La maté porque era mía, por Rafael Muñoz Abad

20/07/2016 | Bitácora africana

Si un episodio representa la compleja y surrealista crueldad social de Sudáfrica es el caso Pistorius que ya está listo para sentencia. Los mentideros de los arrabales y ciudadelas – Townships – hierven en comentarios; para los negros es un crimen entre blancos ricos y guapos y, lo cierto es que a ojos del negro no hay blanco que no sea “rico y guapo”. Pistorius, el atleta biónico, ejemplariza el contraste en un país que posee una industria aeroespacial de primer nivel pero que a la vez es incapaz de atajar una violencia callejera desbordada.

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Oscar Pistorius, inválido de rodillas hacia abajo, saltó a la fama por sus prótesis y la futurista efigie que representaba en la elite del atletismo. Su ingreso en el olimpo del deporte tiene mucho de marketing social lo cual catalizó que las marcas publicitarias se lo rifasen; pero lo cierto es que su imagen en Sudáfrica es muy voluble. Si para los blancos representa la modernidad y bien vivir para los negros ejemplariza la casta y el privilegio latente del viejo apartheid. Un país blanco concebido dentro de otro negro. Un caballo de Troya social. De una manera cruel y no exenta del tradicionalmente fatalista humor sudafricano, sólo hay prótesis si eres culo pálido.

La coartada de Pistorius y su poderoso equipo de abogados sólo es creíble fuera de Sudáfrica. El caso, convertido en el culebrón nacional, escenifica a un blanco que ha cosido a tiros a su novia, la célebre y guapa modelo Reeva Steenkamp. Aunque hay mucho más. Ya bajo el prisma local, nos damos de bruces con la vieja realidad racial aplicada al asesinato más famoso que Sudáfrica ha tenido desde que Bikko fuera masacrado a manos de la “eficiente” policía [blanca] de Pretoria. Los letrados de Bladerunner (mote de Pistorius), se escudan en la habitual violencia urbana y el alto índice de robos en las viviendas de los blancos para justificar la media docena de tiros que su cliente le metió en el cuerpo a su novia cuando la confundió con unos vulgares ladrones en el baño de su casa…Una historia poco creíble pues quien conozca mínimamente las ciudades de Africa del Sur, sabe que no hay casa adinerada que no cuente con alambrada electrificada y seguridad privada día y noche.

La maté porque era mía. Desde Ciudad del Cabo a Johannesburgo esa es la versión extraoficial que circula vertebrada entorno a los celos, discusiones de pareja y un “eres un lisiado te voy a dejar”; y si añadimos que en Sudáfrica es tan fácil comprar un revolver como un tostador, el cluedo se aclara. Después está la opinión pública y el cotilleo donde los negros se quejan de que si Pistorius fuera un black ya llevaría mucho tiempo encarcelado; lo que está claro es que en la era pos Mandela aquella proclama de la justicia universal aún entiende de colores; así que no esperen ni ver mucho tiempo a Pistorius entre rejas ni mucho menos un linchamiento mediático pues a la inmensa mayoría de la calle, que es negra, les importa muy poco un crimen pasional entre blanquitos famosos…Así este complejo país.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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