Hace poco comentábamos la reticencia de algunos estados europeos a verse involucrados en las a la par electoral y onetariamente costosas aventuras militarse en Africa. Lo cierto es que Italia parecería decidida a volver a intervenir en su ex colonia de Libia. Las causas, más allá del suministro de gas y los suculentos intereses inmobiliarios, pues hay mucho que reconstruir, son meridianas. Las ex provincias romanas de Cirenaica y Tripolitania son una bomba de relojería en el patio Mediterráneo de Europa. Una Somalia en potencia donde la ausencia de gobierno y el integrismo han creado el ecosistema perfecto para que florezca el crimen organizado. El sin cesar de embarcaciones atiborradas de desesperados tiene dos vertientes. La del progre romántico y su política de puertas abiertas y la del contribuyente responsable entendedor que, entre el factor humano y que a nadie se le debe dejar morir en la mar, también está latente la amenaza del terrorismo islámico. Equilibrio es la respuesta.
Personalmente me parece un acto de valentía y sentir de estado que Roma intervenga en Libia para respaldar a un gobierno de transición pos Gadafi; que se creen corredores costeros para evitar in situ la salida de barcas y de alguna manera, dar luz pública al hacinamiento que miles de personas sufren a la espera de enfrentarse a la incierta aventura marítima hasta Sicilia. A todo lo anterior, añadámosle que el Estado islámico tiene una presencia real en Libia y prueba fehaciente ha sido el último secuestro de trabajadores italianos. ¿Nos preocupa realmente esto o es necesaria otra matanza en Paris? Reconozco que Libia es una de mis matraquillas habituales, pero lo cierto es que se trata de un tema muy serio al que no se le está concediendo su
importancia real; más cuando los atentados se fraguan en estos sitios pero cristalizan en Londres, Roma o tal vez Madrid.
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL
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