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Puncel Reparaz, María

Nace en Madrid y se educa en un colegio de religiosas de la Compañía de maría. Es la mayor de siete hermanos y empieza muy pronto a inventar cuentos para sus hermanos y hermanas pequeños. Al dejar el colegio estudia francés e inglés en la Escuela Central de Idiomas en madrid. Ha trabajado en Editorial Santillana como editora en el departamento de libros infantiles y juveniles. Ha escrito más de 80 libros y traducido alrrededor de los 200.

Ha escrito guiones de TV para programas infantiles y colabora en las revistas misionales GESTO y SUPEGESTO .

Algunos de sus libros más conocidos:

"Operación pata de oso", premio lazarillo 1971

"Abuelita Opalina" . SM,1981

Un duende a rayas", SM, 1982

"Barquichuelo de papel, Bruño, 1996

Ver más artículos del autor

La Leyenda del Matamoscas
06/04/2010 -

(tomado del libro "Sur les lèvres congolaises", pág.51)

texto original: Olivier de Bouveigni
traducción del francés: María Puncel

Enrollada sobre sí misma, casi oculta entre la hierba, Pidi Mbobo, la cobra escupidora, digería pesadamente la tierra que se había tragado.

Una mosca que revoloteaba por allí la descubrió y empezó a zumbar a su alrededor canturreando:

"Cobra escupidora

partida en pedazos

guisada en aceite durante una hora

con pimiento verde y un poco de menta...
¡Esta suculenta...!

Pidi Mbobo conocía la estúpida cancioncilla, Nzinzi Mbaze, que así se llamaba la mosca, se la había cantado ya antes.

Pero, esta vez, la cantaba con un zumbido tan estruendoso que parecía querer alborotar a toda la población del entorno. Pidi Mbobo se echó a temblar y, sin escuchar nada más, se deslizó rápidamente en un agujero cercano, que resultó ser la madriguera de los tejones.

-¡Huolo! -escaparon chillando los tejones-.¡Huolo, huolo...!

Al oir estos gritos el bulicoco (picamaderos) se imaginó que los tejones venían a contarle una buena noticia... Y se puso inmediatamente a golpear su particular tam-tam:

-¡Tapatapam, rapatapapam!-, con un ritmo y un tamborileo como sólo él, el picamaderos sabe producir.

No hizo falta más para que el mono, que se aburría de muerte sobre su rama, experimentase la urgente necesidad de bailar.
La rama era muy gruesa y estaba reseca. Un trozo se quebró y cayó sobre la pata del elefante.

-¡Aaauuuhhh...! -barritó el elefante, y posó la pata sobre el nido de la ntiete (avutarda), despachurrando a toda su pollada.

La madre ntiete batió las alas desolada, ¡lo había perdido todo!
Estaba tan furiosa y desesperada que no sabía lo que hacía, y prendió fuego a los matorrales. Las llamas llegaron hasta los cuernos del antílope que dormitaba. El antílope corrió hasta el río para apagar el fuego que le abrasaba y cayó justamente sobre las mujeres de Manzampungu, el gran jefe, que estaban tomando su baño.

Las mujeres, indignadas, fueron a quejarse a Manzampungu de la indiscreción del antílope.

Manzampungu hizo llamar al antílope y le preguntó:

-¿Por qué has ido a curiosear a mis mujeres mientras se bañaban?

¡Serás condenado a muerte! ¡Mañana te cortarán la cabeza!

-¡Piedad, padre Manzampungu! -imploró el antílope-. Concédeme tiempo para presentar mi defensa, antes de que des la orden de que me corten la cabeza. ¡Por favor, buen padre Manzampungu!

-Bueno -dijo el jefe-, habla.

-Tú me habías dado la espesura para que viviese en ella, gran Manzampungu. Yo estaba profundamente dormido, cuando, de repente
sentí un calor espantoso. Me desperté y, al verme rodeado de fuego, salté a través de las llamas. Escapé de la muerte chamuscándome la piel y quemándome la cornamenta... Fueron las quemaduras las que me hicieron correr hasta el río para aliviar mi dolor.

-¿Y quién prendió fuego a los matorrales?- preguntó Manzampungu.

-Dicen que fue el ave ntiete.

Inmediatamente, el jefe hizo comparecer a Ntiete.

-¿Por qué has prendido fuego a los matorrales? Por tu culpa se le ha chamuscado la piel al antílope y se le ha quemado la cornamenta y el dolor le ha hecho correr hasta el río y ¡ha visto a mis mujeres que se estaban bañando!

-Gran jefe -respondió Ntiete con su acento más lastimero-, ¿me permites explicarte las circunstancias que me han hecho prender fuego a los matorrales?

