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