-Bueno -dijo el jefe-, habla.

-Me habías dado la floresta para que en ella viviese y allí criase a mis pequeños, muchos pequeños, y los cuidase bien.

Tuve pollitos y los cuidaba lo mejor que podía, cuando el otro día, el elefante puso su pata sobre mi nido y despachurró a todos mis pequeños ntietes. ¡Ha sido una madre loca de dolor y desesperación, la que ha prendido fuego a los matorrales!

-¡Que venga el elefante! -ordenó Mazampungu.

-¿Me has llamado? -dijo el elefante presentándose y saludando a su jefe-, pues aquí me tienes.

-¿Por qué has aplastado a los hijitos de Ntiete?

-Como tú muy bien sabes, gran jefe, el dolor puede provocar, a veces, movimientos involuntarios. Yo me paseaba tranquilamente por la selva, cuando un rama puntiaguda cayó sobre mi pata. No sabía qué pasaba, así que aparté la pata apresuradamente. Por desgracia la apoyé sobre el nido de Ntiete. Cuando me recuperé del susto, descubrí a un mono danzando en el árbol sobre mi cabeza, y comprendí de dónde había caído la rama.

Manzampungu hizo llamar al mono.

-¿Por qué has hecho caer sobre la pata del elefante una rama puntiaguda que le ha hecho una herida?

-Gran jefe -respondió el mono- tú has dispuesto que mi morada esté en lo alto de los árboles para que pueda alimentarme de los frutos. Y eso es lo que he hecho siempre obedientemente. El otro día oí que el bulikolo batía su tam-tam: "Rapatapatapa-rapatapa- rapatapatapa". ¡Ah, mira, pensé, eso es que nuestro jefe ha sido padre de un pequeño Manzampungu! Y me sentí tan contento que tuve que ponerme a bailar.

Esta explicación le gustó mucho al jefe. Mandó llamar al bulikolo y le preguntó en cuanto llegó.

-¿Por qué te pusiste a batir tu tam-tam? Por tu culpa se puso el mono a bailar e hizo caer una rama sobre la pata del elefante.

-Yo estaba tan tranquilo en mi árbol pensando en mis cosas- respondió el bolikolo- cuando oí gritos de victoria. Eran tres tejones que entonaban su "¡huolo, huolo...!" a grito pelado. No me cupo duda de que mi jefe acababa de sentenciar el pleito a mi favor y como agradecimiento me puse a golpear alegremente el pico contra mi árbol.

Se hizo comparecer a los tres tejones.

-¿Por qué habéis lanzado gritos de victoria, el otro día, confundiendo así al bulikolo?

-Gran jefe -respondió el mayor de los tres tejones-, tú nos has dicho que debíamos vivir en un agujero bajo tierra. Nosotros estábamos en nuestra madriguera, como tú deseas, cuando la cobra escupidora entró. Pidi Mbobo y nosotros somos enemigos mortales. Pensamos que venía a matarnos escupiéndonos su veneno, así que mis dos compañeros y yo escapamos por la salida de socorro. Nos habíamos salvado y por eso gritamos: ¡Huolo, huolo, huolo...!

Se llamó a Pidi Mbobo.

En cuanto se presentó, el jefe le preguntó:

-¿Por qué entraste en la madriguera de los tejones?

-Tú has dispuesto, jefe, que después de haberme llenado de tierra, yo deba descansar enroscada sobre la hierba. Yo estaba tranquilamente ocupada en digerir cuando, de repente, apareció Nizinzi y se puso a mosconear cantando que, si el que ve a una cobra escupidora, la parte en pedazos y la guisa en aceite, con pimiento y menta, la encontrará suculenta... No era la primera vez que la oía proferir estas amenazas; pero esta vez, me entró miedo y me escondí en el primer refugio que encontré, que resultó ser la madriguera de los tejones.

-¡Que me traigan a la mosca! -ordenó el jefe.

-¿Por qué le has cantado eso a la cobra escupidora? - quiso saber el jefe.

La mosca, que habitualmente es parlanchina, se quedó callada.
Miraba a un lado y a otro en busca de ayuda, pero nadie decía nada en su defensa.

-Tú eres la culpable de la indiscreción del antílope -sentenció
Manzampungu-, y yo te condeno a muerte. Mañana se te cortará la cabeza y volverá a reinar la paz en el país...

Así murió Mzinzi Mbaze, la mosca zumbadora. Y a partir de entonces se fabrican cazamoscas para alejar a esta raza charlatana y molesta y evitar que provoque más desgracias entre los súbditos de Manzampungu.


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